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La revolución para ganar

Delirios de sobremesa del kirchnerismo póstumo.

Jorge Asis - 1 de marzo 2011

Artículos Nacionales

La revolución para ganarLa duda persiste. Se debate en el pleno de La Craneoteca de los Genios, que orienta Carlitos Zanini, El Ñoño (tanque de ideas que le hubiera fascinado poseer al camarada Ulianov, cuando planificaba la toma de San Petersburgo).
La duda existencial alude sólo a la victoria. No se reserva el menor lugar para (la posibilidad de) la derrota.
Resta decidir cuál es el camino más conveniente.
Esperar a ganar, con Cristina, las elecciones burguesas, en octubre del 2011. Y arremeter, sólo después del triunfo, con la artillería revolucionaria. Para hacer «la revolución», así sea imaginaria.
Radicalizar las estructuras y completar el trabajo que Néstor dejó pendiente.
Ganar para «profundizar el modelo».
O encarar primero -y de inmediato- las decisiones revolucionarias. Para radicalizarse ahora y hacer los cambios. Desde ya.
Profundizar el modelo, para ganar.

Las divagaciones de sobremesa del kirchnerismo póstumo son (casi) geniales. Arriban, con la facilidad de la conjetura, hacia la portada de los diarios. Fiel reflejo de la carencia.
El país se encuentra surcado por las diversas variables del delirio.

Figuretti vice

Ganar para profundizar el modelo o profundizar el modelo para ganar.
Siempre, eso sí, con Cristina. Es lo único que mantiene presentable, en la oferta, la inflamada congregación, que suele retroalimentarse con los delirios demenciales de permanencia.
Pero se depositan -cabe aceptarlo- algunas esperanzas en las estrellas de la cantera.
Baluartes en formación, que deambulan en las web promocionales de La Cámpora. A través del manejo de presupuestos estremecedores que facilitan las transformaciones.
O confían en alguien más tangible, como Juan Manuel Abal Medina, el ascendente frepasista de apellido históricamente sonoro. Puede, en cualquier momento, sorprender a la humanidad. Con su promoción como vicepresidente de Cristina.
Para la Garganta, Cristina no puede arriesgarse a ninguna otra Concertación.
Ni llevar, como segundo, a ningún otro gobernador del peronismo que pueda opacarla. Y conspirar desde el día siguiente. Como corresponde a un previsible peronista, a los efectos de elevarse para ser ungido sucesor.
Y menos, aún, a un radical. El kirchnerista que se quema con Cobos ve un radical y dispara.

Hoy Abal Medina se encuentra nominalmente encargado del reparto de «combustible espiritual» para los medios.
Para desacreditarlo, los envidiosos del oficialismo, a sus espaldas, lo apodan Figuretti. Por su presunto interés de mostrarse como el artesano secreto de determinados logros. Sobre todo con El Furia, en la Unasur.
(Tal vez Abal Medina tendrá que trabajar su relación política con Follonier, el Rafa II. Es el verdadero «canciller paralelo»).
En la constelación kirchnerista, Abal Medina es una suerte de Sabbatella. Un poco más alto.
«Un perfecto simulador de talento», confirma otra Garganta, algo apesadumbrada por su crecimiento.

Medio huevo

La revolución para ganarSe impone, en apariencia, la segunda alternativa.
Hacer la revolución para ganar. Para profundizar el modelo se impone desprenderse, paulatinamente, de las irradiaciones impresentables del peronismo (que los sostiene).
En el delirio, La Craneoteca suele obstinarse en serruchar la rama, de la que el kirchnerismo pende.
Explica las ofensivas suicidas sobre Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol.
Las tribulaciones fantasiosas del kirchnerismo póstumo pueden desmoronarse sólo si alguno de los tantos peronistas acotados, casi arrastrados hacia el cesto de los trastos, se decide dar un golpe a la mesa. Y como los abuelos de antaño, decir «¡esto se acabó!». «A quién c… le ganaron, Forros».

Sin embargo, en el peronismo entero, ya no queda medio huevo.
Sus exponentes acomodan los pies apretujados en el plato. Se dedican al cuidado excesivo de sus facturas. A reducirse, por su temor de perder a Cristina, o apenas disgustarla. Es la máxima figura ganadora que se obstina, con elaborada crueldad, en desairarlos. Ningunearlos.

Los Kirchner y el peronismo

En definitiva, se asiste a otro escenario del «kirchnerismo explícito».
Fue descripto en el portal. Es un registro típico de la relación de los Kirchner con el peronismo.
En los tramos de ofensiva política, El Furia solía ocultar al peronismo. Lo avergonzaba. Dificultaba su búsqueda de un espacio propio de poder.
Sin embargo, en los tramos de lona, o del retroceso, cuando debía defenderse, acudía a la identidad peronista que le brindaba protección. Y amparo. Se rodeaba de malos muchachos.
El mecanismo inspiró una sentencia memorable de Vernet, el filósofo positivista:

«Si no nos llamó cuando robaba, no puede venir a buscarnos cuando lo persigue la policía».

Aunque no robe, Cristina prosigue con la eficacia del mecanismo. Está en un momento de ofensiva transitoriamente eufórica. Siente que el universo le queda chico. El peronismo, otra vez, la avergüenza. La rebaja. La limita. Lo siente como un obstáculo para seducir a la sociedad independiente, supuestamente interesada en la profundización del modelo imaginario.

Frente Encuestológico de la Victoria

El kirchnerismo póstumo cree ciegamente en la potencia de las encuestas. Son a la carta. Hegemónicamente las encarga. Y las paga.
Aunque no sean «del palo», los profesionales de la numerología, participantes de la sociología estomacal, integran, a pesar de ellos, el Frente Encuestológico de la Victoria.

Es la vanguardia laboralmente irreprochable. Sirven para sembrar el terreno con la contundencia de las encuestas explosivamente definitorias. Relegan, a los infortunados competidores, al mero rol de sparrings.

La revolución para ganar«Te equivocás, yo no estoy en ningún Frente» se nos queja una dama intachable. Desde su consultora, «la D» suele brindar los números más auspiciosos para Cristina.
«No tengo la culpa si Cristina está en 45 puntos en intención de voto. Es la realidad. Sin incorporarle aún la progresión de los indecisos».
Entonces, para qué pelearla a Cristina. Hay que rendirse.
Carece de sentido, para cualquier empresario, ponerle el «combustible espiritual» de Ari Paluch a ningún dirigente opositor.
La elección está definida. Gana Cristina por goleada en la primera vuelta.
Los resultados son ampliamente anticipados, por lo general, los domingos, en la Secretaría de Estado de Página 12. Y multiplicado en el torbellino de los medios adictos, hoy vigorizados por la incorporación de Matías Garfunkel Madanes, notable novelista en búsqueda de temas.

«Si no me creés a mí, podés creerle a Poliarquía», dice la dama intachable. «Presenta números similares».

El Frente Encuestológico de la Victoria no deja otra alternativa que la resignación. Capitulación incondicional.
Resta saber, apenas, cómo salen los premios menores. El reparto de los pocos morlacos que quedan. Para «la perrada».
«Un 15 para Macri, otro tanto para Alfonsín».

El resto, está para la piedad. Para el cartonerismo electoral.

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