Decretocracia
CÓMO GANAR AMIGOS II: El atributo de ser Recién Venidos.
Miniseries
escribe Jorge Asís, especial
para JorgeAsísDigital.com
Previas
El optimismo contagia
La Argentina blanca está mayoritaria y admirablemente feliz. Aliviada. Con expectativas.
Con «buena vibra». Respira un mejor aire. Sin preocuparse todavía por la escalada de los precios. Por el sinceramiento que «es inevitable».
Se necesita imperiosamente que «a Mauricio le vaya bien, para que nos vaya bien a todos».
Así no vuelve el mal. «Populismo Nunca más». Con la certeza de saber que estamos gobernados por «gente normal». Por profesionales. La «locura» quedó atrás.
Por lo tanto el aliento positivo brota desde adentro. Y «desde afuera» también se aguarda que Argentina se recupere.
El optimismo ideológico -después de todo- contagia.
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En 1929, sin gran suceso editorial, el extraño pensador Macedonio Fernández publicó los «Papeles de Recién Venido».
Como si fueran personajes tardíamente taciturnos de Macedonio, Los Recién Venidos hoy son otros.
Son los que debieron hacerse cargo de la tradicional «herencia recibida». Del desastre legitimador. Y nadie puede culparlos de haberlo ocasionado.
Los Recién Venidos, que componen hoy el colectivo Cambiemos, contienen el mérito explícitamente oxigenante de la novedad. Ser la representación del cambio.
Ser un Recién Venido se convierte, por lo tanto, en un atributo invalorable. Aunque sea transitorio.
«No se les puede reclamar soluciones, ni se los puede criticar. Si asumieron hace…».
Carecen de originalidad histórica. Mecánicamente Los Recién Venidos descargan la totalidad de las culpas en la desdichada administración anterior. En el Kirchner-cristinismo que se encuentra paradójicamente acorralado, porque Los Recién Venidos los demuelen con implacable impaciencia.
Logran lícitamente espantar las responsabilidades, a través del efecto ventajosamente comparativo (cliquear).
Lo que existía antes era, indudablemente, peor. Una pesadilla. Un tormento narrativo de locuacidad inagotable, que generó el hastío protector.
«Con el horror que le dejaron, no se les puede exigir nada».
Hay que tenerles, en definitiva, fe. Y no tirarles nunca «mala vibra».
Suicidio culturalmente colectivo
La vulgaridad -aquí- es efectiva. Previsiblemente, aún se puede impresionar a la sociedad sensible con la caza sistemática de gatos en el Jardín Botánico. Para liquidarlos, de a miles. Y lanzarlos hacia la calle. Por ejemplo desde el parlamento, por «culpa de Boudou». O de cualquier ministerio o institución del Gorro Frigio.
Es la consecuencia trasnochada de la eficaz Agencia de Colocaciones La Cámpora. Que logró ubicar camporistas temiblemente salariales en todas partes menos en la AFIP (Echegaray y Michel los espantaban).
Debe aceptarse la metáfora de los gatos. Es más compasiva que la imagen populista de los «ñoquis». Aluden al mismo desastre redituablemente heredado. Justifica hasta la impericia eventual, la desorientación, o la desertificación de ideas del Recién Venido.
O se justifica hasta la más rotunda incompetencia. Como ocurrió con la fuga de juguete, que hoy se dirime entre los altos maizales, yuyos de Santa Fe.
Pero circunstancias penosas, como la fuga de juguete, nos aproximan a la idea del suicidio culturalmente colectivo.
Trátase de una sociedad que culpabiliza a la policía que debe custodiarla. Catalogada, con inocente frivolidad, por lo menos de mafiosa. Por cualquier panelista, locutor o funcionario.
Es una policía, provincial o federal, tan degradada como el sistema penitenciario. Con la sucesión de diatribas a canilla libre, que se disparan con balas de cebita por televisión. Hasta condecorar a cualquier uniformado, con el estigma de la sospecha, aunque deba dar la vida a veces por un sueldo. Para identificarlo con un ladrón. Un coimero de ocasión, un narcotraficante, valijero o, por lo menos, asesino.
Al menos hasta el cierre del despacho, para denunciar un choque de automóviles o la pérdida de un documento todavía hay que dirigirse hacia la comisaría, y no a un estudio de televisión. Y debe tratarse, que se sepa, con policías. No con locutores.
Como cuando se produce una violación. Una virtual paliza de género. O una pelea a palazos en el cráneo con el vecino, por un árbol o una medianera. O cuando un «canita», de los que arrancan desde abajo, tiene la competencia del Gorro Frigio para interrumpir el paso de cualquier móvil. A los efectos de verificar el registro, la patente, la tarjeta verde. Y demostrar que no es ningún Lanatta.
Versatilidad para el desconocimiento
Lo que alarma, en definitiva, es la versatilidad para el desconocimiento básico.
El desconocimiento asociado a la inexperiencia, con el complemento impune de la ingenuidad.
«No hay peor torpe que el torpe con iniciativas», decía Wilde (Oscar).
Se remite de inmediato a la improvisación más elemental.
Son datos que incitan a dudar prematuramente sobre la capacidad de Los Recién Venidos para conducir la deplorable «herencia recibida». Que es, para colmo, compleja.
