Estado 194, Palestina, bienvenido
El veto de Estados Unidos acentúa el aislamiento de Israel. Posición correcta de Argentina.
Artículos Internacionales
escribe Jorge Asís
especial para JorgeAsísDigital
El legendario Abu Mazen, oficialmente conocido como Mahmoud Abbas -presidente de la Autoridad Nacional Palestina- conduce la ofensiva diplomática. Destinada a obtener, en tanto Estado independiente, el reconocimiento internacional, en la Organización de las Naciones Unidas. Para que Palestina pase a ser considerado, en adelante, el Estado número 194.
Bienvenido.
La instalación del planteo intensifica, de por sí, la gravedad del aislamiento de Israel. Y fuerza, a Estados Unidos, hacia la indeseable negatividad del veto.
Justamente es el dato (el veto) que explicita el Primer Ministro de Israel. Benjamín Netanyahu, el Bibi.
A través del veto de la superpotencia protectora, Netanyahu asegura, hacia el deteriorado frente interno, el «fracaso» del intento.
«Porque el proyecto tiene que pasar por el Consejo de Seguridad». Y por ahí Palestina, con seguridad, no pasa.
Estados Unidos anima el llamado Cuarteto para la Paz para el Medio Oriente. Junto a la dividida Unión Europea, Rusia y la ONU. El Cuarteto toma, al boceto de reconocimiento, como una «decisión unilateral». Para retomar el diálogo dilatador que lleva -para Palestina- dos décadas de postergaciones, con los tratados de Oslo y Camp David incluidos. Mientras Israel -consideran- profundiza la política colonizadora con asentamientos extendidos.
Sin rigurosa contabilidad, a esta altura, ya suman alrededor de 140 países que se encuentran dispuestos a proporcionarle, a Palestina, el objetivo institucional que procura su máxima autoridad.
Estado soberano, independiente y autónomo. El último viernes, en Ramallah, Abbas anunció, para el 23 de septiembre, la indeclinable presentación de su proyecto. En el Consejo de Seguridad, donde sabe que lo aguarda la antipatía del veto. Pero también ante el plenario de la Asamblea General.
Egipto y Turquía. Los amigos perdidos
Por su parte, Israel atraviesa, en materia de política exterior, un lapso infortunadamente deplorable. De los momentos menos gratos de su convulsionada historia, desde su creación como Estado, en 1948.
Mantiene problemas, por la intolerancia de su gobierno extremista de derecha, hoy coyunturalmente insolubles. Justamente con los dos países fundamentales que supieron destacarse como los máximos aliados racionales, conquistados en la región.
Egipto, y -principalmente- Turquía.
«Nuestros mejores amigos, y ya los hemos perdido», confirma la embajadora Shalev, ex representante ante las Naciones Unidas.
Para la toma de distancia, Turquía se basó en el «desproporcionado» ataque israelí hacia aquella flotilla que se dirigía, en solidaridad con los palestinos, hacia la mazmorra virtual de la Gaza bloqueada.
Ocurre que Turquía decidió clavar una diferencia gravitante con Israel. Por la tentación de emerger, en adelante, como la potencia mejor proyectada hacia el liderazgo del universo arábigo-musulmán.
En la actualidad, su Primer Ministro, Recep Tayyip Erdogan, es aclamado, por donde pasa, como un héroe redentor. Entre la Libia en llamaradas, por ejemplo. Pero también crece ostensiblemente su influencia entre los resistentes de Siria, que desafían la carnicería interminable de «Bashar, el oftalmólogo» (cliquear). O en el mismo Egipto.
Es el otro aliado (Egipto) que también se aleja de Israel. La crisis concluye con la dramática invasión de su embajada en El Cairo. Se explica entonces el lamento de la embajadora Shalev.
Dilema geopolítico
Cuesta admitir el llamativo dilema geopolítico. Que Israel sea el damnificado fundamental de las rebeliones que suelen ser denominadas, casi románticamente, «la primavera árabe».
Ante occidente, Israel solía ufanarse de su superioridad. Ya no solamente en el plano militar, y con la ayuda ostensible de los Estados Unidos. La superioridad era -sobre todo- ética. Jactanciosamente cultural.
Una excepción democrática, enclavada entre una conjunción retardataria de Estados dictatoriales. Controlados por los tiranuelos autoritarios que permitían, en el fondo, establecer la notoria comparación. La justificación defensiva que le facilitaba, a Israel, la imposición, sin mayores explicaciones, de su propia barbarie. Impulsada en los territorios avasallados. Con las expansivas colonizaciones inspiradas, en general, en la apoyatura extorsivamente militar. Y cuya expresión más brutal la representa, aún, la porción costera. Los 300 kilómetros, conocidos como la Franja de Gaza.
Es -la Franja de Gaza- una versión del campo de concentración, aunque a cielo abierto y con la impertinencia del mar al costado. Donde centenas de miles de palestinos se hacinan horriblemente. Resignados por el imperio de la fatal hipocresía, diplomáticamente contemporánea.
Son palestinos que sucumben, cotidianamente, sin el menor respeto humano, ante la opresión israelí. No puede sostenerse ningún derecho al atropello, en virtud de pasados padecimientos. Producidos, en gran parte, por los vicios patológicos perfectamente ubicados en la Europa de las «guerras mundiales», que prefirió exportar, con sagacidad, su problemática. Trasladarla.
Los humanistas tendenciosos del buque Mármora, de bandera turca, los solidarios con las víctimas del bloqueo de Gaza, eran -debe aceptarse- pacifistas irritantes. Con su acción, planificaban el quiebre del bloqueo. Fueron atacados por los comandos israelíes, especialmente adiestrados para encarar causas superiores. Con una espectacularidad que evocaba aquel Operativo Entebbe, que los cubrió de una gloria ciertamente admirable. Pero los militantes emotivos del Buque Mármora no daban para una superproducción por el estilo.
