Delincuencia y Teología
Los bultos voladores de Neolopecito arrastran a la política y a empresarios.
Artículos Nacionales
escribe Oberdan Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Al arrojar los bultos con dólares en el convento de las Monjas Misioneras Orantes y Penitentes de Nuestra Señora del Rosario, José Francisco López, El Neolopecito, enlazaba la delincuencia con la teología.
En la plenitud del desequilibro, Neolopecito impregnaba de ridículo el epílogo del Sistema Recaudatorio de Acumulación, que el Portal describe desde 2005.
Sistema creado, y consolidado hasta la perfección, por Néstor Kirchner, El Furia. Líder de culto y -en simultáneo- fenómeno delictivo (cliquear).
Significa confirmar que El Neolopecito nada tuvo nunca en común con los convencidos que siguen al «líder de culto». Y a su heredera, La Doctora.
Militantes que quedaron desamparados, cercados por la vergüenza, paralizados por el rencor. Los que no se llevaron ninguna moneda que no les correspondía. Perciben que su causa, en definitiva, es lícitamente tomada, en adelante, en broma.
El ridículo se transforma, automáticamente, en humillación.
El Neolopecito estaba asociado exclusivamente al «fenómeno delictivo». Desde la etapa formativa en «la cantera del IDUV» (Instituto de Desarrollo Urbano y Vivienda. De Santa Cruz). Ensayaban con curritos provinciales los grandes curros morales que iban a imponer en el ámbito nacional, a partir de la consagración presidencial de Kirchner.
Pero se insiste: el «fenómeno delictivo» no debe tratarse separadamente del «liderazgo de culto». Supo ejercerlo el último jefe-conductor del peronismo.
Con su muerte irresponsable, El Furia dejaba huérfanos a los patriotas del IDUV. Para iniciar el tramo del kirchnerismo póstumo que arrastró su herencia por el fango. Y dejó al peronismo en el territorio hueco del desconcierto.
Versión patológica
Sin embargo los dólares que el operado Neolopecito arrojaba de madrugada en el convento no iban a acabar sólo con el kirchnerismo.
Era un sopapo frontal para los distraídos del peronismo que ahora tratan de tomar distancia.
El sopapo de ningún modo se atenúa con sostener que el kirchnerismo es distinto. «Otra cosa. Nada que ver».
Es una versión patológica del peronismo.
Por otra parte esos paquetes de dólares voladores le asestan también un golpe a la política, en general. Interpretada -la política- como el antiguo punto de partida que admite desviaciones en el camino. Hasta ser apenas un mero pretexto para el enriquecimiento personal.
Los exponentes del «fenómeno delictivo» dejan, en definitiva, como verdaderos idiotas a los crédulos que adhieren a la teoría del «liderazgo de culto».
A los militantes, la realidad de estos bultos se les impone como un espejo que les devuelve la peor imagen. La del forro.
El Ángel propio
Al explicitarse el triunfo del delito sobre la militancia emerge, desde el convento «orante y penitente», en su esplendor, el Tercer Gobierno Radical.
Favorecido, a través de la «nueva política», que llega para sepultar a «la vieja».
Los dólares voladores de Neolopecito, que caen en el terreno místico de la misericordia, resultan oxigenantes para el TGR.
Justamente cuando el TGR se sentía en su «peor momento». Acosado por la sucesión de retrocesos, por repliegues y arrugues. Por la fantasía del segundo semestre. Por la insolvencia del culto oral hacia la gestión. Sobre todo por las consecuencias de la primera derrota electoral, que gracias al grotesco del convento pasa casi inadvertida. La derrota transcurrió en Río Cuarto.
Pero mientras los ministros del TGR se reunían para estimularse entre ellos, y para ensayar explicaciones, fueron gratamente sorprendidos por los bolsos voladores. Ponían en el centro, otra vez, el «efecto desastrosamente comparativo», cliquear.
Por más que se equivocaran tres veces por día, que crecieran los malentendidos, con el gas y hasta con el Papa, volvía a instalarse la verdad inapelable: nunca podían ser peores que los anteriores.