No se resuelve con danzarines, con bici-sendas ni vías rápidas. Menos con frases huecas que apunten al corazón de los desesperados que necesitan creer.
Transcurrió apenas el primer mes del Período de Gracia, de los cuatro comprometidos por el Portal (que cumple).
Significa que los desaciertos de los Recién Venidos no se van a acentuar, con rigor ni crueldad. Al contrario, se los trata con el máximo beneplácito voluntario. Pero sin deslizarnos por el desfiladero de la indulgencia cómplice. Como el que ensayan los innumerables «buscapinas» de medialuna enarbolada que siguen los lineamientos de los grandes medios. Y en especial del gran beneficiario de las innovadoras modificaciones.
Del cambio, que sorprende con la potencia de la «decretocracia». Es decir, la coincidencia con los decretos de los Recién Venidos que transformaron al Poder Legislativo en un cotillón costoso e innecesario. Y obligaron a retroceder, con un par de decretos, a la estrafalaria Ley de Medios, calificada de mamarracho por el «peronista perdonable» que conforta a los gorilas.
La Ley de Medios cae para siempre. O al menos hasta que se garantice la destrucción del Kirchner-cristinismo. Es la patología alucinada que se atrevió a declarar la guerra irresponsable al Grupo Clarín. O al Periodismo, como funde el Premier Peña.
Del Clarín miente a Clarín manda
Aquí debe constatarse que Macri, a su pesar, facilita el refortalecimiento de Clarín. Con penetrante dolor en su retaguardia, Macri parece haber entendido el fuerte mensaje, que en realidad es la gran lección.
Clarín es quien manda en la Argentina. Del Clarín Miente se pasa entonces al Clarín Manda.
Y como en el fondo a Clarín se le debe la presidencia, Los Recién Venidos tienen que obedecer.
Cambiemos cambia sobre todo la concepción. La relación de fuerzas entre el Estado y el Grupo Clarín. Durante los últimos siete años demenciales del Kirchner-cristinismo, se registró la tensa situación de beligerancia activa. Acabada electoralmente la virulencia de la guerra, ahora el Estado pasa, de ser enemigo, a formar parte del servicio doméstico del Grupo Clarín.
En la plenitud de sus excesos, en la «falsa escuadra» del tango Fangal, La Doctora se propuso apresar a la señora Ernestina. Y al líder real del bando enemigo, Magnetto.
Al perder la guerra, al quedarse La Doctora sin el manejo del Estado, es Magnetto, el poderoso, que sorprende a sus pares empresarios con el sexo político de 40 metros. Y es el que se propone encarcelarla. A La Doctora. Y a Aníbal, de paso, que insiste en su foquismo solitario, con su patrulla personal y perdida.
Por lo tanto Clarín estimula a los Recién Venidos con la implacable caza de los otros gatos que fueron voraces en el gran Botánico del país. Los quiere en Comodoro Py.
Y la generosidad de Clarín brinda a la decretocracia otros servicios suplementarios. Con el coro de los infinitos buscapinas, transforma el tempranero papelón de la fuga de juguete, en una cruzada inicialmente antikirchnerista. Pero que salpica, en realidad, a la casi totalidad del peronismo bonaerense. Al que amontona en el mismo paredón.
En el medio, con su serena vocación para el descanso, y con su objetivo de bronce, Macri registra con impotencia el crecimiento de Clarín, que lo hace dependiente.
Entonces le dibujan la cancha y le marcan la agenda.
No le queda entonces otra alternativa que desmantelar el peronismo. Justo cuando arrancaba con la ilusión del «arte del acuerdo».
Final con regreso de la miniserie
Mauricio tiene que acordar, en definitiva, con Sergio Massa.
Con lo que resistió en la campaña la súplica de los empresarios para que se asociara a Sergio. Cuando prefería ganarle y, de ser posible, desplazarlo del escenario, entretenerlo con la Banelco para que no bajara la postulación.
Pero hoy Mauricio lo necesita imperiosamente a Sergio para gobernar. Para avalar la fragilidad de la decretocracia. Aunque sienta que en el fondo la señora María Eugenia se excedió al cederle la «caja» de la legislatura provincial. Es para otra entrega de «Cómo ganar amigos».
La cuestión que Sergio cumple el demorado sueño de vivir de la Banelco black de Mauricio. La que antes pagaba Nicolás. Nicky, el Co Presidente que busca, en el desbarajuste, su identidad. También ampliaremos.
Sergio suple a Daniel, el personaje que era el protagónico principal, y hoy es secundario en la miniserie.
Es Daniel el vencido que sigilosamente se desgasta entre la irreductible demolición de su figura. Mientras se disuelve también entre el fraticidio del «fuego amigo». Con el otro vencido. Aníbal. El foquista disparador de la patrulla solitaria y perdida que adquiere inesperado protagonismo gracias a la fuga de juguete. Por el prematuro papelón de los Recién Venidos que reclaman diversos Estados de Emergencia.
Aunque sólo falta decretar, entre tanta decretocracia, la Emergencia Intelectual. A tratarse, en todo caso, más allá del Periodo de Gracia (a partir del 10 de abril, después de los 120 días. Y Asís Cumple).
Jorge Asís
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