Hubo ocho muertos turcos que no merecieron, de la cancillería israelí, siquiera convincentes presentaciones de excusas. Al contrario, el soberbio fundamentalismo del canciller Avigdor Lieberman lo induce a planificar -según vertientes oficiales de Israel-, severas represalias próximas. Contra Turquía.
Consciente, a esta altura del litigio, de la inutilidad de las excusas parciales y tardías, y ya seguro del decidido alejamiento político de Erdogan, en adelante Lieberman se dispone a mezclar, siempre en beneficio supuesto de su estrategia, otras causas que aportan mayor tensión. Al extremo provocativo de maniobrar, sin ir más lejos, con un golpe fuertemente bajo hacia la diplomacia de Turquía. A favor «del lobby armenio». Con el objetivo de ayudar, a los armenios dolorosamente postergados, a instalar los pormenores de su causa justa. La idea del genocidio de 1915. Una catástrofe que, ningún ser sensato de la tierra, hoy puede atreverse a negar. Así sea un «patriota» turco.
Pero también Lieberman planifica explotar las arbitrariedades turcas contra otras minorías. En especial, con la minoría kurda (tema sensible, también, en Alemania).
Y hurgar, por último, en la colección antológicamente entera de atropellos a los derechos humanos que los turcos ocultan. Sigilosamente, entre los armarios de su propia historia. Desde las postrimerías del imperio perdido.
Liderazgo vacante
Las vengativas ingenuidades del desairado canciller Lieberman armonizan, a la perfección, con las falencias de conducción del desbordado Bibi. El Primer Ministro Netanyahu. Complementan, junto con los «patriotismos» de Barak y del general Eyal Eisenberg, el agravamiento sistemático del cuadro. Mientras generan, para Israel, la inconveniencia del aislamiento, notable y patético. Con las categorías estrictas que agigantan las repercusiones del viraje programado por Erdogan, lanzado en la ofensiva diplomática de seducción.
Recep Erdogan -cabe admitirlo- es, desde Mustafa Kemal Ataturk, el estadista más trascendente de Turquía. Combina la astucia, con la audacia y la inteligencia, para consolidarse, favorablemente, entre el imaginario de los millones de musulmanes.
Islamista moderado, Erdogan mantiene una ambición geopolítica que decide poner en movimiento. El destino manifiesto de conducir, a Turquía, hacia el rango del país más influyente en la región. Donde el prestigio, como el liderazgo, se encuentra absolutamente vacante. Pese al énfasis, y los capitales de riesgo que invierte Irán. Equiparable, en materia de aislamiento, a su enemigo Israel.
Liderazgo vacante, sobre todo, después de aquella incineración del joven Buazizi. Es aquel verdulero inmolado del interior de Túnez. Transformado en génesis de la multiplicada rebelión asombrosamente popular, en desmedro de los regímenes despóticos que consolidaban, en la región, la pasión por el atraso.
Autoritarios caricaturales de la magnitud de Ben Alí, en Túnez. Del desalojado egipcio Hosni Mubarak, que hoy agoniza. Y del aún resistente Muhammad Kadafi, en la Libia desangrada. Y del asesino, generacionalmente serial, Bashar Al Assad, que radicaliza su ceguera en la masacre sistemática del pueblo de Siria.
Una colección intacta, en definitiva, de cretinos sanguinarios, intolerablemente corruptos, que basaban la legitimidad política con la implantación del terror. Con la imposibilidad total del disenso. Pero también con la extorsión eficaz. Supieron explotar, los cretinos, la distracción de los impresionados occidentales. Los que cayeron, con una superficialidad estremecedora, en la superchería de creer que, en caso de no existir los tiranos, las situaciones de sus países derivarían en las opciones temiblemente fundamentalistas del islamismo. En las epopeyas coránicas que muy poco (en realidad nada) tienen que ver con la agenda de las masas genéricamente anárquicas, que suelen concentrar su indignación en las plazas. Movilizadas, sobre todo, por la idea de la libertad. De la modernidad y de la democracia, que no es, de ningún modo, culturalmente excluyente. Y que no adhieren a ningún proyecto que promueva el retroceso, hacia el Medioevo, de sus sociedades.
Cambios profundos. Derivaron en la exaltación del fracaso de los mártires marginales de Al Qaeda. Y que preocuparon, desde un primer momento, hasta la desubicación, a los estrategas más lúcidos de Israel. Habituados, convenientemente, a la placidez de aquella estabilidad engañosa. Con interlocutores tiranos. Rústicos. Dominantes que facilitaban el efecto comparativo entre la «civilización y la barbarie».
Correcta posición argentina
Es el turno de Palestina. Ineludiblemente presente, como tema, en la semana. Le brindará un cierto color internacional a la plenitud de septiembre.
Nobleza obliga, debe aceptarse que la Argentina lleva a Nueva York, respecto de Palestina, una posición correcta.
Desde el Portal se acompaña el reconocimiento -de ser posible total- del Estado Palestino. Así se trate del proyecto antipáticamente vetado por los Estados Unidos. Y Palestina pueda conquistar, tan sólo, el carácter de Miembro Observador. Es más, en todo caso, que un premio consuelo.
Invariablemente, en adelante, las violaciones clasificables de Israel mantienen el destino asegurado de dossiers. De «casos». Expedientes con el efecto tan temido. El recitado meticuloso de las explicaciones. Descargos, desafiantemente altivos, ante el Tribunal Penal Internacional.
Jorge Asís
para JorgeAsisDigital.Com
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