Minas antipersonales
Los opositores no saben cómo entrarle a Cristina. No aciertan en la manera de perforarla.
Artículos Nacionales
Escuchar, contemplar a Cristina cuando para la palabra. Mientras emite el informe, acerca de lo que debería ser el Estado de la Nación. Nos sirve para entender comparativamente a los opositores. Se les justifica hasta la inmovilidad. Que no sepan, incluso, cómo entrarle. Cómo perforar el terreno sembrado por las minas antipersonales de las encuestas. Los paralizan. Los remite hacia la incapacidad.
Se la ve desenvuelta. Suelta. Eufórica. Lícitamente exhibicionista. Es muy bicha.
Mantiene el desenfado para recitar cantidades de indicadores favorablemente indemostrables. Consciente, con seguridad, que suministra una seguidilla de cifras imposibles de retener. Y que se olvidan a medida que las emite. El mero recitado induce a la pronunciación y olvido simultáneo. Pero habilita a los incautos que se aferran a interpretar con rapidez:
«Es un cuadro».
Es arbitrariamente agresiva cuando escoge a la víctima. Sobre todo si son los desafiadores de su poder heredado.
Como el desperdiciado vicepresidente Cobos. El pobre hoy se encuentra sumergido en el laberinto institucionalmente más difícil. Del que no sabe, tampoco, cómo salir.
Dista Cobos de ser respetado como vicepresidente. Asimismo pierde potencia, y se diluye su presencia como candidato principal de la sucesión. De la que fue mediáticamente (o sea políticamente) desplazado, por el efecto de los otros dos radicales que tampoco, para ser francos, aciertan en la manera de entrarle. Y hacen equilibrio entre las minas antipersonales. Alfonsín, «La Clonación Transformadora» (cliquear), y Sanz, «La esperanza blanca» (cliquear también).
Otra víctima es Macri. Se le percibe la contradicción de ser un candidato infinitamente más importante que la fuerza política que lo respalda. Un contenido sin envoltorio suficientemente nacional. Y que no termina culturalmente de asimilar el apoyo político de quienes podrían construirla (la fuerza). Combinación que sí pudo digerir en Santa Fe, y está en camino de lograrse también en Córdoba, en la Salta de Romero y en el Misiones abreviado de Puerta. Lo que Macri no alcanza a digerir es, en definitiva, en Buenos Aires y en capital, la parte duhaldista del cismático Peronismo Federal.
Sigla dispersa, el Peronismo Federal. Tampoco encuentra la manera de entrarle al kirchnerismo. Y menos aún, al «kirchnerismo póstumo».
Desde la muerte de El Furia que los Federales ingresaron, en bloque y separadamente, en el pleno del desconcierto. Es otro laberinto bartolero del que prefieren salir por intermedio del ridículo. Al organizar inofensivos «picaditos» entre ellos, a los efectos de disputar las migajas que quedan para el cartonerismo electoral.
Como si fuera una carrera de obstáculos. Primero Duhalde, Rodríguez Saa y Das Neves tienen que eliminarse entre sí. Para después ver la manera de entrarle a Cristina. Ella los espera con el escenario sembrado de minas antipersonales, colocadas por el Frente Encuestológico de la Victoria. Pero Cristina, de por sí, es también una mina antipersonal.
Aunque la víctima principal de sus algaradas es Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol. Porque, entre las desaforadas muestras de excesiva lealtad, Scioli se permite la osadía de diferenciarse. Justamente con las cuestiones de la seguridad. Las minas antipersonales las colocan, en este campo, desde Verbitsky, el influyente bajador de línea, hasta Sabbatella. O Arslanián.
Parar la palabra
Cristina, en el desierto, supo progresar en el oficio elitista de articular las palabras.
Se ve que las disfruta. Incluso, disfruta hasta las pausas. Lo cual la eleva un peldaño más en el arte de la oratoria.
Es Julio Sanguinetti, aquel presidente del Uruguay, quien descolló como el orador insuperablemente máximo del subcontinente. Situado, en lo ideológico, en las antípodas del maniqueísmo populista que impulsa Cristina.
El manejo de las pausas es equiparable, en la oratoria, a la habilidad de los mejores futbolistas cuando saben parar la pelota. Detener el juego. Concentrar la atención del auditorio en el desborde de su inspiración. Los oradores más dotados, como Sanguinetti, son los que saben parar la palabra. Instalar la teatralidad expresiva de la pausa.
Cuando se posee habilidad para controlar la palabra, lo que el orador controla, también, son las omisiones.
Saber decir es saber callar.
Un buen orador es aquel que aprende justamente a valorar lo que calla.
El atributo descuenta las quejas posteriores de los adversarios que registran las omisiones. Como los silencios. Pero ya es tarde. El discurso fue. La pieza oratoria concluyó. Es el turno de las quejas del bandoneón. Y de buscar el baño.
«A llorar al Parque», decían en el barrio.
Otro maestro invariable del arte de la retórica fue don Federico Mayor Zaragoza. El Director General de la Unesco solía convocar para informar sobre el Estado de la Organización.
Monologaba, don Federico, durante tres horas. Pasaba de una lengua de trabajo a la otra. Del inglés al francés o al español. Pero tenía todo milimétricamente calculado. Sabía que, cuando llegaba el momento del diálogo, del intercambio, el 70 por ciento del auditorio estaba rigurosamente harto de escucharlo. Con deseos de orinar. Para colmo, los primeros que hablaban eran siempre los incondicionales. Cristina también aprendió este secreto. Pudo percibirse cuando monologó, en Olivos, ante los empresarios.
Ninguno de los opositores estudiados acierta, hoy, en la manera de perforar la artificial entereza del kirchnerismo póstumo. A través de su discurso oficial, instrumentado por «un cuadro». Que recita el amontonamiento de indicadores y que merece, por si no bastara, «ser eterno» (la mina antipersonal remite al 2015, el 2011 ya fue).
El «kirchnerismo póstumo», con más minas antipersonales en el terreno que la propia Angola, aparece, hoy, como imbatible. Acrecienta un estado de euforia que oculta, ante todo, su ciclo de desconcierto. La magnífica debilidad. La decadencia que ninguno de los opositores devaluados puede, hasta hoy, capitalizar.
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