Niñas de Ayohuma
Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, entre las llamaradas del kirchnerismo.
Artículos Nacionales
«Te alejaste mucho de la playa, Santiago»
De «El viejo y el mar». Hemingway
Aunque compitan, y personal y políticamente se detesten, las señoras Hebe de Bonafini, de Madres, y Estela de Carlotto, de Abuelas, participan también del destino similar.
Quedaron estampadas. Enredadas. Penosamente incendiadas, en la debacle estremecedora del kirchnerismo que abrazaron.
Con excesos de sobreactuación, ambas damas arrastraron a sus respectivas organizaciones.
El fenómeno del kirchnerismo las legitimó. Hasta celebrarlas.
La recíproca utilización alcanzó momentos memorables. Confesiones melodramáticas ante el pleno de las Naciones Unidas. Finales grandilocuentes de actos masivos, entre lluvias de papelitos brillantes.
La atmósfera de jolgorio cedió al turno de la tristeza patética. Inesperadamente previsible.
Ceremonias de hundimiento, entre el lodo del prestigio desperdiciado.
Atributos
«El kirchnerismo, si lo dejan, es capaz de corromper hasta a Las Niñas de Ayohuma».
Si se lo deja, el kirchnerismo no vacilaría en demoler, por asuntos de «lesa humanidad», los atributos morales del Sargento Cabral.
Puede demoler -si lo dejan- hasta la gloria inocentemente efímera de El Tamborcito de Tacuarí.
Atributos, para la banalización, agotables.
La problemática de los derechos humanos, tomada como «causa de estado», fue manipulada groseramente. En el peor sentido.
La impostura culmina con las dos principales referentes, Bonafini y Carlotto, entre llamaradas.
Bonafini
Emblema unánime de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini hoy tiene, en la hoguera, que dar explicaciones. Como cualquier vecina. Ante los estrados judiciales. Más grave aún, ante la sociedad.
Por el dispendio orgiástico de los fondos públicos. Los millones desviados de su expansiva inmobiliaria.
Protagoniza, la pobre luchadora, la parábola indeseable.
En la plaza de los jueves valientes y mejores, las protestas de los proletarios componen la imagen del fracaso estratégico.
Marca el anticipo del epílogo. El desenlace terrible del gobierno que las indujo, y las condujo, hacia las tentaciones del error.
Al horror de haberlas apartado, a las Madres, de la hegemonía ética. Para transformarlas, también, en «dobles víctimas».
De los excesos de la represión del pasado, primero, que les arrancó a sus hijos.
Y de los excesos, después, de la reparación del presente.
En nombre de la reparación de aquel pasado. Pero transformado por la calculada mezquindad de un planteo político.
No están preparadas, las viejas luchadoras, para responderle, a la sociedad, acerca de las audacias financieras de los negociados.
Ellas tienen que ver con la enumeración de los dolores. De ningún modo con la rigurosidad de los balances.
Fueron, probablemente, estafadas. En su buena, incluso en su tonta, fe (debe arrojarse la mugre, por conveniencia interpretativa, hacia los hermanitos Schoklender).
Pero la tontería nunca es pretexto para evitar la asunción de las responsabilidades. De las culpas.
Curiosamente, es la especialidad -responsabilidades y culpas- que ellas reclaman. Para sus adversarios.
Eran los únicos que debían rendir cuentas. Pagar (con cárcel) por ellas.
Hoy persisten mil presos. Hay mil familias silenciadas. Arrastradas. Padecen, también, por los efectos residuales de las barbaridades del pasado.
«Dobles víctimas» (cliquear). Son prendas descartablemente olvidadas.
Mientras tanto otras mujeres, de la vereda contraria, profundizan, entre la indiferencia general, los riesgos de la misma parábola.
Con los cambios cíclicos del desencanto, y de profundizarse el circuito de la declinación, no debe extrañarse que, en un lapso relativamente breve, los presos de Marcos Paz también vayan a salir. Sin la euforia popular de aquellos presos políticos de Villa Devoto, de (casi) cuarenta años atrás.
