De la Sota y el cordobesismo
El regreso de la política profesional.
Artículos Nacionales
El cordobesismo, en su concepción cultural, es una compadrada. Como el argentinismo.
Aquí emerge -el cordobesismo- como la respuesta explícita del orgullo sensibilizado.
Cabe consignar que el cordobés se sintió agredido. Humillado. Los intentos de imposición resultaron desastrosos.
En su altiva ceguera, los transitorios inquilinos del poder central, no supieron percibir que atravesaban un momento de vulnerabilidad.
En el universo de Cristina, que creyó en las encuestas, vaya y pase. O en Máximo, por la amplitud del desconocimiento.
Pero extraña en Zanini, que de cordobesismo básico algo conoce. Lo suficiente, acaso, para espantarlo.
«Zanini es de los que se fueron de Córdoba con rencor», sugiere la Garganta.
«De los desconfiados que volvieron del sur con poder».
El tema da para otro ensayo (ampliaremos).
La lección de Córdoba
En Cristinazos (cliquear), se contó que Córdoba, al kirchnerismo póstumo, le reservaba un escenario peor que el de Santa Fe. O que el del Artificio Autónomo de la Capital.
Porque se había convertido en instrumento de degradación. De descalificación del otro. Se tiraban con Kirchner.
Conste que la estrategia de combate de Aguad consistió en pegarlo, a De la Sota, con Cristina.
Con astucia, De la Sota supo esquivar todos los cristinazos que, en forma de dardos, le arrojaban.
A la versión cristinista no le quedaba, en Córdoba, siquiera un pobre Chivo Rossi. Alguien que se atreviera al sacrificio de dar la cara. Por la causa perdida.
U otro equivalente a Filmus. Para generar, al menos, la conmovedora sensación de la pena.
Con Accastello, el intendente de Villa María, no alcanzaba para aspirar a una derrota digna. Ni con la señora Vaca Narvaja. Menos.
De todos modos, la noción del cordobesismo tiene algo que disgusta. Suerte que cuesta tomarla en serio.
Separa. Invoca, de por sí, un alejamiento. El encierro en el nacionalismo marginal. Autodefensivo.
Pero aquí, al contrario, el sufijo «ismo» cordobés, inspirado en características territoriales, se eleva. Contiene el objetivo de integración. Porque De la Sota baja línea:
«Cuenten con Córdoba para unir, no para dividir artificialmente».
El sayo tienen que colgárselo los que dividen.
En tal aspecto, el cordobesismo brinda una gran lección:
A Córdoba no se la pueden llevar por delante.
(A ninguna otra provincia, en realidad).
Prueba de amor
En el plano pequeño, después del triunfo inapelable, sólo resta saber si De la Sota, como prueba de amor, va a decidirse por la máxima ofrenda.
Consiste en levantar su lista de diputados, que encabeza Caserio, el caudillo de Punilla. A los efectos de acercar posiciones con el kirchnerismo, que pudo armar la suya. Con Nora Bedano, la esposa de Accastello, pero con peso respetablemente propio.
El kirchnerismo póstumo, en su versión cristinista, no resultó sólo vencido. Quedó desairado. Por su tonto afán de desairar. De llevárselo por delante. Humillarlo públicamente por atrás.
Pero ánimo. Porque Cristina aún mantiene, en Córdoba, la fuerza de la negociación. El manejo, materialmente extorsivo, de las cajas fundamentales.
En la interpretación -patológicamente centralizada- del federalismo, las cajas resultan muy útiles para disciplinar las autonomías. Con el riesgo de fomentar, también, los orgullos tan perjudiciales.
El clasicismo
El triunfo de De la Sota significa el regreso -con gloria- del clasicismo político. En su flamante proyección, marca la ostensible diferencia. Le brinda cierta jerarquía al oficio. Con atributos que se destacan.
No se trata de ningún comediante conocido, de los que se atreven a dar el salto.
Tampoco se trata del empresario exitoso, que llega para «hacer su aporte al mejoramiento del país».
Ni es el deportista que decide invertir su popularidad, en otro ámbito de competencia.
Es -De la Sota- el político profesional. Sin pedir ningún perdón por la palabra. Procede de la política, que lo legitima. Y la enaltece.
Entre sucesivas derrotas y victorias, su trayectoria le permitió protagonizar diversos tramos sustanciales de la democracia contemporánea. Surgió, al plano nacional, con ella.
Es el único sobreviviente político del memorable trío de jóvenes turcos que signaron la Renovación Peronista de los 80. El eje Manzano-Grosso-De la Sota. Bajo el manto protector de Antonio Cafiero. Al que acompañó (para perder), en la última gran interna peronista de 1988.
Futuro
En la plenitud de sus 61 años, capitalizado por sus experiencias, De la Sota se dispone a ser, otra vez, protagonista del futuro inmediato.
Muestra, con su presencia, que debe ponerse otro juego de cubiertos en la mesa, donde se discute el poder del 2015.
Para compartir, desde hoy, la proyección ascendente del joven Urtubey. Y de los imbatibles que llegaron, a la política, desde alguna otra parte.
Como Macri, el Niño Cincuentón. O Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol. O con Del Sel, generador del último «fenómeno».
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