Nuestra César contra El Charol
Cristina no aprendió de Néstor La Lección Triangular.
Artículos Nacionales
escribe Jorge Asís
«Con tal de mantenerlo siempre cerca, El Furia, como lo llaman ustedes, puede darle, al Negro, hasta el c… El corazón, entiéndase».
De «La sociedad asustada» (cliquear), 29-9-2010
París
«Cristina no aprendió de su marido La Lección Triangular», explico, en La Rotonde de Montparnasse.
«Pero aún puede salvar su gobierno».
Al asumir, Néstor Kirchner, El Furia, supo interpretar el poder, en la Argentina, como si fuera un triángulo imperfecto.
En el vértice principal, situaba al gobierno (aquí sinónimo de Estado). O sea Él.
En el segundo vértice, El Furia lo situaba a Héctor Magnetto, El Beto, Ceo del Grupo Clarín. O sea la comunicación, instrumento fundamental para el éxito de su proyecto.
El tercer vértice lo ocupaba Hugo Moyano, El Charol (cliquear). O sea la fuerza del trabajo, de la acción o, por supuesto, la parálisis.
Tomografías informativas
Ambos vértices, Magnetto y Moyano, instaban a El Furia, por mera presencia, hacia la opción más trascendente. Conflicto o conciliación.
Después de encargar las tomografías informativas de los dos, a los efectos de hurgar entre los puntos vulnerables, sobre todo en materia judicial, El Furia optó por el camino sensato. Conciliar. Aunque los despreciara.
(Podría también, en un sentido clásico, citarse otro vértice. El poder moral, representado por la Iglesia. Para diseñar, en todo caso, un rectángulo. Pero Kirchner, de entrada, les dio menos importancia a los curas. Siguió sin saber el ejemplo de Stalin, cuando cínicamente dijo: «El Papa, ¿cuántas divisiones?»)
Tres aparceros
Significa confirmar que El Furia los metió en su bolsa, con facilidad, a los otros dos vértices. Los tuvo adentro a Magnetto y Moyano. Entibiados entre las complacencias de su bolsa.
Entre el 2003 y el 2007, podían entonar perfectamente «La canción de los tres aparceros», de Leopoldo Marechal.
No se adoraban, ni se valoraban, pero compartían los réditos.
El Furia conquistaba, imponía la hegemonía.
El Beto expandía sus negocios. Comía churrasquitos con El Presi y avanzaba con extraordinarias fusiones empresariales. Hasta el 2007, El Furia lo llevó al Beto de la mano, con concesiones medidas. Pero distaban de atenuar la explicable voracidad del vértice comunicacional. Todavía no había terminado con la zanahoria de la fusión Cablevisión-Multicanal cuando el Beto ya se lanzaba, también, por las acciones de Telecom, en un litigio ampliamente tratado en el Portal.
A El Charol, por su parte, El Furia le permitía la prepotencia de crecer. Expandirse peligrosamente. Piratear, incluso, a otros gremios, para Camioneros, algunos afiliados innecesarios, para instalar aquí, tal vez, su aspecto más reprochable.
Lo importante para El Furia era mantenerlos en su bolsa. Garantizaban decorosamente, en período de abundancia, el éxito de su gestión.
Irrupción de Nuestra César
El cuento triangular cambia en diciembre del 2007.
Cuando El Furia decide, en una olímpica decisión democrática, transformar, en Presidente, a Nuestra César. El tema da para ensayar, incluso, la variante psicoanalítica.
Puede asegurarse aquí que, si El Furia seguía en el poder, no iba a existir ni la apodada «crisis del campo», que fue devastadora para Nuestra César, ni tampoco la aquí tratada «Guerra de Convalecientes» (cliquear).
Entre Kirchner, El Furia, y Héctor Magnetto, El Beto.
Pero después de haberse asegurado El Furia el apoyo incondicional de Moyano. Fue El Charol que arrancó con el primer cartelito «Clarín miente».
De los tres vértices armónicos del triángulo se pasó, precipitadamente, a las zozobras de los dos vértices contra uno.
El Furia y El Charol contra El Beto.
Debe aceptarse que la «Guerra de Convalecientes» concluyó con el triunfo del desgarrado, lacerado Magnetto.
El Furia explotó en octubre del 2010. Mientras tanto El Beto, cargado de apliques, aún sobrevive. La tensión del conflicto resultó prioritaria, según nuestras fuentes, para su recuperación.
Sobre el arte de arrugar
Nuestra César, en el vértice del Estado, no arruga. Como solía arrugar Kirchner. Definido, aquí, como un «duro en el difícil arte de arrugar».
Pero no arrugar, en Nuestra César, es un defecto. La pobre no sabe conceder, como concedía su marido.
Su vehículo desmesurado no contiene el atributo de la «marcha atrás».
La opción es llevarse todo por delante, o estrellarse.
La segunda alternativa parece ser la más probable.
Nuestra César no aprendió, de su marido, el arte de arrugar. Una lástima. Creyó en la eficacia del relato y decidió profundizar la cotidianeidad del conflicto.
Pero ya no contra un solo vértice. Magnetto. Fue de frente contra los dos polos de poder.
Agrega Nuestra César, en la ofensiva de ir por todo, a El Charol. Moyano.
A los dos vértices que su marido mantuvo hábilmente entibiados en su bolsa. Y que le facilitaron el acceso a la hegemonía. Hasta generar, incluso, la omnipotencia hereditaria. Nuestra César emerge como consecuencia de aquel manejo. Pero para cometer, entre tantas chiquilinadas, la torpeza de provocar que los otros dos vértices, el de la comunicación y del trabajo, o sea Magnetto y Moyano, El Beto y El Charol, transitoriamente se entiendan. Sin siquiera reunirse.
Aliados, El Beto y El Charol, contra la apasionada intención de volcar de Nuestra César. Con heroica inutilidad.
«Sin embargo Cristina aún puede salvar su gobierno», explico, aún en La Rotonde, esquina de los bulevares de Montparnasse y Raspail. Ampliaremos.
Jorge Asís
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