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La corrupción no es para pobres

El kirchnerismo como género literario. Lecturas simultáneas de Lavieri, Barone, Delfino-Alegre, Roberts y Bonasso.

Carolina Mantegari - 3 de noviembre 2011

El Asís cultural

La corrupción no es para pobresescribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital

Los divulgan las mismas editoriales y se inspiran en el mismo fenómeno. Es el género literario del kirchnerismo.
Pero el universo de «El Rekaudador», de Omar Lavieri (Planeta), se encuentra completamente disociado del que plantea Orlando Barone, en «K, letra bárbara» (Sudamericana). Y menos aún del último soliloquio de Ricardo Forster, «El litigio por la democracia» (Planeta). O de las amenas melosidades de la biografía de Sandra Russo, sobre Cristina. Entre los contrastes, aparecen las humoradas relativamente ingeniosas de Carlos Reymundo Roberts, con «Aguanten los K» (Sudamericana). Aquí Roberts exhibe la formidable convicción para hacerse -en términos literarios- el tonto.

Rostros del kirchnerismo

Lavieri, a partir del fondeo detallado sobre el ex Secretario de Estado Ricardo Jaime, comparte determinados rasgos con el universo, aún mucho más sombrío, donde indagan Emilia Delfino y Rodrigo Alegre. Son los autores del impresionante «La ejecución». Los unifica la capacidad para acumular valiosa información y transmitirla. Contienen, además, similares dificultades para procesarla. La abundante data merece, acaso, un ordenamiento superior. Para la eficacia del texto y, sobre todo, una mejor orientación del lector.

La corrupción no es para pobresEn «Rekaudador», Lavieri se introduce entre las mitologías trascendentes de las «valijas» cotidianas. Y entre las diversas transformaciones, inmobiliarias y patrimoniales, del que fuera Secretario de Transporte, y receptáculo de la totalidad de las sospechas. Aunque el texto reluce, hasta imponerse, cuando se detiene en el protagonista Manuel Vázquez, el asesor de las facetas múltiples, que desplaza en intensidad al asesorado. Es el encargado, entre otros menesteres previsibles, de contener a Daniel Jaime, emotiva y económicamente. Es el hermano quejoso del protagonista principal, Ricardo, quien, según el autor, es quien «rekauda». Para arriba. Para la «Corona», según la obra magna del ya políticamente adaptado Horacio Verbitsky, que cambió de rubro investigativo.
La habitualidad del «sistema recaudatorio de acumulación» ni siquiera se merodea en los productos de exaltación de Forster, Russo y/o Barone. Detenidos, preferiblemente, en el rostro más presentable del género literario que se estudia.
En cambio la dupla Delfino-Alegre, a través de la avanzada, minuciosamente informativa, sobre el triple crimen de General Rodríguez (ocurrido, en realidad, en Quilmes), en La Ejecución prefiere indagar, como Lavieri, en el otro rostro oculto.
El rostro trucho del kirchnerismo.

Males

Mientras Roberts, en Aguanten los K, despliega agotadoras ironías acerca de la esquizofrenia tragicómica de su identidad, Miguel Bonasso, con El Mal (Planeta) alterna, con resultados francamente más optimistas, ambos universos. Oscila entre la agresividad de los negociados, y la épica estética de las ideas. Aunque centralizado en la cruzada patrióticamente moralizadora. Intención que los distraídos pueden correctamente confundir con las causas retóricamente perdidas de la ecología. De la preservación del espacio colectivo y esas chorradas, ante el desborde de la expoliación minera de la Barrick. Por el oro.
La corrupción no es para pobresAquí invoca Bonasso la existencia de un país independientemente autónomo entre Argentina y Chile, y en un trueque estratégicamente escandaloso. De agua por cianuro. A cielo abierto.
Bonasso contiene un propósito político, excesivamente explícito. Lacerar el comportamiento del gobernador de San Juan, José Luis Gioja, y de sus hermanos. Hasta llegar al extremo de dedicar decenas de páginas al funcionario Mario Pontacuarto, quien pronto va a recuperar cierta intempestiva visibilidad. Cuando arranque, en la segunda quincena de noviembre, el juicio oral del popularmente titulado «Coimas en el Senado». Con el complemento de la carnicería mediática, que espanta, por anticipado, a los miembros del Tribunal. Para cierto jurista destacado, el juicio de la Banelco amenaza convertirse en el «Amia Dos».

