¿De qué se ríe, Boudou?
Sonatina de Rubén Darío. "El Descuidista está contento, ¿qué tendrá El Descuidista?".
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural
especial para JorgeAsísDigital
Como narradores y poetas, Humberto Costantini y Mario Benedetti mantienen ámbitos comunes de pertenencia. Por la reconocida maestría en el coloquialismo urbano. Por cierto realismo tradicional, aún rescatable. Sobre todo por el fenómeno unificador, entre la obra literaria y la ciudad.
Montevideo, para Benedetti. Buenos Aires, para Costantini.
Ambos maestros también interpelaron el mero acto de reír. Benedetti lo hizo en «¿De qué se ríe?».
Es una «Letra de Emergencia» transformada, con astucia, en canción. Fue magistralmente interpretada por Nacha Guevara (ver el video ilustrativo).
Por su parte, Costantini interpela la risa burlona, en el dramático monólogo «¿De qué te reís?». Adquirió el formato del cuento impecable, en primera persona. Ver «Una vieja historia de caminantes» (CEDAL).
Por suerte, los extintos Costantini y Benedetti nada tienen que ver con el vivo Amado Boudou. Ni desde el punto de vista vital, ni -menos- ideológico. Salvo que, a la distancia, desde la estética parecieran interpelarlo. Al verlo reírse tanto, respetuosamente Benedetti podría preguntarle.
«Señor vicepresidente, ¿de qué se ríe?».
En confianza, canchero, conocedor de personajes semejantes, Costantini podría preguntarle:
«¿De qué te reís?».
Agregaría, acaso, el adjetivo descalificador. Como aquel que le estampó Ergueta a Erdossain, en la novela de Roberto Arlt.
Sonatina
¿De qué, y de quién, se ríe Boudou?
Es la gran pregunta. La sociedad aún reclama la respuesta.
Al contrario de la princesa de Rubén Darío, en la «Sonatina» de Boudou, «El Descuidista está contento».
«¿Qué tendrá El Descuidista?».
Se lo puede ver radiante en el Salón Blanco. En cualquier acto televisado, con o sin cadena.
Al lado, en general, de Nuestra César. La Protectora. Siempre cerca. Sin perderle nunca el hilo sisal de la mirada.
Ella es: «La que te puso, no te olvides, yo te elegí».
Se lo aclaró durante la explicable rabieta. Por lengua larga. Después de tildarlo «El Concheto de Puerto Madero».
Aunque, cuando todo termine, si salen bien del presente verso, ambos serán consorcistas del mismo edificio.
En la Sonatina, El Descuidista depende totalmente de Nuestra César.
No está a tiro de decreto pero está a tiro de mirada. Basta con el olimpismo del gesto. Para que deje de reír.
Pero Nuestra César instruyó a los bonzos de la escudería cristinista. Para que salieran, aunque de mala gana, a defenderlo. Con convicción profesional. Con la fuerza del argumento equivocadamente inapelable.
«Hoy vienen por Amado y mañana vienen por mí».
La recomposición
¿Se ríe, acaso, El Descuidista, porque zafó? ¿Salió del paso?
¿O se ríe con tranquilidad porque sabe que es un hombre naturalmente dotado por la suerte?
Al Pasadiscos de Sobremonte, en la vida, le fue bien. Veneración y felicitaciones. Ejemplo para inspirar a los inquietos atorrantes del suburbio.
Ríe, contagiosamente, el señor vicepresidente, porque logró torcer la tendencia decisoria. Aludía a la recetada «Línea Máximo». Compartida, según nuestras fuentes, por Zanini.
El recurso pragmático de pedir una licencia.
«¿Me van a dejar caer?, ¿a mí? ¿por esto?», cuenta la Garganta que soltó El Descuidista.
No reía cuando, según las fuentes, soltó el mensaje doliente.
«Si me dejan caer yo…».
Triunfó, providencialmente, la sensatez. Dejarlo caer podía representar un imprevisto moral.
Entonces El Descuidista heroicamente se pudo recomponer. Costó. Fue al frente. Se batió solo.
Por lo tanto merece reírse. Porque le salió a la perfección aquel monólogo desastroso, que se tergiversó como «conferencia de prensa», ante periodistas de látex.
Cuando deslizó delaciones ponderables. Describían, explícitamente, el estado de patológica excepción espiritual que se apoderó de la república corroída. Dormida, indignada y en banda.
Con un jefe de fiscales que todos creían históricamente intachable. Pero que, en el relato de El Descuidista, mantiene un estudio prestigioso, de donde pretendían anexarlo. Incorporarlo a la cartera de clientes. Ayudarlo porque «era nuevito».
Con un presidente de la Bolsa de Comercio, siempre listo para aplaudir en el Salón Blanco, que le ofrecía amablemente la changa de hacer «un número».
Con un Juez Federal que, en principio, «quería ayudar». Después de componer un denso tratado sobre el Holocausto, el jurista iba a ser arrojado a las fieras, como cualquier cristiano medieval. Por la inveterada traición de diez mensajitos de texto.
Si se le pregunta cuánto costó, desde el punto de vista ético, iluminar los mensajitos, el señor vicepresidente, con seguridad, va a volver a reírse.
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La impunidad
Probablemente El Descuidista se ríe porque se cree totalmente invulnerable. Intocablemente impune.
Ríe porque se la puso hasta a los senadores de la oposición. Pero se ríe sobre todo porque Pichetto -pobrecito- tuvo que salir a batirse, por su honor.
Por el honor en el que nadie, en el bloque, cree.
Ríe El Descuidista, con infinita alegría, porque se la puso al «duhaldismo residual» de La Boldt.
Y porque se la puso también a la prensa hegemónica, a «la mafia de Magnetto». Y hasta se la puso al «astrólogo» del Asís Digital.
Como tiene a Nuestra César de su lado, se nos ríe en la cara porque lo hizo volar al doctor Righi.
En su decadencia, Righi pasó, de ser expulsado por Perón, a caer en desgracia por El Descuidista. Para sucederlo, acaso, por un fan. Otro de los subyugados por la magia de la guitarrita. Con el pelo al viento que cautivó a Durán Barba, que tanto influye en Nuestra César.
Se ríe con ganas Boudou porque, a aquel Juez Federal de los mensajitos, lo despacharon para otras causas. Para que aprenda.
Sólo le falta hacerse al Fiscal. Pero según nuestras fuentes ya está por caer. Nadie más va a cometer la osada infamia de investigarlo.
Se comprende finalmente que El Descuidista tenga multiplicadas razones, después de todo, para reírse. Porque los billetes de cien pesos ya se cocinan en las parrillas de Ciccone.
A través de Vandenbroele, de Nariga y The Old Fund, El Descuidista puede -si aún no dominar el mundo- llevarse a la Argentina por delante. A los panzazos y las carcajadas.
Se ríe El Descuidista porque está eufórico, optimista y pleno, envidiablemente feliz. Sin importarle el hartazgo que crecientemente genera. Junto a Nuestra César. La arrastra. Pobre.
El señor vicepresidente se ríe porque es un vivo. En la sociedad de los giles que quieren ser vivos.
Ríe porque es el auténtico ganador. Debiera provocar la masiva admiración de los perdedores.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.com
Permitida la reproducción sin citación de fuente.
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