El descalabro de Tierra Santa
Prohibido sorprenderse por la caída de Santa Cruz.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Ningún cretino tiene derecho a sorprenderse por el epílogo catastrófico de Santa Cruz, ex Tierra Santa.
El Lupo, Néstor Kirchner, asume en 1991 la gobernación de la provincia enferma. Económicamente averiada y políticamente sin fe.
Debe aceptarse que Lupo la ordenó. Contó con la ayuda del ministro Domingo Cavallo y del presidente Carlos Menem. Pero el ingrato nunca iba a reconocerlo.
Menos aún iba a reconocerlo al trasladarse de Río Gallegos a Buenos Aires. Para asumir la presidencia, gracias al transitorio Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), subastador del poder.
Inmigración interna
Para entender el descalabro de Tierra Santa debe tratarse el fenómeno de la inmigración interna.
Aventureros necesitados que llegaban al viento del lejano sur. Desde Córdoba, como Ricardo Jaime, El Señor de los Subsidios, o Carlos Zannini, el Cenador. Desde Buenos Aires, como Julio De Vido, antihéroe transversal. O desde Tucumán, como José López, El Neolopecito. Acaso de Santa Fe, como Claudio Uberti, Peajero, o el chilenito Rudy Ulloa.
Buenos muchachos con los que Lupo supo organizar el proyecto recaudatorio de poder. Mientras La Doctora, su esposa, vibrante legisladora, multiplicaba el apellido Kirchner por los canales de televisión. Como crítica implacable del menemismo, que la padecía.
Debe tenerse en cuenta el vaciamiento registrado en Tierra Santa cuando Lupo se calzó la banda. Hizo morisquetas con el bastón de mando y se tajeó la frente. Desde que entró a la Casa Rosada sin “dejar las convicciones afuera”. Fue peor. Metió las convicciones adentro.
Entonces Lupo recurrió a los cuadros de confianza. Rápidos de iniciativas, audaces dotados para la gestión.
Los inmigrantes internos que desesperadamente se aferraron al sur se convertían de pronto en ministros nacionales, poderosos secretarios de estado. Los abnegados que raspaban monedas del presupuesto del IDUV (Instituto de Desarrollo Urbano y Vivienda de Santa Cruz) manejaban ahora la totalidad de la obra pública de la nación. En 2003, cuando la exhausta y fundida Constructora Gotti no daba más jugo, por intermedio de El Porteñito se inventaba Austral Construcciones. Para el fiel amigo Lázaro, El Resucitado.
Naturalmente El Lupo se transformaba en El Furia.
En adelante, los duros inmigrantes internos estaban del otro lado. Con camisas con sus iniciales y bellas secretarias. Empresarios de renombre inalcanzable les rendían pleitesía. La Cámara de la Construcción les pertenecía entera. Se les abrían las puertas de las casonas de los countries y les admitían que acariciaran a sus mujeres.
En Tierra Santa, cueva originaria, quedaban los seres de repuesto que El Lupo prefirió no llevarse. Pero se llevaba a Buenos Aires, también, lo más gravitante, el poder provincial. El terruño vaciado se reducía a ser el depositario misterioso del contenido de las valijas que llegaban semanalmente, en general los viernes. Equipaje reservado de la comitiva presidencial, cargados de informes espiritualmente confidenciales.
De Acevedo a Peralta
El descalabro de Tierra Santa está claramente anunciado cuando el Profesor Sergio Acevedo, del Chubut, deja de ser el Señor 5, jefe de los espías, para convertirse en el Gobernador electo. Diciembre de 2003.
Pero ocurría que el académico Acevedo pretendía gobernar. Se resistía a poner el gancho para autorizar los movimientos autoritarios, pero lucrativos. Sería elegantemente derrocado en 2006, para volver a las aulas de Pico Truncado. Y ser sucedido por su vice, Carlos Sancho, el de la inmobiliaria, justamente apodado El Pavo.
Tiempos de bonanza, cuando El Furia suponía que podía gobernar Tierra Santa por teléfono. Total el delicado petimetre, que conocía hasta el penúltimo secreto de las cuentas, debía trasladarse apenas una vez por mes a la capital. Bastaba para volver con suficiente dinero y pagar los sueldos de innumerables empleados (aprovechaba la única noche en la gran ciudad para ir a la discoteca con el enterito amarillo, de cuero).
Pronto estalla el episodio Sancho por mera inutilidad. En Tierra Santa ya se podía percibir la próxima irrupción del caos.
Entonces El Furia recurre a la última alternativa, un sindicalista que no era de su pertenencia. Daniel Peralta, El Campera. Peronista hereditario y cultural, al que no iba a poder manejarlo por teléfono. Ni llevárselo por delante. Peralta no era confiable.
El otro matrimonio
En simultáneo, en Tierra Santa se consolidaba el polo opositor. Origen ancestral de Cambiemos.
El matrimonio de Eduardo Costa, el Hipertehuelche, con la señora Mariana Zuvik, Princesa Croata que procedía de Buenos Aires, como La Doctora. Igualmente atractiva, pero con 21 años menos. Especialista exclusiva en la problemática del despojo.
En los medios centrales, los fundamentales, Zuvik hizo, contra Los Kirchner, la campaña similar a aquella de La Doctora, contra Menem.
Muerto El Furia, el descalabro era una cuestión de plazos.
La dupla Costa-Zuvik iba a quedarse, en algún momento, con lo que quedaba de la provincia.
Se imponía el desgarrador novelón de Lázaro y la caída ya estaba a punto caramelo. Para demorarla, se recurrió a la antigualla de La Ley de Lemas. Para permitir que la hermana Alicia, La Fotocopia, retuviera el símbolo hueco del poder provincial, Sin ningún privilegio, ni predisposición favorable, en La Rosada. Ocupada por aquel opositor que La Doctora prefería. Mauricio Macri.
Con la provincia demonizada, con Lázaro preso, se multiplicaban los desocupados. Mientras se agravaba la situación de los ocupados.
Las represas Condor Cliff y La Barrancosa, bautizadas después Kirchner y Cepernic, derivaban en el proyecto estancado.
Las represas iban a traer puestos de trabajo de sobra, y atraer incluso más inmigrantes internos. Ahora nadie sabe si los chinos, que suplen a los cordobeses, las van a construir. Cientos de máquinas compradas por Lázaro se oxidaban en la intemperie de los campos de Báez.
Lázaro culminaba la epopeya literaria del empleado bancario, condecorado por el poder del amigo muerto, Lupo.
No iba a construir más nada. La actualidad de Lázaro era la celda de Ezeiza.
Sin consuelo espiritual que reconforte a la superproducción de empleados. Ya no entraba siquiera el dinero para los sueldos. En adelante, solo una sucesión de manifestaciones, bochinche, gomas quemadas y broncas. Y nadie -lo que se dice exactamente nadie- tiene el menor derecho a sorprenderse por el descalabro imperdonable de la Tierra Santa de la Cruz.
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