Diversos polos de Sandra
Derivaciones de la torre liberada de Le Parc.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Para la miniserie, la doctora Sandra Arroyo Salgado, La Ex -jueza federal de San Isidro- representa el personaje más enigmático. Contiene un rol dramáticamente complejo, contradictorio. Casi atrapante.
Debe hablarse de Sandra para entender mejor el caso del extinto Alberto Nisman y su circunstancia. El Ruso, como lo llamaban en aquel juzgado de Morón, hacia finales de los 80. Cuando Nisman fue prosecretario del juez federal Larrambebere. Y trabajaba, con el clásico rigor del obsesivo, en el expediente del catastrófico operativo guerrillero de La Tablada. Episodio que tiñó de tragedia grotesca el ciclo de Raúl Alfonsín.
Por entonces El Ruso, un «hiperactivo escalador», conoció, según nuestras fuentes, al profesional de la inteligencia. Un cuadro de calle que hurgaba en el mismo desastre. Jaime Stiusso, El Ingeniero. Fue aquí que comenzó a fascinarse con el mundillo elitista del espionaje.
26 años después de aquella aventura desesperada del ERP residual, El Ruso y El Ingeniero, por otro motivo, ocupan la centralidad del verano. Derivaciones de otro enero deplorable.
Nisman, el fiscal, por ser hoy el cadáver servido. Plantado oficialmente como un suicida. Aunque persisten graves indicios. Señales que El Ruso -pobre- puede ser la víctima del crimen que tiñe de grotesca tragedia el ciclo final de La Doctora. La que adhiere, hasta el cierre del despacho, a la teoría del asesinato. A la creencia que le tiraron un muerto.
Suicidio u homicidio, debe aprender a resignarse. El muerto históricamente le pertenece.
El otro ocupante de la centralidad es El Ingeniero. Por ser construido como el gran demonio de los servicios, por el mismo gobierno que le facilitó el ejercicio máximo del poder, en su oficio rutinario del espionaje. Asumen el riesgo de transformar a Stiusso en otro mito exagerado del país berreta. Y presentarlo como un posible fusible, indispensable para responsabilizarlo del «suicidio inducido». Es la pedantería teórica que sirve para ataviar de retórica la sucia vulgaridad del asesinato. Pero con la escenografía patética del suicidio a la bartola.
Si el gobierno aspira a que El Ingeniero cumpla ese rol, juega -según nuestra evaluación- con fuego.
Aunque es altamente probable que algún irresponsable de la administración haya atravesado el límite y suponga que es factible jugar con el fuego. Como para instalar la instancia de las boletas que conduce, en todo caso, a la excepcionalidad del Estado de Sitio.
De todos modos, el crimen de Nisman no necesitó de ningún sicario sofisticado. Porque sobraron las horas apacibles del domingo moroso. En la Torre sospechosamente liberada de Le Parc.
Bastaba con la rudeza precaria de cualquier pesado barato. Con la instrumentación de algún lumpen del suburbio. De los tantos que suelen captarse para conformar las bandas. Y que El Ruso, según nuestras fuentes -con la colaboración informativa de El Ingeniero- pretendía investigar. Y denunciar.
Guapos borgeanos que combinan arraigo popular con violencia. Guapos bancados. Habilitados. Ampliaremos.
Entrecruzamiento de desconfianzas
Pero es en Sandra donde se concentran los diversos polos de la historia. En pleno entrecruzamiento de desconfianzas.
Abundan los desconfiados que sugieren que Sandra, en la investigación, representa -una ilusión- a Jaime Stiusso.
«Olvidate, ella es Jaime», confirma la Garganta, con algún fundamento informativo.
Descuenta que la jueza mantiene un compromiso de lealtad con aquel que mucho la ayudó para hacerse cargo del Juzgado federal de San Isidro. Junto, por supuesto, a Alberto Nisman, que aún era su marido.
Cabe consignar que la dama estaba perfectamente preparada para conducir el juzgado. Con méritos propios, aunque innegablemente los amigos desde La Tablada fueron fundamentales para promoverla.
Otros desconfiados, con información más actualizada de distinta intensidad, sospechan que Sandra representa, en realidad, al gobierno. Con el que mantuvo excelentes relaciones.
Consta que se mantuvo a la vanguardia en causas prioritarias que tuvieron un epílogo humillante. Como el tema sensible de los hijos de la señora Ernestina de Noble, por ejemplo.
Los alucinados que creen que Sandra es operadora del gobierno se basan en alguna rara certeza. Cuando comenzó la Servilleta’s War (cliquear), o sea la guerra presupuestaria de empleados del estado que se dedican a la tarea literaria del espionaje, Sandra saltó. No se quedó con el ballet de Stiusso. Al contrario, y eso agravó, según fuentes, las diferencias con el infortunado ex. Trasciende que ella se entendió mejor con los rivales internos, como por ejemplo La Banda del Búfalo, que capitaneaba el servis Pocino, instrumentador del expediente de los pinchadores de emails. Cuentan que sólo para alojar la causa en San Isidro inculparon a un General retirado. El dossier de los emails mantiene estampados a un grupo de periodistas que sirven, en realidad, de complemento, para el periodista principal que el gobierno aspira a embocar. Es uno de los dos columnistas superiores de La Nación.
Por último aparecen los desconfiados del gobierno. Los que suponen, con acierto, que Sandra está convencida que a Alberto, el padre de sus hijas, lo asesinaron.
«Sé que esta no fue tu determinación», dijo Sandra, en la otra Tablada. El cementerio israelita. Cuando la comunidad decidió que Nisman no era ningún suicida.
Festival de la Irregularidad
La jueza Sandra está en la causa como querellante, en la lógica representación de sus hijas. Con sus conocimientos e intenciones de trasladar el dossier Nisman, según nuestras fuentes, al fuero federal. Para alivio, acaso, de la desbordada fiscal Viviana Fein. La jurista que sobrevive malamente a las presiones de la Doctora Gils Carbó, Cancerbera del Despojo.
En el cenit de la tensión, la fiscal Fein alcanzó a confesarle, según nuestras fuentes, al doctor Godoy, autoridad del Cuerpo Médico Forense:
«Oculto pruebas porque esto es un escándalo nacional».
Con seguridad, le costará ocultar, las pruebas de la referencia, a Arroyo Salgado. A quien estaba ausente cuando ocurrió «el dudoso» deceso de Alberto. Cuando existieron tantas horas libres en la torre liberada de Le Parc. Como para ensayar el grotesco Festival de la Irregularidad. Con custodios desorientados, que ni se comunicaron al 911. Y que iban y venían con doña Sara, la madre, que retiró efectos. Ampliaremos.
Mientras tanto, brotan derivaciones complementarias del Caso Nisman. Son otras desconfianzas que adquieren intensidad natural. Políticos y empresarios ya toman precauciones que casi no tenían en cuenta. Como el delicado asunto de la custodia.
Florecen los llamados de control, para averiguar si el amigo, el hijo, el jefe, llegó.
«Se arranca con un fiscal o un juez, se sigue con un periodista o un candidato», confirma la Garganta. Se siente la fría combinación de temor y el estupor.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
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