Los que se fueron. Los soberbios que se creían eternos desde el poder. Los que mostraban, desde el convento, que sin el poder eran apenas una manga de bol…
De estúpidos que derrumbaban la epopeya de cualquier relato artificial.
La magia, en el fondo, llegaba para ayudar al TGR. Para certificar el vaticinio de la Garganta que dice:
«Macri tiene una suerte especial, un Ángel propio, que lo ayuda a zafar siempre. En Boca arrancó mal, hasta que apareció el Ángel, Bianchi, y lo hizo el más ganador. En la ciudad también arrancó mal y pronto iba a quedar como el gran transformador. Así como lo ves, te aseguro que con su Ángel propio va a enderezar el país, ponerlo en marcha».
Todos somos López
Sin embargo la «peste de transparencia (selectiva)», cliquear, sigue su curso triunfalmente devastador. Desde Lázaro hacia arriba. Se impone entonces la pugna por imponer el festival de delatores.
Podrá asistirse al epílogo casi necesario de la totalidad de las fuerzas llamadas vivas. De las corporaciones manejadas por los vivos que, desde junio de 2003, ya sabían perfectamente cuales eran las reglas del juego. Para hacer buenos negocios, o simplemente para funcionar, había que adaptarse a los esquemas que proponía la nueva estructura de poder que llegaba del sur.
Innumerables empresarios sensibles, y banqueros dispuestos y entusiastas, colectivamente colaboraron con la construcción del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Al que debían sumarse si es que querían prosperar. O, al menos, trabajar.
Y los colegas comunicadores, que también sabían, debían colaborar, en la práctica, desde el silencio.
Por lo tanto los bultos que arrojaba Neolopecito hacia el convento posibilitan también la utopía del esclarecimiento.
Con los bultos colmados de dólares volaba también el prestigio de una dirigencia hipócrita. La que mayoritariamente se apropia, con una audacia infinita, del derecho natural a la indignación.
Por supuesto que toman distancia de la idea del sinceramiento que se viene, con la profundización de la peste de transparencia.
Deberían decir con perplejidad: «Todos somos López».
«La de Monseñor está»
Desde su Puerta de Hierro, Francisco debiera preocuparse por el agravio teológico del escenario delictivo.
Los bultos del Neolopecito salpican la memoria del extinto adversario de Francisco en la interna púrpura. El obispo Rubén Di Monti.
Salpica, aparte, con crueles chorros de banalidad, las paredes neogóticas de la Basílica de Luján. Alojan, desde el siglo 19, la simbología de la virgen tan milagrosa como adorada.
Nuestra Señora de Luján, la Santa Virgen, es ensuciada por esta manga de chorros. Inescrupulosos desde el poder, pero terriblemente idiotas para moverse en el llano. Le proporcionan -a la virgen- una humillante visibilidad internacional.
Padre espiritual de los Buscapinas impunes, Monseñor Di Monti contribuyó también con el enlace teológico del Sistema Recaudatorio. Al asumir, en su apostolado, el pragmatismo recomendable del fervoroso oficialista. Contagiaba el oficialismo, casi tanto como la fe. Siempre cerca del poder del Cesar, aunque cambiaran los inquilinos. O los signos ideológicos de los gobiernos, que se agraviaban entre sí.
Lo importante es que «la suya», «la de Monseñor», siempre estaba asegurada.
Al respecto conviene evocar al sacerdote leal, de rostro indemne, olvidable y lampiño. Se encargaba de pasar la gorra entre los mercaderes atorrantes. O entre los distribuidores elitistas de la cadena de la felicidad. Valijeros anónimos.
Uno de estos repartidores, en cierta ocasión, en una oficina oculta le entregó un sobre flaco. Sagaz, el curita lampiño advirtió la brevedad moral de los papeles. Dijo:
«Creo que esto no satisface las expectativas de Monseñor».
Y se retiró sin retribuir, siquiera, una miserable bendición.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
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