El éxodo hacia Tartuz
GEOPOLÍTICA - Mientras tanto Bashar emprende la batalla final en Alepo y Damasco.
Artículos Internacionales
escribe Osiris Alonso D’Amomio
especial para JorgeAsísDigital
Gracias a la extraordinaria capacidad de obturación de Rusia y de China, que deciden enlodar sus efectivas diplomacias en el insustancial Consejo de Seguridad, la carnicería de «Bashar, el oftalmólogo» (cliquear), resiste en la Siria estragada. Y próximamente aún más destruida. Sobre todo si Bashar Al Assad tiene suerte en la contraofensiva que hoy emprende en Alepo, el corazón de la economía, y en Damasco, la capital política. Entonces podrá ofrecer, a «la indiferencia del mundo», otras decenas de miles de muertos para quedarse, al menos, alguna semana más.
La dinastía de los Assad agoniza admirablemente. La dictadura, en la práctica, ha terminado. Sólo falta aguardar el detalle técnico de la capitulación. Acaso para sorprendernos después por la catástrofe posterior que deja. Y que permite la osadía imperdonable de comparar. Si no convenía, en efecto, la continuidad de la misma. Sin asumir la peste social de la democracia inimaginable. A la que va a costar adaptarse, y que invariablemente, a nuestro criterio, va a ser positiva. Un adelanto. Pero sin desestimar la magnitud de los rencores permanentes que se multiplican. Como el impulso por la venganza irreparable de los sectores de punta. El odio previsible de los degradados. De los mayoritarios sunnitas, sobre la secta minoritaria de los alauitas que abusaron, como corresponde en la región, del poder. Durante 42 años.
La primavera que defrauda
Es precisamente el turno del éxodo de los alauitas, hacia sus lugares de procedencia.
Desde los diversos confines de Siria. Hacia la bella Lataquie, y, sobre todo, hacia Tartuz. Es la prueba de garantía que al régimen tambaleante de Bashar le quedan, apenas, días. Alguna semana. La utopía de un mes. Faltan un par de miles de muertos más. Para alcanzar el desafío colectivo de construir algún esbozo de sociedad, después del entusiasmo destructivo.
La llamada «primavera árabe» defrauda, comprensiblemente, a los distraídos.
El caos que se hereda representa la antesala de la primacía de los radicalizados sectores que mantienen, al menos, cierta capacidad de organización. Son los Hermanos Musulmanes. Los que difícilmente alcancen, en Siria, por los efectos secundarios de antiguas carnicerías (los veinte mil muertos de Hama), la precipitada madurez que debieron alcanzar en Egipto. Donde los Hermanos golearon en las elecciones que presentaban alternativas tan poco apreciables para Occidente. Vaga amplitud que contiene a los que no terminan de aceptar su responsabilidad en la catástrofe.
Si se es realmente demócrata no se les puede negar, a los musulmanes radicalizados, el acceso al poder. Para estupor, al menos, del poder permanente. El que representa, en primer lugar, Estados Unidos. Junto a otras potencias de menor envergadura que debieran anotarse, también, en la lista de los culpables de la masacre. Por los desastres cercanos, paulatinamente ocasionados. En simultáneo, en Irak y en Afganistán. De donde debieron anticipar la partida que deja, en el caso de Irak, a innumerables miembros de La Base (Al Qaeda). En condiciones triunfales de servir a los rebeldes sirios que pugnan por terminar con los días del Oftalmólogo. Pero para manchar y banalizar, en definitiva, sus causas.
Como si la irrupción de los cuadros de Al Qaeda sirvieran para imaginar la dimensión de la incertidumbre. La que se arrastra para el día después de la «Revolución». Y que tiñe de decepción anticipada a la «primavera» que defrauda. Al extremo de admitir la barbaridad del efecto comparativo.
En sus respectivos territorios, los líderes derrocados se encargaban de combatir el fundamentalismo islámico de los ultras. Los que reaparecen con la desperdiciada primavera.
