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CELAC. La integración intoxicada

Cursilería geopolítica y bonapartismo a la bartola.

Osiris Alonso DAmomio - 5 de diciembre 2011

Artículos Internacionales

CELAC. La integración intoxicadaescribe Osiris Alonso D’Amomio
especial para JorgeAsísDigital

Los presidentes, en la actualidad, conviven hasta el hastío. Abrumadoramente intoxicados de tanta integración regional. Se encuentran con demasiada frecuencia. Ya carece de sentido disponer, incluso, de embajadores.
Para complejidad del sistema multilateral, el ámbito latinoamericano no detiene la creación de nuevos organismos. Se entrecruzan las competencias.
Ahora, sin saber aún muy bien para qué demonios sirve, y en un marco magnífico de solemne inutilidad, nace, en la probeta, el CELAC. Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
CELAC es más importante por los dos países que se omiten, que por los 33 países que lo componen.
Los omitidos -los discriminados del barrio- son Estados Unidos y Canadá. Estados que participan de la «vieja y desgastada» OEA. Como define Chávez a la Organización de Estados Americanos.
Carece de sentido, también, disentir con Chávez.
Primero, porque a un líder de su magnitud, se le debe dejar pasar, por enfermito, cualquier delirio. Pero sin tomarlo en serio.
Segundo porque la OEA es el organismo al que más cuesta otorgarle algún significado práctico. Algo que exceda del marco presentable de la ética del humanitarismo.

Poemas peligrosos

CELAC. La integración intoxicadaLa CIDH, Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, depende de la OEA. Funciona en Washington, garantía de superproducción de burocracia. Pero la CIDH porta el beneficio de irritar a los sistemas autoritarios. «En cualquier momento de la historia», como sostenía Heberto Padilla, conflictivo poeta cubano. «Siempre estará asolando un poema peligroso».

La CIDH resultó terrible para el militarismo argentino de 1979. Con el desplazamiento de la «comisión in loco», que demostró la división políticamente gráfica de las dos versiones de la Argentina. La de los familiares de los miles de desaparecidos, que hacían la desafiante cola frente al edificio de la Avenida de Mayo, para denunciar los dolorosos casos que los involucraban. Contrastaba con la euforia incentivada de la otra Argentina. Con los masivos festejantes del último gol de Ramón Díaz, en Japón, motivo de otro triunfo mundialista. El segundo al hilo. Servía para notificar que «los argentinos éramos derechos y humanos».
La grosera utilización política ya ensuciaba el fútbol. EI maniqueísmo impedía admitir que el familiar, denunciador de sus desaparecidos, perfectamente podía haberse alegrado, también, por los goles de Ramón Díaz.

El nuevo imperialismo

CELAC. La integración intoxicada40 años después, la OEA profundiza el sentido de su inutilidad práctica. Pero la CIDH continúa, por suerte, con los «poemas peligrosos». La artesanía de las provocaciones hacia los autoritarios de la coyuntura. Se permite entrometerse  en los aspectos sutiles de la libertad de prensa. Para los autoritarios menores es directamente imperdonable. Por ejemplo, para Rafael Correa, presidente de Ecuador, que apuesta, junto a Chávez, de la Venezuela Bolivariana, a que el artificio del CELAC desplace, paulatinamente, a la OEA. «Y que decrete su estado de defunción».
La reacción de los populistas autoritarios, que absorben la desorientación de la izquierda, marca la trivialización del momento histórico. El lugar del enemigo imperialista lo ocupan, en la actualidad, los medios de comunicación. La llamada Prensa -relativamente- Libre. Que es rescatablemente defendida en la OEA. Y en los países contradictorios que los inventores de CELAC, con altiva arbitrariedad, proscriben. Canadá y, en especial, Estados Unidos.

Declaraciones

CELAC. La integración intoxicadaLa producción de burocracia es típica del sistema multilateral. Se convierte en el problema principal de las organizaciones artificiales que generan. Ocultan la imposibilidad del funcionamiento racional. La acción se reduce a la suscripción de algún documento, emitido para su muerte en los archivos. Y que llevan, inalterablemente, el nombre del lugar donde fue redactado. Hoy es la Declaración de Caracas, del 3 de diciembre de 2011. Dato natal del CELAC.
La presidencia «pro tempore», del artificio, le corresponde a Piñera, el derechista de Chile que pugna por ser aceptado por sus colegas oralmente radicalizados. Para pasar la posta, en el 2012, hacia la Cuba de los inmortales Castro. Ante la indiferencia continental, habrá que soportar la próxima infatuación de la Declaración de Santiago. Y la de La Habana. Suerte que no sirvan para nada.

Para el énfasis institucional de Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Venezuela, vaya y pase. Puede llegar a entenderse, incluso, el entusiasmo que generan las divagaciones, retóricamente integradoras, del CELAC.
Se desconoce, hasta hoy, el beneficio de figurar, en semejante mamotreto geopolítico, para Brasil, Colombia, Perú, Chile. Hasta para la Argentina, piadosamente entregada hacia la gracia del bonapartismo a la bartola.

Iberoamérica

CELAC. La integración intoxicadaAntes de entenderlo, habrá que agregar el engendro del CELAC. A la vacuidad del antecedente del CELC. Completan a la enigmática Unasur. Al relato cristinista le sirve, la Unasur, para establecer que Kirchner fue un estadista que avanzó en la «unión latinoamericana». Verso puro.
Es de esperar que el CELAC no se contagie del epilogo de la catastrófica Cumbre Iberoamericana.
El desgaste iberoamericano, con sus dosis de grotesco y de crueldad, derrochó el prestigio diplomático de España. La Madre Patria cada vez viene menos respetada, acaso porque se detuvo la proyección artificial. Y, en menor medida, también dilapidó el prestigio de Portugal, entristecido entre el fado abreviador de su propia tinta. En la última Cumbre Iberoamericana, celebrada en Asunción, predominó la atmósfera que legitimó la brillante reflexión del argentino Macedonio Fernández.

«Había tantos ausentes que, si faltaba otro más, no tenía sitio».

En Paraguay daba lástima verlo a Su Majestad, don Juan Carlos. Con las secuelas de los accidentes insólitos, que complementan la torpeza tradicional de Los Borbones. El pobre Juan Carlos se vino especialmente desde Madrid, hacia el sur. Pero Cristina, por ejemplo, Nuestra César, no podía trasladarse, por su conmovedora tristeza, hacia Asunción. Manera explícita de demostrar, a los españoles, que se encuentran en la lona irremediable. Porque Cristina no estaba emocionalmente preparada para asistir a la Cumbre de Asunción. Pero lo estaba, sí, para trasladarse, al día siguiente, hacia el G-20, en Cannes.
Para celebrar -entre las paradojas de la cursilería geopolítica, y el esplendor del bonapartismo a la bartola- a los Estados Unidos y a Canadá. Dos países omitidos (por Argentina) en la inutilidad del CELAC.

Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.com

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