La cristinización de la sociedad
La Argentina colgada del Vestidito Negro.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
Ninguno igual. Ninguno.
Ni Perón, ni Menem, ni siquiera Kirchner.
Cristina los dejó nostálgicamente atrás, donde se juntan las paralelas.
Ningún otro presidente peronista supo concentrar tanto poder de decisión. Como el que ostenta, hoy, Cristina.
Perfectamente se la podrá insultar. No soportarla. Hartarse. Transformarla en rostro de zapping.
Pero debe aceptarse que Cristina hoy mantiene al país rendido. Resignado, ante su voluntad.
La Argentina entera, tío Plinio querido, está entregada. Colgada, también, como cualquier kirchnerista, del «Vestidito negro» (cliquear).
La kirchnerización de la sociedad deja lugar, despaciosamente, a la cristinización.
Cristina ilustra, enseña, se luce, baja línea, reta. El país le cabe en la carterita de mano.
Los ansiosos, atormentados por la incertidumbre, pugnan, otra vez, por saber de qué se trata.
El «pueblo», semánticamente superado por la concepción de gente, quiere saber.
Se pregunta qué es lo que Cristina va a hacer. O piensa hacer, con la Argentina, después del 23 de octubre.
Si va a profundizarse la alucinación del modelo. Con los chicos de La Cámpora que sirven para atemorizar. Duros de utilería que inducen a la compra, colectivamente exagerada, de dólares.
O si pondrá alguna pizca de raciocinio. Para no desperdiciar, aún más, la instancia transitoria de la algarabía.
Por la economía que puede venirse, por las dudas, invariablemente, tío Plinio querido, encima.
Las respuestas no las tiene, en definitiva, nadie. Ninguno de los pocos que suelen traficar con la cercanía. Con eventuales influencias, generalmente falsas. Inexistentes.
Sin cartel
Hasta en los años más soberbios de su extenso mandato, Menem debía compartir alguna parte del cartel. A veces, hasta las decisiones. Con Cavallo, acuérdese.
Perón, sin ir más lejos, tenía que conciliar, las certezas de su sabiduría de Viejo Vizcacha, con los datos fijos que le marcaba el escenario internacional. Sin olvidar la presencia soviética, en un universo de frialdad dual. Técnicamente bipolar. El Viejo debió enfrentar la presión de los jóvenes que degollaban, maravillosamente, desde abajo. Muy distintos, felizmente, a los treintones inofensivos de La Cámpora. Con los que Cristina asusta hoy a los incautos que temen chavizaciones imaginarias. Demasiado enfáticas.
Aquellos «jóvenes maravillosos», de los setenta, tomaban la violencia con densidad generacional. Se lo habían puesto, en el bolso de su historia, al Cámpora original. Estandarte, un tío que era un Mascarón.
Por su parte Kirchner, sólo después de haberle perforado la provincia inviable a Duhalde, y de haberse desprendido del jarrón molesto de Lavagna, pudo comenzar a sentirse El Furia. Propietario del presente. Para aprovechar recaudatoriamente con la coyuntura. Manipular con el destino del Estado Nacional, tan democráticamente monárquico.
El paisaje
Después de la paliza humillante del 14 de agosto, sin compartir cartel, Cristina pasa la zaranda entre los paredones del oficialismo. Y tiene la capacidad agradable de arrojar, por la ventana, a una generación de opositores desbordados. Superados, arrastrados por las circunstancias. O sea por Ella. Que tiene la suerte de elevarse en un contexto internacional que se desinfla, y puede cederle, con altivez, sus consejos a la humanidad.
Antes, incluso, de las «Elecciones amistosas» (cliquear), que se tomaron como definitivas, la desoladora situación fue anticipada en estos correos.
Cuando se le dijo, tío Plinio querido, queda «Cristina, y el resto es paisaje» (cliquear).
Cuarenta días después, se agudiza aquella sentencia.
Hasta admitir la dependencia de su centralidad. Hoy somos todos parte del relato. Dependemos de la suerte del discurso.
Y el «paisaje», tío Plinio querido, ya no lo componen, tan sólo, los desdichados exponentes de la oposición. A los que se lleva puestos. Los posterga o arroja, selectivamente, por la ventana.
Los potenciales sucesores forman también parte del paisaje. Como Macri, El Niño Cincuentón, la expresión máximamente utilitaria del macri-caputismo.
O Binner, el antagonista arbitrariamente seleccionado.
Naturalezas, en el cuadro, si no muertas, bien destacadas.
La otra parte del paisaje la componen, también, los representantes tangenciales del oficialismo. Los que pueden descolgarse.
Como Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol, que está siempre. Con fe y con esperanzas, siempre para adelante.
