El poliedro de Macri
"¿Cómo puede irnos afuera tan bien y adentro tan mal?".
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Podía estar mucho peor». O: «Mejor de lo que creímos que iba a andar».
Respuestas calcadas de macristas cuando, sin mala fe, se les pregunta sobre el funcionamiento del gobierno.
Asegurar categóricamente que el Tercer Gobierno Radical anda mal, o que es un categórico desastre, es tan prematuro como injusto.
Aunque improvise, el TGR está justificado. Legitimado. Sobran las explicaciones que se asemejan a las excusas.
En realidad, el TGR tiene el formato del poliedro irregular. Diversos perfiles antagónicos que muestran las distintas caras. Complejidad de aristas y de vértices.
Caras
«¿Cómo puede irnos afuera tan bien y adentro tan mal?», se escucha.
La cara relativa al frente externo es altamente favorable. Pero no prevalece en absoluto sobre la cara del frente interno.
La primera indica que la Argentina marcha, con Macri, paulatinamente hacia la gloria. El universo se abre de piernas para permitir su paso triunfal.
En cambio, la cara relativa al frente interno muestra que Argentina, con Macri, mantiene un peligroso destino de ciénaga.
En efecto, las dos caras principales del poliedro oscilan entre la aprobación (o el aplauso) y la compasión (o el olvido).
Entre el reconocimiento internacional que reconforta o la reacción social (que estratégicamente se prolonga).
Otras caras secundarias del poliedro aluden a los problemas puntuales que tampoco se resuelven. Derivaciones del funcionamiento cotidiano.
Desde el estancamiento energético hasta el ajuste que angustia pero no transcurre.
Caras que reflejan los escasos aciertos fundamentales. La extinción del cepo y la obviedad de los holdout (para algarabía de los buitres).
O las calamidades en materia de gestión, por la imposibilidad de decidir. O por los avances equivocados que produjeron retrocesos (derivaciones del aprendizaje, desde la pasantía del poder).
Pero en el poliedro sobresale la contradicción principal. Entre las bondades meritorias del afuera y las ansiedades frustradas del adentro.
Producto para comercializar
Macri -se dijo aquí- es un buen producto (leer «El producto Mauricio», cliquear). Correcta formación de ingeniero, normalidad de presentable presencia, conveniente dominio del inglés.
Con la sustancialidad de una mujer bella que lo completa. Con un relato interesante que contiene la angustia por un secuestro, las tribulaciones de un hijo de papá, la peripecia consagratoria del fútbol y el manejo modernista de la ciudad.
Listo para envolver, despachar y comercializarlo.
Trafica, aparte, la edad plena del poder. Los cincuenta. Tiene 57 años.
(Conste que Alfonsín alcanzó la presidencia a los 56, Menem a los 59, Kirchner a los 53, Perón a los 50 y el general Videla a los 51).
Cuenta Macri, además, con el reiterado atributo de la suerte.
«Arranca mal, pero siempre acomoda los conflictos, hasta dominarlos», confirma la Garganta que lo admira.
Emerge al primer plano del juego grande con la coincidencia simultánea de un mundo sin líderes carismáticos. Sumido en el desconcierto unánime. Cuesta encontrar algún estadista en condiciones ejemplares para bajar alguna línea. O indicar con sabiduría un rumbo concreto. Al contrario. Los estadistas contemporáneos irrumpen con graves problemas de representación. Sea en los países que interesan, como Estados Unidos, Francia, o España. O sobre todo en el vecino Brasil, que atraviesa las instancias deplorables de la peor actualidad política, sumergido en el fango de la decadencia y de la corrupción deschavada. Y con otros países linderos que comparten la similar situación de emergencia. Algunos participaron genéricamente del fenómeno populista. Como la desmoronada Venezuela, que en su caída arrastra a los países pintorescos y respetables que ya no marcan la agenda. Como Cuba o Nicaragua.
Por lo tanto, en la sucesión de los viajes adictivos, Macri recibe la bienaventuranza moral que lo consolida. La satisfacción es perceptible, también, entre las pontificaciones de los jefes de estado que suele adaptarse a la última moda de visitarlo. Sea Peña Nieto, el Emir Al Thani, o el multilateral Bang ki Moon.
Episodios que admiten la solidez del slogan, transformado en un contagioso lugar común. Indica que Argentina, de la mano de Macri, abandona el aislamiento. Lo perfora.
«Estamos de vuelta en el mundo», se afirma, con inocencia que enternece.
Sin embargo, el positivismo facilista del afuera resulta insuficiente para atenuar la necesidad por mostrar los cambios favorables hacia adentro.
Para que el respeto que Macri recibe venerablemente en el exterior traslade algún influjo de dignidad hacia el ámbito doméstico.
Adentro es más complejo. Se lo conoce. Se lo subestima.
Amores de estudiante
Es entonces maravilloso que a Macri lo acepte la señora Merkel. Que lo elogie Obama, o lo celebre el emir Al Thani.
Pero lo que Macri imperiosamente necesita, para la Argentina, es que lo salven. Que le pongan, sin ir más lejos, inversiones.
Para que los iniciados que arriben a la república no lleguen solamente con capitales en elemental búsqueda de sexo. Porque ingresan, apenas, por el placer financiero que les permite el ejercicio especulativo de la bicicleta tradicional.
Capitales que ingresan como las «flores de un día» del tango que alude a los «amores de estudiante».
Por el placer de llevársela. Con el interés superlativo que no se encuentra en ningún otro lugar -financieramente regalado- del planeta.
Con cierta desazón, debe aceptarse que ganar dinero en la Argentina es más fácil que alquilar amor en Tailandia.
Aquí los capitales se multiplican más que los panes o los peces en la Biblia. Y sin el menor riesgo. Justamente cuando lo que Macri necesita es que se arriesguen los que lo aplauden. Que le brinden la bienvenida paternal pero que le transfieran, aparte, en cifras de siete números.
Es la cara positiva del poliedro la que tanto contrasta con la cara del perfil interno. Muestra los escasos atributos para deslizarse en el territorio de la política. Con la inflación que no cede ni concede. Con la recesión que atormenta. Con el desempleo que paulatinamente atemoriza. Y con el agravamiento de la situación social que impide, incluso, el paso del demencial aumento de tarifas.
El perfil interno es claramente devastador. A Macri le cuesta encontrar empresarios argentinos que se arriesguen en la aventura de ponerla. Al menos hasta después de las legislativas de 2017.
Y por más que se analice positivamente la cuestión, y que Marquitos le evite el tráfico de las malas noticias, trasciende que el TGR carece de candidatos competitivos en Buenos Aires, sin ir más lejos, para combatirlo a Massa. O en Córdoba, para confrontar con De la Sota. O en Santa Fe, donde el peronismo se eleva de la mano de Perotti. Y hasta deben cuidarse que Lousteau decida abandonar el caramelo de la embajada. Para independizarse de veras y ser candidato en el Artificio Autónomo de la Capital.
La última cara del poliedro permite el florecimiento del entusiasmo. Porque Macri puede deteriorarse tranquilo, ya que no tiene ningún opositor de peso, en el orden nacional, que lo enfrente.
Sólo se anota La Doctora, que es transitoriamente la oponente ideal. La que Macri hubiera inventado.
No obstante, la multiplicidad de opositores zonales puede reservarle la ingratitud lícita de la derrota. Aunque se invoque que «la sociedad no puede optar por el regreso al pasado».
Porque en 2017 creen que va a discutirse «si se sigue este camino de cordura, o se vuelve a la catástrofe anterior».
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
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