De La Doctora a Macri a través de Massa
CÓMO GANAR AMIGOS III: Epopeya de los peronistas perdonables.
Miniseries
escribe Jorge Asís, especial
para JorgeAsísDigital.com
Previas
Kirchnerismo y macrismo
Ser crítico independiente del kirchnerismo, como ser crítico independiente del macrismo, significa asistir a la reiteración histórica.
Ambas anécdotas políticas mantienen el arranque similar.
En el despegue, Kirchner disfrutaba del apoyo del medio más importante. Clarín. De ciertas voces respetadas (que paulatinamente iban a cambiar), y de la franela verbal de los abundantes Buscapinas de medialuna enarbolada.
En 2003 o 2004, criticar a Kirchner era una suerte de profanación. Señal que el crítico «porque se había quedado afuera estaba enojado».
Con Macri se reitera la banalidad de la argumentación. Si se le señalan criticas, aunque sean leves, es «porque el crítico se quedó afuera. No le dieron nada».
La declinación intelectual ya deja de alarmar. Se transforma en hábito.
Acotación parroquial.
Como el kirchnerismo en su momento, el macrismo nada le «debe» al Portal independiente.
Coincidencia diáfana: el Portal, al macrismo, tampoco le «debe» nada.
A mano, entonces. Empatados.
Con el vigente Periodo de Gracia hasta el próximo 10 de abril.
J.A.
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La «montaña mágica» de Davos
Los gobiernos incipientes, sin mayor originalidad, se inician con la tentación de las alianzas transversales.
Consecuencia de la fragilidad del origen. Con el emblema de la gobernabilidad, se recurren a otros apoyos prestados. Individualidades de distinto tenor que procuran anotarse. Hasta para hacer algo rentable el ejercicio de la oposición. O -lo peor- del llano.
Tal como un peronista «macrizado» le dijo a otro peronista que vacilaba.
«Ahora puedo ofrecerte esto. O podés esperar, una de dos, cuatro años».
Con el Kirchner inicial, en explicable búsqueda del poder propio, brotaron los transversales por doquier. Con la picardía participativa de Luis Juez. Con la estampa venerable de Hermes Binner. O con la permeabilidad progresista de Aníbal Ibarra.
Pero el Macri inicial desembarca con un poco más de fuerza por la presencia de los radicales que le desconfían. Y a quienes desconfía. Entonces emergen los peronistas repentinamente republicanos de la segunda ola (primera ola fueron Cristian Ritondo y el Rojo Santilli).
En general los peronistas de la segunda ola son también selectivamente presentables y cuidan más la identidad. Son traficantes de la anhelada gobernabilidad. Mercadería que necesita el gobierno incipiente, estampillado por el amateurismo y la medianía.
El principal peronista perdonable es acaso el más astuto de todos. Mira debajo del agua, por la noche y en el Riachuelo. Sergio Massa está cimentado por cinco millones de votos que cotiza cotidianamente. Un dotado para la acción. Massa cumple con Macri aquel rol sonriente y especulativo que cumplía Carlos Ruckauf en el ascenso, con el desperdiciado Fernando De la Rua. Cuando la sensatez, o la inteligencia elemental, aconseja arrimarse hacia la Banelco del poder. Al atractivo y la resignación ante la buena imagen, hoy casi sinónimo de popularidad.
A los efectos de adquirir un superior volumen propio. Y para consolidarse en la centralidad, que es donde Massa se siente cómodo.
Entonces Massa decide seducirlo a Macri, al que no respeta. Hasta hacerlo dependiente de los deslizamientos de Massa, al que oportunamente envidiaba por la juventud.
Y Massa asume sin inconvenientes, en el triángulo, el rol de «la otra». Al desplazarlo Macri a Scioli, y situarlo a Massa en el rol del opositor escogido. Para encarar el inflamado viajecito hacia la «montaña mágica» de Davos, que inspirara a Thomas Mann. Aquí ambos tal vez creen, para atribuirse un ropaje épico, como graves artesanos del desconocimiento, que «van hacia Davos a buscar inversiones».
En realidad es admirablemente positivo que estos muchachos se trasladen a Davos para codearse. Para participar de las ampulosas mesas redondas que debaten sobre estrategias de crecimiento, o sobre el futuro de Internet. Y para conectarse, distribuir tarjetas. Generar «roscas» que pueden eventualmente derivar en negocios. Con los inversores míticos, a los que no hay que persuadirlos de nada porque saben rigurosamente cuánto calza la Argentina que tienta. Es el país imprevisible que de pronto, en su imprevisibilidad, se vuelve hasta previsible.
Si es que no quieren producir sólo fotografías engañosas, deberían pedir consejo al único argentino que, hasta aquí, según nuestras fuentes, fue respetado, reconocido y aplaudido en Davos.
Domingo Felipe Cavallo, en los años de Menem, que aún son poco elegantes para ser citados.
