Dilma y Berni, el Domador de Piqueteros
Carambola de Cristina a tres bandas en el Ministerio de Seguridad.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
La designación del enigmático Sergio Berni, como Secretario de Seguridad, mantiene el encanto de una carambola a tres bandas. Como las del inmortal Navarrita.
Teniente coronel, médico, senador, Berni se destacó con los Kirchner, sobre todo, por su condición de Domador de Piqueteros. Especialista en el arte de manipular la mishiadura social.
Berni cuenta, según nuestras fuentes, con una considerable fortuna personal. Un campo de casi 20 mil hectáreas en Santa Cruz. Al mejor estilo Moneta, suele impresionar, a sus huéspedes, con los 700 caballos que corren entre el viento de la provincia desamparada.
Recibe también, los fines de semana, en su quinta de los alrededores de Zárate. En Buenos Aires. Pero el Portal no tiene ningún interés en contarle las costillas.
50 años, arrebatado, siempre tenso, Berni es de imposible concentración para una reunión que supere los diez minutos. Emerge como un hombre de acción, más que de pensamiento. Por su instrucción de comando militar, el cuadro actúa más rápido de lo que piensa. Y suele ser de renuncia fácil. Intempestiva.
«En cualquier momento se te enoja y te puede plantar», consigna la Garganta.
Como cuando fue Secretario de Abordaje Social (eufemismo administrativo para la faena de «domar piqueteros»), en el ministerio de la Hermana Alicia (Desarrollo Social).
«Una vez se enojó con Alicia y se le escapó a los Estados Unidos. Sólo Néstor pudo hacerlo regresar».
Tres bandas
Carambola a tres bandas, Berni le sirve a Nuestra César para hostigar, en materia de Seguridad, en primer lugar, a Daniel Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol.
Gobernador de la provincia (inviable) de Buenos Aires, Scioli atraviesa el momento cumbre de la decisión. Crucial para su aventura política. Saltar o quedarse atrapado, en la red. O dilatar el paso.
Mal, hasta aquí, no le va.
Por el mismo precio, Berni le sirve también, a Cristina, para hostigar al cercano adversario que, con paciencia de artesana, cotidianamente decidió construir.
Es el «vecino de enfrente». Mauricio Macri, el Niño Cincuentón, la figura principal del macricaputismo y jefe del Artificio Autónomo de la Capital.
Tácticamente Macri prefiere esquivar el combate cuerpo a cuerpo.
Mal, hasta aquí, tampoco le va.
Pero la carambola de Navarrita es -se dijo- a tres bandas. Berni motiva, ante todo, la preocupación inconfesablemente preventiva de Nilda Garré, la Ministro de Seguridad, ya apodada Dilma.
Justamente despunta Berni cuando Dilma Garré se siente acotada, después de trascender el horriblemente manejado Proyecto X. Alude al necesario espionaje encargado a la gendarmería, la fuerza hoy más atribulada. Trabajo que alguien, en el Estado, tiene que hacer. Pero que, por la hipocresía impuesta del progresismo tardío, no se puede aceptar. Ni siquiera asumir.
Ahora Dilma tiene, en Berni, clavada una presencia imprevisible. Pero fuerte, por su impostura de pingüino de paladar negro, aunque de origen bonaerense. Berni se le transforma, a Dilma, en una virtual auditoría política. Siente que le marcan la cancha.
Para colmo, según allegados que lo admiran, en conversaciones privadas, Berni confirma que «va por el ministerio».
El papelón del software colectivo, conocido como Proyecto X, posterga, al menos, el amague del proyecto presidencial de Dilma. Contenía el objetivo atendible de equipararla, en la cantera, con Scioli, el líder airesolista. Con quien Dilma compite no sólo por la hegemonía en materia de seguridad, donde pretende coparlo, rebanando la cabeza del ministro Casal.
Dilma compite con Scioli, también, en las perspectivas.
En la práctica, por la intrascendencia del Abalito, El Premier que degrada la figura del Jefe de Gabinete, es Dilma Garré la exponente principal del ala frepasista, que le aporta un cierto acné de izquierda presentable al cristinismo. Para la batalla eventual, Dilma cuenta con el sostén de la costosa red de inteligencia que no le sirve para un pepino. Y que supo armarle su Richard Burton personal. Es el galán maduro que mantiene, en la tristeza del ejército, una fila interminable de víctimas que lo odian. Pero le temen.
Para su proyección, Dilma cuenta, aparte, con el blindaje intelectual de Horacio -líder del Movimiento «Todos por Horacio»- y hasta del simpático jurista apodado -vaya a saberse por qué- El Armenio.
Coleccionador de licencias
Por su parte Berni, el Domador de Piqueteros, se encuentra capacitado para resolver las crisis derivadas del padecimiento. O, llegado el caso, para generarlas.
Angustiosas crisis protagonizadas, en general, por los desposeídos de las organizaciones sociales. O por los espontáneos minuciosamente preparados.
El atributo debiera motivar la inquietud, preventivamente simultánea, de Macri, el opositor preferido, y de Scioli.
Unidos, hasta hoy, Macri y Scioli, por el persistente esmerilamiento de Nuestra César. Y por gran parte de una sociedad que atraviesa la deplorable instancia de la saturación cultural.
Berni colecciona «licencias especiales». La primera es como militar. Gracias a El Furia, aún es teniente coronel. No padece la situación del retiro, que contiene el riesgo triste de resignarse a regar, en los balcones, como única actividad, las macetas con geranios (ver «Terapia de regadera»).
Cuenta, también, con otra licencia, como senador provincial. Donde tenía la instrucción de «jugar» con el vicegobernador Mariotto. Y es vicepresidente primero de la Cámara de Senadores, transformada en la cabecera de puente para esmerilarlo a Scioli.
Aunque Berni quiso, antes de senador, ser el intendente de Zárate. Como si pretendiera imitar a Aldo Rico, el instructor de comandos. Ampliaremos.
La cuestión que Berni hizo una escala técnica en el parlamento bonaerense. Procedía de la Subsecretaría de Abordaje Territorial del Ministerio de Alicita (Desarrollo Social). Escenario donde registró las mayores hazañas, en carácter de Domador de Piqueteros, para resolver conflictos. La epopeya más clásica consistió en descomprimir la violenta invasión del Parque Indoamericano, que tuvo los dos muertos que a nadie le interesan (Rosemari Chuna Puña y Bernardino Salgueiro), y que pasarán, hacia la indiferencia de la historia, como «Los Kosteki y Santillán» del cristinismo.
En el Indoamericano, como si fuera un comando adiestrado por Mohamed Seineldín, Berni plantó una carpa. Como cualquier ocupante más. Pero con una bolsa que disponía de 50 millones de pesos. Indispensables para su capacidad de persuasión. Y para dedicarse, arbitrariamente, al progresismo del reparto (ver «Los cuarenta» y «La pobrefobia»).
La flamante licencia legitima la penúltima voltereta. Desde el Legislativo, otra vez, hacia el Ejecutivo. Para socorrer, en el área más sensible que atormenta a Cristina, sucesora del único jefe político que Berni supo reconocer. Para jurar, como Secretario de Seguridad, «por la Patria y por Kirchner». En la ceremonia colmada de funcionarios que se esforzaban, con cierta discreción unánime, para no ser fotografiados al lado del condenado Amado Boudou. La encarnación nada literaria de Benjamín Otálora, el protagonista del cuento superior de Borges. «El Muerto».
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
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