Desde el inicial Sadam Hussein, en Irak, o los «primaverales» Ben Alí, de Túnez, hasta Moubarak de Egipto, Khadafi de Libia y Al Saleh del Yemen.
Aceptarlo significa subrayar la equivocación históricamente básica de George Bush, el junior. Inspirado en la frenética necesidad de encontrar a los culpables del peor atentado que humilló a la máxima potencia ofendida. Arrastraron entonces a Occidente en el error redituable de buscarlos en Irak, donde para colmo no estaban. En su desesperación tan favorable para la industria bélica. Y a los efectos de derrocar precisamente al tirano que les había pertenecido. Enemigo natural de los responsables del acto terrorista. De la humillación.
Emerge Turquía
De todos modos, la Siria post Bashar permite conjeturar sobre la colección infamante de ganadores y perdedores. En el negocio de las ruinas.
Una alarmante afectación, en el plano interno, es para los cristianos de Siria. Ortodoxos que se recostaron, tradicionalmente, en el poderoso. Con Haffez primero, el padre, y después con el hijo Bashar. Con el objetivo atendible de sobrevivir, de pasarla lo mejor posible en la tierra del Islam.
En el plano externo debe destacarse, sobre todo, la afectación de Israel. Cínicamente Israel debe aceptar la conveniencia geopolítica de tratar con los dictadores. Confiables con los que se podía negociar el drama cotidiano del litigio. Con la violencia retórica y algunas mesuradas explosiones.
Pero se asiste en simultáneo, aquí, a la afectación del Hizbollah. Es el partido cívico-militar libanés. El Hizbollah es el grupo chiita que se jacta, con fundamentos militares, de haberlo vencido, en su oportunidad, al blindado Israel. Y que hoy controla, en cierto modo, el complejo entramado confesional-institucional del Líbano. Protegido por la Siria alauita de Assad, el aliado tradicional del chiismo persa. Es decir, de Irán. Es el otro afectado principal por la «primavera siria».
Irán debe literalmente resignarse, en adelante, a la gravitante influencia regional de Turquía.
Es Turquía que emerge, en nuestra evaluación, como la potencia de clase media. Pero ganadora. Israel tardíamente lo comprende y tiene que reparar el error de haber atacado, en su miopía estratégica, aquel barquito solidario.
Irán asiste, aparte, a la consolidación temporaria del otro adversario interno. Regional. La Arabia Saudita, y el Qatar. Desde donde surge, otra vez, las fuentes del apoyo materialmente moral para los vencedores. Al menos para que se dilaten, en su territorio, los gérmenes de la rebelión. Para que tarde, preventivamente, la «primavera saudita». O no llegue, lo más deseable, nunca.
De todos modos Bashar aún resiste. El Oftalmólogo concentra a los leales de hierro, aferrados por el estigma del temor. Deben combatir por incuestionables convicciones. O porque no pueden, al menos hasta hoy, pasarse de bando. Traicionarlo, para sobrevivir. Como cualquier cristiano.
En su cuesta abajo, Bashar decide encarar la feroz batalla de Alepo. Y retomar el control total de Damasco. Y hasta recuperar algunos perdidos pasos fronterizos, sobre todo en la proximidad de Turquía. Bashar resiste con la convicción por la permanencia que no tuvieron Ben Alí, Hosni Moubarak o Kadhafi. Merced, aquí, a la explicable protección de China, que le imposibilita a los Estados Unidos adoptar cualquier decisión unilateral. Como en la Yugoeslavia de los noventa. Y sobre todo por la protección de Rusia, que hoy daña severamente el prestigio de su diplomacia. Aunque ni siquiera podrá evitar que pueda gestarse un nuevo estado. El de la confesionalidad alauita. En la proximidad de su principal base militar del Mediterráneo. En Tartuz. El destino final de los alauitas aterrados que decidieron emprender colectivamente el éxodo. Hacia el refugio salvador. Amparados por los misiles que hoy conduce Putin, con su ensueño neo-soviético.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.com
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