Patologías

Sin aferrarse a las anécdotas narradas, y sin caer en el facilismo de la óptica marxista, en las obras de Lavieri y Delfino-Alegre, se brinda el espacio para «la aventura de la libertad» crítica. Como la denominaba Bernard Henry-Levy. Permite plantear el tema ideal para un seminario: Corrupción y la lucha de clases.
El recurso usual de la corrupción, pero sólo para pasar al frente. Claves delictivas del país culturalmente patológico.
Donde, desde el poder, cualquiera puede acceder al delito.
La patología consiste en que, en la Argentina, es desde el delito que se puede llegar al poder.

La corrupción no es para pobresLa trayectoria descripta por Lavieri, de la peripecia de Jaime, permite elevar otra tesis inquietante. Indica que, desde el Estado, sólo pueden robar los ricos.
Verdad que arrastra hacia otra sentencia. La corrupción no es para pobres. Ni para secos.
Para que la ceremonia del despojo pase inadvertida es gravitante que el sujeto corrupto o corruptor sea aconsejablemente millonario. No apto para ningún pobretón de «camisa con pelotitas por el uso». O con agujeros en la suela del zapato.
En cuanto cualquier funcionario pobre o seco, pero con hambre de consumo reivindicador, comienza a participar de la cultura del dinero, suele producirse generalmente la transformación social que lo desenmascara. Brota la portación ingenua de extravagancias. De brillos.
La recriminatoria rencorosa del hermano Daniel, desde Brasil, muestra otra insistente certeza. La primera obligación del funcionario, cuando maneja caja, consiste en salvar económicamente a los miembros de su querida familia. No se puede dejar afuera, del festín, a los cuñados.

La corrupción no es para pobresLa epopeya cinematográfica de los treintones audaces -Forza, Bina y Herrón-, inmersos en el submundo cercano, intitulado la «mafia de los medicamentos», es indagada, a la perfección, por la dupla Delfino-Alegre. Muestra la desesperación de los muchachos de capa media para pasar al frente. En simultáneo pertenecen, o construyen familias honorables, y se basan para escalar en los escasos escrúpulos, facilitadores para anotarse en cualquier negocio. Aunque se lleven por delante, en el camino, la totalidad de las luces rojas. Hasta, claro, estrellarse. Merecer la bala que ilustra magníficamente la portada de «La Ejecución». Para ser arrojados en la producción escenográfica de un miserable baldío.

En cambio, Orlando Barone exprime, en exceso, y como si importaran, las contradicciones que le brinda su autobiografía inofensivamente laboral.
Atormentado -Barone- por la necesidad de explicar su angustiosa labor de columnista televisivo. Involucrado en la parte activa del batallón mediático del oficialismo.
Lo más atractivo de «K, letra bárbara», es la cartita que Barone se dirige a sí mismo. Se esfuerza, en vano, por pasarse en limpio. No hacía falta.

Infamias y conspiraciones

En «El mal», texto rigurosamente dirigido, nada inocente, Bonasso dista de alcanzar la jerarquía lograda en «Recuerdo de la Muerte». Pero supera lamagnitud de la novelita anterior, olvidablemente histórica. Y pasa advertida entre sus biografías logradas (Yabrán, Cámpora). O en Diario del clandestino, ensayo autorreferencial donde Bonasso se contagia de la trayectoria superior de Jorge Semprún. En aquella memorable «Autobiografía de Federico Sánchez».
Aparte de tratar el encantamiento, y el posterior alejamiento, con el género literario de los Kirchner, Bonasso suele deslizarse, en El Mal, a través de la tentación de hacerse depositario de demasiadas infamias que cayeron sobre el prestigio de sus contemporáneos. Es arbitrariamente cruel con reconocidas figuras públicas, pero con algunos datos equivalentes a los que se utilizan, sin ir más lejos, para denostarlo a él.
Sin embargo El Mal merece recomendarse. Pese (o acaso por) los tintes, misteriosamente novelescos, que complementan las intrigas de la Barrick. Con referencias perversas al paisano Kassogui, al sigilosamente fantasmal Grupo Carlyle, o a la saga financiera de los Bush. Para conspiraciones de semejante calibre siempre suele ser más atractivo recurrir al maestro Rogelio García Lupo, alias El Pájaro.

Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.Com

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