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Suleiman. La Joyita

"Asuntos Extraordinarios"

Jorge Asis - 11 de febrero 2011

Artículos Internacionales

Suleiman. La JoyitaHosni Mubarak dista de ser un Dictador de renuncia fácil. Es un duro que no arruga. Echarlo aún va a costar un poco más.
Hasta hoy Mubarak está seguro de controlar la fuente exclusiva de poder. El Ejército.
La pasión por la permanencia resulta, en cierto modo, admirable. Pero El Viejo decepciona a los cientos de miles de egipcios emocionados. Los que enarbolan, en la Plaza Tharir, la simbología feroz del zapato desafiante.
Es -el zapato en la mano- el emblema de desprecio. De la humillación. Pero sobre todo de la impotencia.
Después de todo, el pueblo se siente protagonista de una revolución popular. Explicablemente insensata.
Se trata, más bien, del derrocamiento del Faraón obstinado. El espectáculo transcurre en directo, hacia el mundo, hasta en los idiomas más indescifrables.

A esta altura, lo grave es que los egipcios se sientan frustrados. No pudieron aún deshacerse del muy conocido Mubarak. Para colocar, en su lugar, al menos por siete meses, a la joyita desconocida de Omar Suleiman.
En sintonía con la irresponsabilidad profesional de los comentaristas internacionales, que participan de la desinformación colectiva. Se encuentran más entusiasmados por destacar al que se resiste a irse, que por indagar sobre la joyita que se viene.
El delirio consiste en tomar, el cambiazo eventual, como un triunfo del pueblo. Mostrarse esperanzadamente eufóricos si es la joyita de Suleiman quien pilotea la transición. Y que, Mubarak, el duro que no arruga, parta, con los 82 años a cuestas, hacia -digamos- el sublime balneario de Charm El Sheick. Donde podría cumplir el objetivo de morirse. Entre los zapatos de Egipto.

El encanto del enigma

Omar Suleiman, el espía de pulcras maneras, mantiene, a su favor, como todo aquel Señor 5 que se precie, el encanto del enigma.
El desconocimiento funciona, aquí, como un mérito.
Septuagenario socialmente recatado. Difícilmente levante el tono de voz, exactamente monocorde. Portador de la discreción arrolladora. Efectivamente eficaz.
Don Suleiman maneja el servicio secreto egipcio desde 1993. Por supuesto que es el hombre de confianza de Mubarak. Dato que puede registrarse en cualquier ficha. Donde figura, siempre, que Suleiman le salvó la vida.
Pero Suleiman es, para Mubarak, ante todo, el verdadero hombre de la CIA en Egipto.
El enlace para tratar los casos delicados que la CIA suele considerar especiales. Los llamados «Asuntos Extraordinarios».

Suleiman. La JoyitaSólo cuando percibió que se le venía la noche del trono, Mubarak decidió designar, a  Suleiman, como vicepresidente. Con el objetivo de ganar tiempo ante la adversidad. Para desgastar, a los opositores despistados, con las «rondas de diálogo». Pero Mubarak también lo designó a Suleiman para brindar un mensaje, de mayor confiabilidad, hacia los Estados Unidos.
Porque en Langlay, sede de la CIA, y con conocimiento estricto de Mubarak, mantiene Suleiman un lobby excelentemente montado. Excede, incluso, el marco del espionaje. Pasa, además, por los números espirituales del Pentágono. Y por la sensibilidad de los fabricantes de armamento más sofisticado. Colocan, en Egipto, 1.300 millones de dólares anuales.
Con tantos enemigos en la región, la tranquilidad estratégica de Israel debe estar asegurada.

A propósito, es Suleiman quien audita, cotidianamente, el Dossier Israel. Es aquí donde se valora el categórico anti-islamismo fundamentalista. Como el cultivo específico de la crueldad. Para masacrar, sin contemplaciones, al «terrorismo». Así se trate de los palestinos chiitas del Hamas. Los arriesgados que traficaban alimentos para los desdichados de Gaza, más conocida como «la franja». Entre los comestibles, siempre pasaba algún armamento. Destinado a quienes les tocaba vivir, en la historia contemporánea, el patético rol de desgraciados. En el virtual campito de concentración de Gaza. Humillación inhumana a cielo abierto. Con Palestinos miserablemente abandonados a su falta de suerte. Encerrados entre las dos fronteras. La de Israel, y la de Egipto. Y el laberinto del mar.