Los críticos recientes
Despunta entonces Massa como el cautivante imán que atrae a otros peronistas perdonables. Algunos muy recientes críticos de La Doctora, a la que, de tanto respetarla, aún temen.
Los perdonables necesitan sacar rápida patente de opositores internos de la ficción peronista. Con ostensible ansiedad por instalar la idea (impugnable) del distanciamiento (de La Doctora).
Uno de los peronistas más admisibles es el promisorio gobernador Juan Manuel Urtubey. El salteño que supo hacerse conscientemente el tonto, para sobrevivir durante años con el kirchnerismo. Fue otro estadista aplaudidor, más recatado que Alperovich, Béder Herrera, Urribarri o Capitanich. Y Urtubey se hizo el tonto hasta mediados de 2015.
Otro aspirante al perdón peronista es Diego Bossio. El chico del ANSES, que de pronto sorprende a «la militancia» como un adversario interno de La Doctora. Quien era, según nuestras fuentes, su exclusivo sostén, por ventaja conyugal. Hasta que Bossio se entusiasmó lícitamente por Scioli, más de lo tolerable (para La Doctora). Como el «mensajero» Urtubey. El Miguel Strogoff de Scioli, en Estados Unidos.
Ambos, Bossio y Urtubey, se anotaron entre los peronistas perdonables que se enfrentan a La Doctora. Los que se sintieron prematuros protagonistas en la noche de los churrasquitos servidos por Massa, en la centralidad de Pinamar. En una mesa ceremonial útil para consolidarlo (a Massa) en la condición de aglutinador de peronistas perdonables, que se postulan para brindarle gobernabilidad a Macri y sostenerlo, hasta donde sea negocio.
Pasar de La Doctora a Macri, a través de Massa, dista de ser un método apreciable para algunos peronistas menos perdonables que no se convencen con la chapa de «peronistas del siglo XXI». Como por ejemplo José De la Sota. Y otros que no estuvieron, aunque mandaron, para cumplir y masticar, un «embajador».
El peronismo es un movimiento macho
La dependencia de Massa, que estimula en principio la señora Vidal, anticipa para Macri, a su pesar, la pugna interna para las legislativas de 2017.
Es el año en que se juega la anécdota del macrismo. Y que preocupa, según nuestras fuentes, a los que miran siempre con algún sentido de la estrategia. Como por ejemplo su diseñador más competente, Emilio Monzó, el presidente de los Diputados. En la práctica es la nominación de Monzó, con la promoción del chico Massot como jefe de bloque, lo que legitimó apresuradamente el paso, del Legislativo al Ejecutivo, de la señora Patricia Bullrich, en la alocada Seguridad, y la señora Laura Alonso, para la caza de corruptos. «Y si cae alguno de los nuestros, Laurita, dale para adelante igual».
Trasciende que desde el espacio propio de Monzó, y de algunos otros exponentes que profesionalmente callan en PRO, vinculados al negocio de la justicia o del juego, se desaprueba la enorme gravitación que el macrismo le cede, como obsequio de la casa, a Massa. Desde que la dispendiosa gobernadora Vidal -hoy estructuralmente renovada- accedió a transferir la inagotable caja legislativa al massismo. El que representa relativamente Jorge Sarghini. Es (Sarghini) de los escasos peronistas equilibrados que posee los conocimientos más intransferibles de la provincia inviable.
«Pero Sarghini llega más por Lecunza que por Massa», confirma la Garganta (lo dice para acentuar el adverbio «relativamente»).
Lo cierto es que los peronistas perdonables de Macri agudizan la programada división del peronismo. En tres o cuatro porciones. Contienen el objetivo explícito de aislar a La Doctora. Encerrarla en el cubículo místico de La Cámpora. Pero los bienintencionados muchachos tropiezan con el feroz obstáculo de la realidad, que es tan maligna como indeseable.
Acontece que el peronismo es un movimiento macho, pero es La Doctora que se impone como la presencia más potente, y paradójicamente viril.
Pese a la desastrosa herencia transportada, hasta Macri hoy admite que La Doctora les lleva un campo de ventaja a sus ambiciosos ex cortesanos. Los que precisamente cortejan, en la búsqueda de destino, ahora, al propio Macri.
Vueltas de tuerca que desorientarían hasta a Henry James. Porque Macri fue el opositor que La Doctora siempre privilegió para sucederlo. Antes, incluso -o sobre todo- que a Scioli.
Lo que tanto Massa como los vocacionales peronistas perdonables que pretenden ser admitidos en el palacio, deben tener en cuenta que, probablemente, son «convidados de piedra». Que ni siquiera registran la literaria retribución de buenos servicios.
Ya que Macri también privilegia, acaso, como prioritario opositor, a La Doctora. Que es, según nuestras fuentes, a la única que valora. Porque Massa le sirve, en el fondo, perdonablemente, apenas para incentivarla. Para atraerla anticipadamente a la lucha, en su peor momento, y así fulminarla mejor.
Un juego peligroso. Para los profesionales que fingen ser amateurs.
Jorge Asís
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