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Cortes y quiebres

CRISTINA EN LA SOLEDAD DE OLIVOS (II): Reelección de Cristina. Liberación o complicidad.

Jorge Asis - 16 de junio 2011

Miniseries

Cortes y quiebres«Cristina cortó todo», confirma la Garganta. «Se acabó la joda».
El dato es informativamente habitual. Significa aceptar, primero, que se acabaron, con Cristina, los negocios. La joda.
Pero confirma la verdad más relevante. Que antes, con Néstor vivo, los negocios proliferaban.

«Así arrancás mal». Lo advierte alguien que conoció muy bien a El Furia. Supo apreciarlo. Incluso, confiesa que lo extraña. «En la corta, mano a mano, Néstor era sensacional».
Según el afecto íntimo, el gobierno de Kirchner no fue «estructuralmente corrupto». A su criterio, no hay que confundirse. «La plata ya la había hecho antes. Mucha».

La desesperación por el dinero, como fuente de poder -de acuerdo a la interpretación- le vino después. Una vez que cedió el gobierno. Ahí, tal vez, acepta que El Furia se desató.
«La desesperación fue por volver a gobernar», nos asegura. Y después del 2009, la posibilidad política se le alejaba. «Es lo que le aceleró, acaso, la muerte».

Cortes y quiebresHipótesis valedera. Al menos, para consignarla. Confirma la sensación de otro interlocutor frecuente de Kirchner. El amigo cómplice que también afirma haberlo conocido demasiado. Llegaba, para verlo, del sur.
Una noche, mientras comían, el visitante registró, con perplejidad, que a Néstor lo llamaron cinco ministros al hilo. Los ministros de Cristina lo consultaban. Se le reportaban.
Al visitante le salió naturalmente:
– Néstor, dejá que Cristina gobierne. Vos la pusiste ahí, ahora aguantá y dejala gobernar tranquila.
El Furia padecía la brutal abstinencia del poder. «Como todo ser humano, con su trayectoria. Forjada a la medida del poder».

Tiempismo

Cristina es, una de dos, un genio para el cálculo estratégico. Artesana ncomparable del tiempismo. O una vacilante definitiva. Que titubea.
Una pobre mujer que no sabe, entre la magnitud de su desconcierto, qué demonios hacer.
Es la evaluación de las dilataciones que signan el comportamiento de la Presidente. Mientras la sociedad, casi entera, persiste también colgada. Entre los pliegues del «Vestidito Negro» (cliquear).

Habituada -entre el enigma- a la consolidación del crecimiento personal.
Creció, de manera insólita, hasta donde la despreciaron, con esmero, un año atrás. Son valores que pueden atenuarse cuando el enigma se esclarezca.

Cortes y quiebresCristina actúa, a veces, como si ella fuera irreparablemente a ser. Pero sin serlo. Sin saber, hasta hoy, una semana antes del límite, si va a ser o no. O peor aún, si quiere serlo. O abdicar.

Cristina tomada. Liberación o complicidad

«Si se va, Cristina queda en la historia como la gran estadista. Y se libera», confirma otra Garganta, con derecho informativo a la conjetura.
«Sobre todo se libera de Néstor», agrega.

Según la teoría, Néstor -aún- la tiene a Cristina tomada. Amarrada.

«Si persiste, en cambio, y se queda, con los oropeles del mando, invariablemente se va a convertir en cómplice».
Porque la estadista tendría que dedicarse a silenciar. Ocultar. Guardarse todo lo reprochable que ya sabe. Y que varios otros saben que sabe. O lo sospechan.
«Lo que Cristina no va a tener, en adelante, es el derecho de ignorar».

Como solía darse el lujo de ignorar, sin ir más lejos, los mecanismos de comportamiento. Los manejos, políticamente acumulativos, de su esposo. Generaron la reconocida sentencia dictada por otro pingüino falso, de los tantos inmigrantes internos, trasplantados. Desea que la frase, tan ilustrativa, no sea recordada más. Indica:
Cortes y quiebres«A Cristina nunca le gusta saber cómo se junta. Sólo le gusta gastarla».

«No llores por mí, Cristina»

No basta, entonces, con cortar.
Congelar todo aquello que huela a negocios sectoriales, que habilitan la correspondiente tajada del león.
Menos ahora, porque ya sabe, y varios otros saben que ella sabe, detalladamente, cómo es que se la juntó. O lo sospechan.
Sobre todo cuánto se juntó en la construcción metafísica del «Fort Knox» (cliquear).
Distan de ser los diez mil millones de dólares que la señora Carrió suele estamparle, por televisión.
Pero es una montaña suficiente. Como para provocar la reacción, oportunamente rescatada, en el Portal:
«¡Para qué juntar tanto!» (cliquear).

Cortes y quiebresHay quien asegura que Cristina, para soportar las sofocantes presiones, los virtuales hostigamientos, las ansiedades suplicantes de los colgados, hoy debe tomar más pastillas de las necesarias.
Hay quien divulga, de manera confidencialmente extendida, que Cristina suele quebrarse a diario. Para llorar, cotidianamente, en soledad (tesis dolorosamente romántica).
«No llores por mí, Cristina».

Pero está también aquel que asegura que nunca la vio llorar. Ni se la imagina, siquiera, en la orgánica sumisión del llanto.
Porque la considera, al contrario, una brava «asesina serial».

El Kirchner roto

El único punto vulnerable que se le admite, hasta aquí, a Cristina, es el quiebre oficialmente público. Humana, emotivamente documentado.
En las conmovedoras alocuciones, en general aplaudidas de pie por los sensibles funcionarios. Cuando Cristina alude a Él. El Furia.
Es entonces sincera su tristeza. Franca. Porque probablemente Cristina evoca, en la plenitud del quiebre, al Kirchner que se le rompió.
Al Kirchner roto. Aquel que ella creyó que era. Y que vuelve, otra vez, a sorprenderla.

Cortes y quiebresMientras tanto, mientras lo homenajea y lo banca, Cristina se aleja paulatinamente del Néstor que ya sabe que fue. Cómo fue. Es el sentido profundo del corte total de la joda.
Con ese modo de Kirchner, precisamente, es con quien Cristina corta.
Aunque le haya entregado el poder servido. Y le haya producido, como efecto previsible de su muerte, el fenómeno ostensible del crecimiento. Entre el vacío generalizado. La opacidad de la vereda de enfrente. Y el deseo insistente de continuidad, que expresa la tensión de los colgados.
Cristina es la única esperanza del kirchnerismo póstumo, cada vez más frágil. Perceptiblemente fragilizado.
Esperanza a la que deben aferrarse los colgados. Sin rasgarle, hasta hoy, el Vestidito.

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