Neologismo descalificador
Menemista, kirchnerista, ¿pronto también macrista?
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
En 1997, Carlos Menem -emancipado de Domingo Cavallo- concentraba el poder. Para retenerlo, admitía que circulara, entre sus fundamentalistas, la idea de la re-reelección. Aspiraba a sucederlo Eduardo Duhalde (que le propinó la estocada final al amagar con un Plebiscito) y Adolfo Rodríguez Saa.
El principal contradictor era Carlos -Chacho- Álvarez. Pero iba a extinguirse solo, en tres años.
El 10 de diciembre de 1999 Menem le entregó la banda presidencial a Fernando De la Rúa y se fue a almorzar con Gerardo Sofovich al Museo Renault.
En seis meses la palabra menemista ya era un neologismo descalificador.
En 2007, Néstor Kirchner también concentraba el poder. Había cedido a La Doctora el bien conyugal de la presidencia. Para dedicarse a diseñar el peronismo a la carta.
Daba turnos en una oficina de Puerto Madero para atender gobernadores, mini gobernadores y empresarios. Los atendería después en la residencia presidencial.
Tenía lista interminable de espera de dirigentes apasionados por rendirse y notificarle lealtad.
La principal equivocación de Kirchner consistió en morirse.
Siguió La Doctora hasta 2015, para ser sucedida por Mauricio Macri. Pero sin entregarle la banda presidencial.
Macri era el opositor que Kirchner había construido. A su medida. Pero La Doctora se dedicaría a perfeccionar la obra.
Poco después, la palabra kirchnerista es también un neologismo descalificador. Pero el kirchnerismo, pese al desbande, aún resiste. Hasta podría organizarse la Marcha del Orgullo Kirchnerista.
En el final de 2017 es Macri quien concentra el poder. Sostenido, sobre todo, por La Mafia del Bien (cliquear).
Con el apoyo relativo de la comunicación masiva y el acompañamiento transitorio de la Justicia. Completa con “el viento de cola de la política”.
Las ilusiones brotan. Horizonte macrista hasta más allá de 2023.
El problema de Macri es que la economía no le arranca. Al Ingeniero le martiriza saber que sin inversión el endeudamiento es otra trampa. Sin salida. Economistas y empresarios que lo prefieren imaginan salidas peores.
La economía paralizada, pese al voluntarismo de los optimistas que buscan brotes, es tan preocupante como, en política, los riesgos del Efecto Carrió.
La socia, casi accionista primordial, Elisa Carrió, La Demoledora, resulta más útil para el vuelo bajo que para volar en las alturas. Que es precisamente donde se marea, porque tiene menos sentido demoler hacia abajo. Debe demoler entonces a quien tiene en la altura, a su lado. A Macri.
«¿Hasta cuando va a castigar en los alrededores y no va a apuntar al centro?», pregunta la Garganta.
Aunque es una reducción imperdonable limitar los obstáculos de la experiencia macrista al estancamiento de la economía o al Efecto Carrió.
Está, otra vez, el peronismo de la peor manera. Desmembrado, vencido, sin conducción, armado, liderazgo ni fe.
En la Argentina, donde todo invariablemente termina mal, cuesta apostar por la pulverización de la sentencia. Para evitar que la palabra macrista se convierta, en un lapso relativo, en otro neologismo descalificador.
El kirchnerismo como problema del peronismo
El problema del peronismo es el kirchnerismo. Del que es, en efecto, cómplice.
La obsesión de varios kirchneristas por despegarse oportunamente del kirchnerismo alcanza límites piadosos.
Remite a la zarzuela de aquellos peronistas que fueron de derecha durante el menemismo y que, para reubicarse entre la izquierda de Kirchner, se pusieron a cuestionar de pronto los años 90 de Menem.
En cambio, los contados peronistas que nunca fueron kirchneristas mantienen, con respecto al kirchnerismo, un comportamiento más racional que los que fueron kirchneristas en exceso. Los que hoy se esmeran por plantar distancias. Para acercarse, paulatinamente, hacia Macri.
O para buscar otra alternativa peronista que los contenga. Lo contemplan con esperanzas a la «promesa Uñac», el gobernador de San Juan. O tratan de re-inventarlo a Manzur, gobernador de Tucumán, como un Menem en gestación.
Los dos -Uñac y Manzur- no fueron afectados por el síndrome de la derrota.
La cuestión que el peronismo “tapado con diarios” busca, de todos modos, la manera de resucitar y levantarse del asfalto. Para superar la medianía del paisaje y ser el núcleo opositor. No sólo la garantía que blinda la transición transformada en permanencia, gracias al “efecto comparativo” con Macri, «lo menos malo de lo peor» (cliquear).
