Mezcla de vinos en Río Negro
Blend de radicales y peronistas. Cruce de identidades.
Artículos Nacionales
Miguel Saiz es un consagrado Radical Kash.
Gobernador de Río Negro desde el 2003, Saiz no tuvo la suerte del peronista José Luis Gioja, de San Juan.
De convocar, en el 2011, al «plebiscito popular». Para intentar dilatarse otros cuatro años. Lo que no podía detenerse desde la política, en Río Negro lo frenó la justicia.
Pero Saiz logró imponer, en este extraño radicalismo medio kirchnerista, para sucederlo, a su ministro de Educación, César Barbeito.
Triunfó Barbeito, en la interna, sobre Bautista Mendioroz. Es el vice gobernador.
Para que se entienda: se trató de una contienda entre el gobernador y el vice gobernador (al que apoyó el decepcionante Ernesto Sanz).
También la dupla Saiz-Barbeito le ganó por goleada a Fernando Chironi, el radical clásico. Chironi salió tercero cómodo (aunque contó con el apoyo de Ricardito Alfonsín).
El blend
En Río Negro se asiste al cruce de identidades. Es donde el kirchnerismo logró instaurar el blend de la complejidad política.
Las contradicciones brotan con su crudeza elemental. La provincia es radical desde 1983. En 28 años de democracia, el peronismo nunca pudo arrebatarle, a los radicales, el control.
Pero los radicales de Río Negro distan de asegurar, mayoritariamente, el apoyo a los correligionarios radicales, en el plano nacional.
«Alfonsín se nos vino a meter en Río Negro, y apoyó a nuestro adversario», sentencia el saizista reconocido, autorizado.
«Entonces Alfonsín no puede pretender que lo apoyemos para presidente».
Significa que, si deben optar entre Cristina y Alfonsín, los radicales de Río Negro, en medio del blend, podrían inclinarse por Cristina.
Con admirable seguridad, ellos descuentan que Cristina, al menos, no se les «va a meter en Río Negro». Como se les metió Alfonsín.
El dilema de ser peronista
En virtud de la enternecedora relación que el kirchnerismo póstumo mantiene con los radicales de Río Negro (que le pertenecen), libran a su suerte a los obstinados que insisten en la vocación de ser peronistas.
Quien lo sabe, desde hace ya varias campañas, es el desconsolado senador Hugo Pichetto. Es el titular del bloque oficialista en el senado.
Pichetto es aquel que puso el rostro atormentado de Humprey Bogart, para defender en el recinto, delante de todas las cámaras televisivas, durante la memorable «125», los valores disparatadamente equivocados de Cristina. Mientras tanto Verani, el senador de Saiz, le votaba altivamente en contra.
Pero Pichetto, el pobre Bogart, acostumbra quedar siempre colgado del perchero.
Desairado, el pobre Bogart, por los jefes a los que defendía. Por los que daba, incluso, ingratamente el prestigio. Y hacía el ridículo. Aunque los Kirchner ni le atendían el teléfono.
Porque Pichetto, según nuestras fuentes, nunca fue de los tácitamente habilitados para llamar. Era siempre llamado.
El verdadero hombre de los Kirchner, en el venerable senado, autorizado para llamar, y para disponer de línea directa, fue siempre el otro Fernández. El menos conocido. Nicolás.
Entre tantos Fernández del plantel, en el caso de reiterarse otro lamentable mandato, Nicolás Fernández se encuentra destinado, según nuestras fuentes, a cumplir papeles protagónicos. Anotarlo.
Es un dilema ser peronista, entre la complejidad del permanente blend de Río Negro. Donde se cruzan las identidades y se mezclan los vinos.
Más aún cuando se supone que el peronismo gobierna en el plano nacional. Pero les suelta la mano a los peronistas provinciales.
Entre los peronistas de Río Negro persiste un consuelo: en Santiago del Estero es mucho peor.
Significa que funciona, en el plano lugareño, la Concertación que estalló en la esfera nacional. Con los efectos de aquella insolencia transgresora de Cleto Cobos. La estrella transitoria que se diluyó en dos años.
Gringo Soria
Pero los obstinados peronistas de Río Negro igualmente se proponen perforar el poder radical, que carga con el hastío de 28 años.
Sin apoyo nacional (o sea de Cristina). Sólo con algunos amagues por izquierda de Mazón, El Chueco (operador que aún conserva, en severas tardes con llovizna, un poco de pudor). Para ayudarlo a Carlos Soria, alias El Gringo, el intendente de General Roca.
Es Soria el peronista designado para confrontar con Barbeito, Radical Kash. Con los atributos y vulnerabilidades de su trayectoria.
Soria fue el Señor 5 (titular de la Secretaría de Inteligencia), durante el interinato de Eduardo Duhalde. Fue el encargado -según los kirchneristas que no olvidan- de hacerlo «caminar», en Santa Cruz, a Néstor Kirchner, El Furia. Sobre todo de indagar, por intermedio del espía-representante en Río Gallegos, en las privacidades fantasiosas de Cristina. Las que no ofrecían, según nuestras fuentes, migajas de misterio para ninguna novela siquiera entretenida.
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