O De la Sota, que representa el regreso al clasicismo. E incluye, por generosidad, en un ángulo del paisaje, a Urtubey, y hasta a Capitanich, el último incorporado.
Quedan, como mero detalle de color, dos expresiones del arte. Primero, el artista plástico Alberto Rodríguez Saa, del Estado Libre Asociado de San Luis.
Y el cantante Amado Boudou. Causante de la próxima revaloración, en Cristina, de la jerarquía institucional del Cleto Cobos.
La menor idea
La verdad es que nadie tiene la menor idea, tío Plinio querido, sobre cuáles van a ser las decisiones de Cristina.
Ni qué demonios va a hacer, después del 10 de diciembre, con la Argentina que le pertenece.
El Premier, o el mero jefe de gabinete, puede ser Florencio. O el Abalito. O Bettini.
Hasta suena, incluso, el desbordado De Vido.
Aunque tal vez el 9 de diciembre Cristina puede decirle a Aníbal: «Te quedas vos por ahora, hasta marzo no me servís en el Senado».
Lo mismo pasa con Economía. Los traficantes de influencias tienen menos certezas que los periodistas deportivos.
Los previsibles Lorenzino, Blejer o Bossio. O los inquietantes Heyn o Kicillof. O Felletti, que sirve también de cuco para espantarlo al Vasco Mendiguren.
O en la Cancillería, donde Timerman quisiera continuar, pese al papelón protagonizado con los Estados Unidos, por cumplir con una instrucción.
Mientras tanto Luisito Kreckler, y el embajador Argüello, aguardan también la convocatoria del dedo mágico.
Sin descartarlo a D’Alotto, aunque quisiera dispararse, en la primera de cambio, hacia alguna embajada.
Así como ningún integrante de La Craneoteca de los Genios, que orientaba Zanini, estaba verdaderamente seguro si Cristina iba a aceptar, o no, la candidatura a la reelección. Así como nadie tenía la menor certeza de quién iba a ser, del casting, el compañero de fórmula de Cristina. Ahora pasa algo similar. «Ninguna novedad en el frente».
Nadie tiene, tampoco, la más remota certeza sobre cuáles van a ser las decisiones, post electorales, de Cristina.
En materia de nombres, por supuesto, que no les sobran. Y de línea política, que le falta.
Aunque debe tener esperanzas, tío Plinio querido. Ánimo porque todo puede seguir igual. Que Argentina continúe, con dinero en el bolso, y dentro del discurso interminable de Cristina.
Con los quiebres oportunamente cotidianos, para la televisión. Con los funcionarios que la aclaman de pié. Con la fila de empresarios inclinados. Con «Rodillera, babero y vincha» (cliquear).
Final de las cometas
Consta para la inútil solemnidad de la historia.
Se proclaman, aunque aún no se perciben, ciertos cambios profundos. Los impulsa -dicen- Cristina. En materia, sobre todo, de negocios irregulares.
Significa que se acabaron, tío Plinio querido, las cometas. Basta de valijas. Significa aceptar que las cometas y valijas existían.
De ser ciertos los lineamientos que se le atribuyen a Cristina, se asiste al final frontal de la corrupción centralizada.
A la saludable desaparición, con Cristina, del negocio por izquierda.
La ética, que signó la estética, del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Base de «La marroquinería política».
Es el epílogo del mito del retorno eterno, que marcó un eje sustancial del tiempo de El Furia. Superó, en su momento, al mito del eterno retorno de Nietzsche.
Sin embargo, el viraje, para Cristina, dista, tío Plinio querido, de ser gratis. Impune.
Al ser reelecta, al encarar por la tentación de la permanencia, Cristina hereda los aspectos positivamente presentables del poder.
Pero se queda también, por lo menos, con la complicidad.
Es responsable, hereditaria de la totalidad de las calamidades, de las patologías que se dispone frontalmente a modificar. Desde el 2003 hasta aquí.
Pero son barbaridades elementales. Inoportunas. Ideales para ser silenciadas.
Porque la sociedad hoy prefiere, tío Plinio querido, mayoritariamente, no verlas. Hoy no importan. Mañana es la eternidad, y no se sabe.
La sociedad, para terminar, es socia de Cristina. También en la complicidad. Está ampliamente introducida. Involucrada. Cabe, entera, en la carterita de mano.
La Argentina también está colgada. Como los cristinistas. Pende del «Vestidito Negro».
Habrá que esperar el 28 de octubre. Después del primer aniversario, paulatinamente, volverán otros colores.
Dígale a tía Edelma, a propósito, que los martes, para cubrirse, tiene que llevar siempre, por Marte, algo rojo.
Los miércoles, por Mercurio, preferiblemente, algo, siempre, de verde.
Los jueves, infaltablemente, tiene que ponerse el azul.
A Júpiter le fascina, dígale, el azul.
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