El cajón presidencial
Peripecias de los despojos de El Lupo. Néstor. El Furia.
Artículos Nacionales
escribe Serenella Cottani
Interior-Provincias, especial
para JorgeAsísDigital
RIO GALLEGOS (de nuestra corresponsal itinerante, S.C).- «Cuerpo muerto», como concepto, resulta menos impresionante que «cadáver».
Tal vez, las peripecias del «cuerpo muerto» de Néstor Kirchner, El Furia, merezcan una novela. Como aquella de Tomás Eloy Martínez, sobre el cuerpo muerto de Evita Perón.
Pero legitima, preferiblemente, una crónica. Donde conste, en principio, el valor básico de la negación. La no aceptación del cese de la existencia del otro.
Significa confirmar que el cuerpo de El Furia había llegado muerto al hospital que enorgullecía a El Calafate.
De todos modos, al infortunado, se le practicaron innumerables ceremonias de resucitación.
Pero los esfuerzos resultaron, según nuestras fuentes, técnicamente perjudiciales. Aceleraron el proceso interior de descomposición.
La cronista juzga conveniente omitir las barbaridades que se emitieron al respecto. El aluvión de las explicables fantasías. Imaginaciones escabrosas. Versiones conspirativas que aluden al escepticismo tradicionalmente cultural. Consecuencias, en definitiva, de un culto excesivo hacia la reserva. Al secreto. Suele confundirse con el misterio.
Tampoco la crónica debe detenerse en la desesperación previsible de la viuda. O en la trascendencia internacional que adquiría el episodio.
Los protagonistas casi anónimos debían imponer la lucidez. Para activar los trámites vulgarmente mortuorios. Es la frialdad del turno fúnebre. La desazón de los responsables de la Cochería Ilhero para conseguir, en principio, un «cajón presidencial».
Interna de cocherías
«El cajón presidencial, Serenella, no es solamente el más caro», confirma la Garganta. «Para servicios muy especiales. Uno, por lo menos, para exhibirlo, la cochería debe tenerlo. Cuesta alrededor de 50 mil pesos».
Sin embargo la Cochería Ilhero, escogida por la familia del extinto para el servicio -sucursal Calafate, calle Los Gauchos-, no tenía ningún cajón presidencial.
Pero tampoco lo tenía en Río Gallegos, donde se encuentra la Casa Central, en 25 de Mayo 143.
La señora María Inés Ilhero, la dueña, se encontraba francamente conmovida. Con El Lupo -como lo llamaban al extinto en Santa Cruz- habían sido compañeros de colegio de andanzas.
María Inés -aquí coinciden las Gargantas- debió comunicarse con Juan Carlos Rams. El Gordo Rams, el principal competidor. Propietario de la Cochería del Sur, de la calle Ameghino. En Río Gallegos.
«Como sabés, murió El Lupo. Me encargaron el servicio pero no tengo un cajón presidencial. ¿Vos tenés?».
«Sí, tengo uno», respondió Rams.
«¿Me lo podés prestar para llevarlo a Calafate? Para El Lupo. Después te lo repongo».
Las Gargantas confirman que la señora Ilhero también -ya que estaba- le pidió un par de automóviles. Acordes con la magnitud solemne del acontecimiento.
«Sí, te los doy, pero el servicio también es mío», le habría dicho -aproximadamente- Rams.
Lo importante es que acordaron María Inés y El Gordo Rams.
Pronto partió, desde Río Gallegos, hacia El Calafate, el cortejo que encabezaba la «ambulancia». Contenía el cajón presidencial, seguido de algún auto lujosamente negro.
Completaban los 300 kilómetros de distancia. En medio del dolor, de la inmensidad desértica. Sobre todo de la incertidumbre.
Aún nadie sabía adónde iban a velarlo a El Lupo. En El Calafate, en Río Gallegos. O si lo trasladaban hacia Buenos Aires.
Para mayor complejidad, mientras el cortejo, con el cajón presidencial, se trasladaba hacia El Calafate, volaba, desde Buenos Aires, también hacia El Calafate, Aníbal Fernández, El Premier. Acompañado por el doctor Bonomo, el médico de la Unidad Presidente. Con la ostensible sensación de ser testigos del momento sustancial de la historia, trasladaban, también, otro cajón presidencial. Con algún reconocido especialista en el arte funerario.
Altura
Reitérase: aquí se omiten los detalles macabros. Tampoco siquiera se sobrevuelan las versiones delirantes.
Para sintetizar, alrededor del mediodía del 27 de octubre del 2010, en la bella residencia de El Calafate, para el mismo cuerpo muerto, había dos cajones presidenciales.
El féretro más lujoso, era -según nuestras fuentes- el que procedía de Buenos Aires. Pero presentaba un inconveniente insoluble. Quedaba chico para el cuerpo muerto.
El Lupo era demasiado alto.
«El Lupo -pobre- no entraba. Pero en el cajón presidencial del Gordo Rams sí entraba. Justo».
Hacia Buenos Aires, para rendirle los honores multitudinarios, a cajón cerrado, trasladaron, en avión, el cuerpo muerto de El Furia. En el cajón presidencial del Gordo Rams. Para ser sepultado, posteriormente, en Gallegos. Con el servicio a cargo de la Cochería Ilhero. Compartido, fraternalmente, por la infraestructura de El Gordo Rams, de Cochería del Sur.
La gobernación de Santa Cruz asumiría los gastos elementales. La efectividad a facturarse. El dolor, además, se institucionalizaba.
La vulgaridad del cobro
Aunque no trascendió, en el sepelio de Gallegos, se registró algún lógico desorden.
Militantes compungidos pretendieron trasladar a pulso el cajón presidencial. Desde el aeropuerto, hasta el cementerio.
Por los forcejeos, los intentos de llevarlo a pulso, se le ocasionaron severos daños al vehículo que hacía de cureña.
«Querían sacarlo. Pero el cajón se traba desde adentro, desde la cabina», confirma el que sabe.
Hubo que reparar los daños, ocasionados al vehículo fúnebre. «Salió bastante».
El problema de Rams, después del acontecimiento magistral, de la conmoción política y social, fue demasiado vulgar. Consistió en cobrar.
En la gobernación -coinciden las Gargantas- le bicicleteaban el pago.
Sin novedades en el frente, transcurrieron los meses. Y transcurrían también, los homenajes. Pero nadie se hacía cargo. No aparecía quien abonara las cuentas del sepelio.
Para colmo Lázaro Báez, El Resucitado, avanzó para construir la sobreactuación del monumento. Para inaugurarlo el 27 de octubre del 2011. Es donde van a reposar, hasta la eternidad, los despojos de Néstor. El Lupo. El Furia.
Mientras tanto Rams trataba de cobrar. No sólo el asunto de los daños. También el propio cajón presidencial. Crecían los desacuerdos.
Trascendían los detalles en El Mónaco. Es el café obligado de la actual Avenida Kirchner, donde suele concentrarse la actividad. Como en El Británico.
Los parroquianos solían burlarse, sigilosamente, de la triste coyuntura de los empresarios.
Hasta que, nueve meses después del acontecimiento, el gordo Rams pudo sorprenderse con el golpe de efecto. Carlitos Zanini, aquel Ñoño, el López Rega sin magia, le hizo pagar.
«Al contado. Todo».
Hasta -incluso- la última corona.
Serenella Cottani
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