Como los otros viejos. Culpables olvidados que se consumen con lentitud. En la espera domiciliaria de salir, otra vez, hacia la calle.
Carlotto
Estela de Carlotto, de las Abuelas de la misma Plaza, queda, a su manera, también estampada en el desprestigio.
Su caso dista de ser inmobiliario.
Ella atraviesa la etapa de la adversidad por haberse habituado al rol de mascarón de proa.
De vanguardia frontalmente consciente, en el frente más sensible de La Guerra de los Convalecientes (cliquear).
Es por el divorcio, en los horribles términos, del extinto Néstor Kirchner, o el Gobierno (que en la Argentina es el Estado), contra su otrora aliado Héctor Magnetto, o sea el Grupo Clarín.
Durante el lustro de «parejita feliz» (2003-08), el tema de los hijos adoptados, de la señora Ernestina Herrera de Noble, no registró la menor gravedad. Ni siquiera alcanzó atisbos de trascendencia.
El novelón de los hijos treintones, Marcela y Felipe, los «chicos» (aquí llamados «los grandulones») estuvo determinado por los tramos emocionales de la relación política entre Kirchner y Magnetto (que fueron heredados, ya sin la menor posibilidad de afecto, por Cristina).
A propósito, el Juez Tito Marquevich fue oportunamente estampado contra el paredón del agravio. Cuando, por la misma causa, dictaminó la detención de la señora Ernestina. Pero eran las vísperas del noviazgo.
Cuando Kirchner y Magnetto dejaron de componer la parejita visionariamente gay, el tema de los grandulones comenzó a adquirir mayor dramatismo. Prioritaria relevancia. Para transformarse en el frente más efectista de La Guerra de los Convalecientes.
Aquí emergió Carlotto, como mascarón. Para ir al frente con los desempolvados argumentos de vanguardia. Con el capital personal de su magnitud ética, que ponía conscientemente en juego.
Mientras tanto la desgastaban, con los abrazos de Maradona, los aplausos de la Televisión Pública y las tentaciones de ungirla como Premio Nobel. En el medio de una guerra (un divorcio) no convencional. Donde la verdad se reducía a la mera relatividad. Sujeta a las pasiones de los contendientes.
Hoy, con su rostro atormentado, Carlotto produce cierta compasión. Sobre todo cuando comparte, en su catarsis ante la prensa complaciente, también golpeada, el infortunio de sus impresiones. Cuando enumera sus sospechas. Relativas al abrupto cambio de estrategia del abogado de Ernestina, el doctor Gabriel Cavallo. Decidido, en conjunto, con el abogado de «los chicos», Jorge Anzorreguy.
El acierto precipitó, aunque no lo reconozcan, el desmoronamiento de la causa tan manoseada.
La playa
Los proletarios que le reclaman, a Hebe, por los sueldos atrasados, por los aportes jubilatorios desviados, expresan que eran obligados a marchar. En la columna de las Madres, en los actos oficiales. Así exageren, o incluso mientan, los proletarios estafados agigantan, en el esplendor de la debacle, la imagen desolada de la decepción. El anticipo de la caída.
Los oportunos referentes que sensatamente le reclaman, a Estela (y a Cristina), el desagravio de Ernestina (La Apropiadora), marcan otra severa derrota del kirchnerismo.
Algo peor, un triunfo del desgastado Grupo Clarín. En la penúltima batalla de La Guerra de los Convalecientes.
Cuesta el regreso. Aceptar la idea del fracaso.
Haberse dejado arrastrar, en exceso, por las imposturas del kirchnerismo. Ataviado, hoy, de cristinismo.
Como le costó a Santiago, el pescador de El Viejo y el mar. Que también se había alejado mucho de la playa, y ya tenía el bote rodeado de tiburones.
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