Sin disfrutarlo, hoy Macri, El Ángel Exterminador, concentra el poder. Como lo concentraba Kirchner, El Furia, con placer, diez años atrás. O Menem, El Emir, con alegría, veinte años atrás.
«Después de Menem y de Kirchner ¿cómo te parece que puede gozarse el poder?. Sólo se lo sufre».
Leche de pauta
“Con Clarín y la Radio 10 a favor de nada te sirve un ‘6,7,8’”, confirma la Garganta.
La estética del conflicto permanente se profundizó bastante antes que La Doctora se transformara en la viuda de Kirchner y comenzara con su presidencia real.
A los efectos simbólicos, la deriva del desbande cristinista se inicia en el intenso acto de Vélez. Cuando se pudo llenar un estadio sin el aparato del PJ (que los retrocedía), y sin movilizar las organizaciones sindicales (extensiones de la vieja burocracia).
Lucía la presencia folklórica de los grupos de incondicionales que nada tenían para perder. Los «buscapinas» de Unidos y Organizados admitían la consigna estrafalaria del “vamos por todo”. Con «la Cristina eterna”.
La beligerancia con la gran empresa de comunicación motivó la tontería elemental de crear la montonera de medios oficialistas. Sellos alimentados por el presupuesto con leche de pauta. Fueron útiles para acelerar el inapelable desprestigio posterior.
Resulta imposible tratar la debacle de la comunicación del cristinismo (que hoy se padece) separada del divorcio conflictivo de Kirchner con Clarín.
“Si tenés a Magnetto de socio de nada te sirve Spolsky”, insiste la Garganta.
Con Clarín cerca, como en los cuatro años fundamentales de Kirchner, no tenía ningún sentido construir a Cristóbal como empresario -también- de medios. E inducirlo a la compulsión de comprar los productos de Hadad.
O hacerlo propietario radial al amigo de Zannini. Gerardo, el de Electroingeniería. O inflar artificialmente al Grupo 23.
“Medios alimentados con leche de pauta”, sintetiza la Garganta.
Como aquellas grabaciones de los espías de films en blanco y negro, sin leche de pauta, de esos medios sólo restaba aguardar la autodestrucción.
La deriva 2012-2015
La deriva 2012-2015 reprodujo la versatilidad para el aislamiento y la controversia.
Contó con la complicidad del peronismo hasta el minuto final. Faltaron las voces autorizadas que alertaran sobre la expropiación catastrófica de YPF, o sobre el ridículo de la posterior negociación, para coronación virtual de don Antonio Brufau, algarabía de Repsol y euforia de la economía española que languidecía.
O voces que alertaran sobre el desasosiego en el combate con los fondos buitres que generaron el default que hubiera podido evitarse. Sobre todo si se permitía el avance de la negociación que fomentaban mientras se arrepentían.
¿Cómo iba a quedar, aquel célebre banquero, como un patriota?
La deriva 2012-2015 contuvo el bullicio de los medios adictos de la casa, que sólo podían sostenerse con el poder escriturado, como parte perpetua del inventario.
Si la suerte se daba vuelta, la bancarrota acechaba. Pero los peronistas envueltos no podían advertirlo en la atmósfera envolvente, complementada por la rutina de las cadenas nacionales.
“Para informar sobre lo que los medios concentrados omitían”.
Caídos en la propia trampa, aún sostienen el razonamiento.
Deriva asociada a los saltos y cánticos contagiosos de «los pibes para la liberación» que asustaba a las señoras de las capas medias que se suponían al borde de la revolución (imaginaria).
Deriva del desbande estimulada por los jóvenes bastante creciditos de La Cámpora. Por los entrañables «buscapinas» del «frepasito tardío». Por organizaciones de pobres socialmente organizados.
La deriva mantuvo -como acompañante silencioso- al peronismo sin iniciativas. Con dirigentes rendidos que no vacilaban en aplaudir las imposturas mientras extendían las serpentinas del carnaval irresponsable que facilitaba el acceso de Mauricio Macri. Legitimado por el hartazgo de la sociedad que lo prefería. Y por la incipiente Mafia del Bien, ya tratada.
La venganza lícita del Grupo Clarín, altivo y victorioso en la guerra, arrastraba al 95% de la comunicación. En simultáneo, estimulaba el avance de las causas judiciales que de repente pasaban del freezer al microondas. Con la venia implícita, la vista gorda, del flamante inquilino, concentrador del poder, que pasaba de la plata al bronce.
El Ángel Exterminador exhibía el crecimiento político personal, gestado a partir del rechazo falso de la «política vieja».
Había madurado lo suficiente como para preocuparse. Para que en adelante no vuelva a repetirse la historia. Para que la Mafia del Bien nunca se le ponga en contra. Para que la palabra macrista no sea otro neologismo descalificador, el próximo.
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