La representación del fracaso
Scioli, para Cristina, es Angeloz para Alfonsín. O Duhalde para Menem.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Como a la Dictadura Militar, como al alfonsinismo y al menemismo, al cristinismo también se le torna imposible la gestación de la «cría». La continuidad asegurada.
Para Cristina, Nuestra César, la proyección de Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol, es la representación gráficamente anticipada del fracaso político. Colectivo y personal.
Similar a lo que fue, para Raúl Alfonsín, la proyección inevitable de Eduardo Angeloz, en 1989.
O lo que también fue Eduardo Duhalde, para Carlos Menem, en 1999.
La centralidad
En la Argentina, los ciclos históricos suelen concluir invariablemente mal.
La centralidad -característica del presidencialismo con instituciones frágiles- es totalmente ocupada por el poderoso de turno.
Sea Alfonsín, Menem o Cristina. Aquí, la construcción de continuadores suele caracterizarse por sus carencias.
El sucesor alternativo, el heredero que crece, suele mantenerse y proyectarse desde la fuerza interna y es, en general, sospechoso.
Combatido por los que ni tienen esperanzas de crecer. Los que se aferran a la egolatría del Conductor, que detesta, en el fondo, ser heredado.
Porque aspira, en definitiva, a proseguir. Por la certeza de creerse providencial. Siempre les hace falta un mandato de más, para concluir la «obra transformadora» (aunque sólo transformen las contabilidades de los que aprovecharon los réditos de la etapa benéfica).
Néstor Kirchner, El Furia, que llegó en el 2003 merced al dedo de Duhalde, logró sortear con originalidad, en el 2007, la dificultad sucesoria. Al recurrir a la sorprendente trampita conyugal. Y colocar, merced a la arbitrariedad del dedo propio, a Cristina, su esposa. Como Encargada de Negocios, pero sólo para el período 2007-2011.
Al Furia, el plan iba a salirle, como correspondía, mal. La irrupción irresponsable de la muerte le quebró sin contemplaciones la estrategia. No podía aceptar que La Encargada de Negocios midiera diez puntos más.
La guadaña de La Parca resolvió, naturalmente, un problema político.
De Videla a De la Rúa
De acuerdo a la confesión literaria del General Videla, en 1978 la Dictadura supo registrar sus momentos de plenitud.
Les iba tan bien a los comandantes, los fundadores del nuevo orden, que se hablaba hasta de la «cría del Proceso». La continuidad diseñada, que el Almirante Massera pretendía arrebatarles.
La idea de «la cría» contenía el optimismo estremecedor. Porque iban brutalmente a estrellarse.
Agonizarían con el General Bignone, como cabeza de la Comisión Liquidadora. Debió entregarle el cetro, en 1983, a Raúl Alfonsín.
Con el advenimiento de la democracia, Raúl Alfonsín derrapó también en el énfasis fundacional.
En la instancia de la plenitud, 1984, supo atormentar a los columnistas seducidos con las fantasías del Tercer Movimiento Histórico. Pretendía absorber al peronismo (predominaban los peronistas que preferían ser absorbidos, sin el menor esfuerzo, solos).
Pero el alfonsinismo, como la Dictadura, tampoco iba a dejar ninguna «cría». En el furor del caos económico, Alfonsín debió arrojarle la candidatura radical, por la cabeza, a Eduardo Angeloz, que encarnaba un radicalismo clásico, profundamente antagónico de los modos de aquella moda.
Nada tenía Angeloz, en común, con los desbordes estratégicamente fervorosos de Alfonsín. Menos, aún, con sus entonces «jóvenes turcos» de La Coordinadora, el antecedente real de La Cámpora.
Entre llamaradas, Alfonsín concluyó con la entrega anticipada hacia el peronista Menem.
En su extenso reinado de los noventa, el menemismo tampoco dejó ninguna cría. En realidad, ni le interesaba. Ningún otro que no fuera Carlos Saúl Menem podía ser. Es la tesis del Portal que indica que la cría, en la Argentina, es estrictamente imposible.
Mediante la reforma, Menem, en 1995, logró sucederse a sí mismo.
Duhalde, con Menem, iba a funcionar como Angeloz para Alfonsín. Desgastó el rol del antagonista interno. Del oficialista crítico, que impugnaba aquel modelo, el de la Convertibilidad, por exitosa. Estaba explícitamente puesto con el objetivo de perder.
Angeloz perdió ante Menem y el peronista Duhalde perdió ante el radical De la Rúa. Aquí estallan las teorías y se desata otro fenómeno, para tratar más adelante.
Circularidad
Cristina, como buena discípula de Menem, se sucedió a sí misma en 2011.
Aún tiene Nuestra César más de tres años para gestar la «cría». La ilusoria continuidad del modelo («de crecimiento con inclusión social»). Ya extinguido.
Para los fundamentalistas del cristinismo -y sobre todo para Cristina-, la perspectiva de entregarle la banda a Scioli es directamente inimaginable. Aunque Scioli se haya caracterizado por la lealtad casi excesiva.
La representación del fracaso circular. Como lo fue, para los alfonsinistas, naufragar en Angeloz. O para los menemistas, en Duhalde.
En el esquema vigente nadie, alrededor de Nuestra César, debiera crecer sin su consentimiento.
Y al que se obstina, e incluso y exhibe la apetencia de crecer, sin ser «del palo», como Scioli, les corresponde masacrarlo. Porque su mera presencia, su diferencia, constituye un desafío.
Le pone imperdonable fecha de vencimiento al poder de Nuestra César.
A la endiosada que deben asegurarle la certeza de la eternidad. Aunque se reduzcan, apenas, a amagues falsos.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
Continuará
Manténgase conectado.
Relacionados
El parravicinismo libertario contra el peronismo del año impar
Momento pleno de inflación baja, pero de ambición larga.
La delincuencia al poder
La justicia argentina tampoco se queda atrás en el vasallaje del ridículo. ¿Y si les vuelve a ganar?
Lucha por el poder en La Pajarera
Acaso peronismo sea todo aquello que subsiste después de las declinaciones de las modas dominantes.