El populismo cursi
Cristina es el mensaje. El gobierno del discurso. Chavismo verbal.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del Asís-Cultural,
especial para JorgeAsísDigital
Quien sabe asentir, con superior categoría, es la señora ministra Debora Giorgi. Cuando la Presidente la menciona, la ministra sonríe, estremecida. Reconfortada por la distinción oral.
A través de la articulación de las palabras, Cristina administra el poder.
«Habla lindo, ¿no?», le dijo el extinto Furia a la Garganta, mientras la miraban por televisión. Cuando decidía Él.
Hoy gobierna el discurso. Desde el discurso. Las palabras adquieren otra magnitud.
Cada mención, de algún colaborador, o de un interlocutor pasivo, contiene el sentido de una condecoración. Es muestra, en definitiva, de consideración. Casi de afecto.
El furor del cancherismo pudo percibirse en la histórica comida de los industriales. En Tecnópolis, la Fuerza Bruta aplicada a la tecnología. Cuando a José Ignacio De Mendiguren -el nuevo Julio Broner-, astuto presidente de la UIA, le dijo directamente «Vasco, desconocía tu vena poética».
Significa que los ministros, como los gobernadores, o todos aquellos que tienen el privilegio inmerecido de escucharla en vivo, deben estar concentrados. Porque, en cualquier momento, la cámara los enfoca. Entonces, por las dudas, tienen que asentir. Siempre. Como complemento compacto de las genialidades que emanan de los monólogos presidenciales.
Campaña barata
La campaña electoral es bastante barata.
Cristina debe utilizar, ante las cámaras, el admirable arsenal de su verborragia. Con el pretexto de la gestión, que legitima la rutina de inaugurar, de celebrar, anunciar algún plan. Para Todos.
Es la forma escogida para mantener el diálogo permanente con la sociedad. Sin necesitar la vil intermediación del periodismo.
Ni del acosado periodismo crítico. Ni del devaluado periodismo oficial, que apenas sirve para ejecutar las operaciones contra los adversarios. Que son, por lo general, empresarios del propio periodismo.
En momentos en los que el periodista suele sentirse el sujeto (a veces el objeto) de la historia. La que debiera, justamente, describirse. Interpretarse. Sin las auto-referencias lamentables.
La elección arbitraria de la prensa, como el enemigo principal, resulta eficaz para subalternizar al resto de los ingenuos opositores. Una ristra de ninguneados que no saben, en este juego perverso, cómo pararse.
Conductora, Reina, Locutora oficial
Cristina, hoy, es la conductora. La Reina. La Oradora. La locutora oficial.
Derrocha el caudal totalitario de la simpatía sobreactuada. Con los vascos que se le pongan en el camino.
Con los datos positivos que suele emitir en sus estudiadas presentaciones.
Con las oraciones hábilmente interrumpidas. Con pausas para facilitar los aplausos del auditorio pasivamente domado. Domesticado. Para la escenografía del lucimiento.
En ganadora, Cristina enseña. Ilustra. Con altivez académica, brinda generosos consejos a la humanidad. Para elevar los niveles de comprensión. Para referirse a temas que se vuelven gravitantes, tan sólo, cuando ella los trata.
Ve más allá de la coyuntura. «Va por más».
Entonces enorgullece, con su profundidad, al plantel de funcionarios que profesionalmente suelen emocionarse. Ellos no pueden exhibir la fatiga sofocante. Escucharla forma parte del trabajo.
«Es un cuadro», confirma otra Garganta, fascinada por la efectiva locuacidad. Contenta por disponer, en la conducción, de semejante joya.
Un mundo feliz
Pero Cristina no es hegeliana. Como supo definirse, en aquella exposición inolvidablemente ridícula. «Conferencia magistral», dilatada en el Congreso de Filosofía de San Juan.
Es, con mayor rigor, huxleyana.
Por Aldous Huxley, el novelista inglés. Sólo por el título: «Un Mundo feliz».
Mientras la describe, Cristina diseña una Argentina idílica.
Presenta su «mundo feliz». Plagado de indicadores favorables.
La Argentina fue rescatada hacia el Purgatorio. Por Él. Que logró la hazaña de arrancarla del Infierno.
Es el esplendor del populismo cursi.
Hoy, con su conducción, si «tiramos todos para el mismo lado», Argentina va a volver a ser, invariablemente, lo que fue.
El país que inventó el «Rastrojero». Los Siam Di Tella. Las motonetas Puma. Las piletas Pelopincho.
Cristina practica una suerte de chavismo verbal. Los estereotipos son demasiado detectables, pero simulan una gran profundidad.
De todos modos, las sobreactuaciones son indispensables para cautivar a los gobernadores, porque son captados por las cámaras de C5N.
Y por la Televisión Pública. No pueden distraerse.
Pasó anoche, sin ir más lejos, en la Fuerza Bruta de Tecnópolis. Cristina utilizó 45 minutos para lanzar triunfalmente el Plan Estratégico Agroalimentario.
Por el PEA, debió demorarse la salida, hacia la cancha, de los jugadores de Chacarita. Participantes involuntarios del Frente Futbolístico de la Victoria.
Las palabras de Cristina eran complementadas por el rostro, relativamente huxleyano, del ministro Julián Domínguez. Encargado de pasarle los papelitos. Complementadas por la mirada ensoñadora de Amado Boudou, el guitarrista de Rock y Arena.
Boudou es quien podrá lograr la hazaña mágica. Que Cristina extrañe, muy pronto, al Cleto Cobos. Y que, comparativamente, hasta lo valore.
Palabras complementadas también con la mirada, plena de admiración, de Aníbal, El Premier. Por el rostro visiblemente preocupado de Scioli. O por el rostro de circunstancias de Uribarri. De embelesamiento, del Béder Herrera.
En cualquier momento, Cristina puede condecorarlos con la mención. Como al gobernador Kloss, el misionero, con quien suele hablar «de la yerba». O como a Capitanich.
«¿No está por ahí el gobernador del Chaco?, ¿no está?, ah, faltó. Es que el Coqui tiene elecciones el domingo».
El populismo cursi es envolvente. Como un manto de piedad. En la práctica, es eficazmente inofensivo.
El ejercicio diario de escucharla, si se mantiene el espíritu amplio, hasta puede divertirnos. Sin instigar, en exceso, el rigor de la misericordia.
«Argentina es el país que consume más carne vacuna. No es como otros países que consumen más ganado aviar, cerdo, o pescado».
Sobre todo cuando se pone profunda. Con introspecciones previsibles, que remiten a la hondura del pensamiento.
«¿Qué nos pasó?». Como país. Como nación. «Me digo que…»
Cristina es el mensaje. Con «el mundo feliz» de Cristina se va a acabar la «subordinación cultural». Por si fuera poco, con Cristina se va a cuidar, estratégicamente, también la tierra. Entonces llega el momento preciso de interrumpir la oración. A la ministra Giorgi ya se le escapa el aplauso. No puede contenerlo. Como la totalidad de los funcionarios. Necesitan que Cristina perciba que ellos la aplauden. De pié. Justo cuando Cristina, olímpica, decide agradecernos, a los argentinos, con grandiosa modestia de estadista.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.Com
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