Asuntos Extraordinarios

Suleiman. La JoyitaLas alcahueterías de WikiLeaks lo tuvieron también a Suleiman como protagonista involuntario.
Detallaban, en mayo del 2007, que Suleiman se encargaba del programa de intercambio solidario. El que Egipto tenía, secretamente, con los Estados Unidos.
El intercambio era de presos. En negro. Prisioneros que costaba blanquear. Por la maldita acción de la prensa más osada, que explora las contradicciones. Atributo principal, a favor de la cultura americana.
Jane Mayer, la notable columnista de New Yorker, dedicó un libro a la especialidad. «El lado oscuro».
De manera que la CIA, que arrastra al Departamento de Estado, sobrevalora las virtudes profesionales de Suleiman.
Conste que Edward Walker, embajador americano en Egipto, lo consideró, en otro cable de Wikileaks, «tan brillante como realista».
Imaginativo, original. Suleiman sabía hacer creativamente los deberes. Carecía del menor escrúpulo a la hora de aplicar los castigos despiadados de la real-politik.
Es valorable, además, por su capacidad sabiamente natural para la persuasión. Por la manera de asumir el tormento físico del enemigo como un método de indagación filosófica. Ideal para alcanzar la sabiduría.
Por efectividad, Suleiman se encontraba capacitado para conseguir el testimonio que le pidieran. Para obtener confesiones a la carta.

Uno de los «asuntos extraordinarios» que trascendió fue el de Sheik Ibn Al Libi. Sospechoso de pertenecer a Al Qaeda. «Algo habría hecho». Detenido en el sospechoso Pakistan. Al Libi deambuló por diversas cárceles al paso, de llave en mano, de Afganistán. Hasta que, en delivery especial, fue empaquetado hacia Egipto. A merced de las virtudes de Suleiman. Para que los hombres del actual vicepresidente, el hombre que va a suceder a Mubarak, le hicieran pelo y barba.
Para que dejaran de torturarlo, Al Libi confesó. «Dos agentes de Al-Qaeda habían recibido entrenamiento en Irak, adiestrados en el correcto uso de las armas químicas y biológicas».
Justamente lo que Bush necesitaba que alguien, por escrito, le dijera.
La confesión a la carta, que consiguió Suleiman, resultó sustancial para que Colin Powell, El Negrito, tuviera suficiente fortaleza argumental para convencer a los representantes, que tensionaban la interna. Y a los preparados miembros del Consejo de Seguridad Naciones Unidas. Se demostraba al fin, gracias a la metodología filosófica de Suleiman, que el despiadado Saddam Hussein les suministraba las dichosas armas de destrucción masiva hacia Osama Bin Ladin. El titular de la Franquicia de La Base, o Al Qaeda. El número uno. Bin Laden es el más marquetinero de los enemigos. Pero es saudita.
Para Suleiman, el demonio ideal es el número dos. Ayman Al Zarawiri. Es médico. Y egipcio.

Suleiman. La JoyitaPara que no se crea que Suleiman daba sólo las instrucciones a sus esbirros, no vaciló en dar, también, el ejemplo enaltecedor. Para lanzarse a torturar personalmente. Como cuando recibió otro paquete de los tantos. El delivery que le enviaban desde la CIA. De parte del gran amigo George Tenet.
El delivery se llamaba Mahmoud Habib. Pueden «guglearlo» (son líneas que sólo pueden redactarse desde la triste frialdad del cinismo).
Habib tenía pasaporte australiano. Pero Suleiman no podía perdonarle el origen. Era egipcio.
Los detalles de las torturas aquí se van a omitir. Pero los relata el propio Habib, en su texto de memorias bien dolientes. Sobre los episodios imposibles de olvidar.
«La historia del terrorista que nunca estuvo».
Cuenta Habib que, mientras le hacían el pelo y barba, de pronto, «el interrogador le pegó una bofetada. Con tanta violencia que se le desprendió la venda».
Pudo reconocer después al verdugo. El hombre que los occidentales prefieren para suceder a Mubarak.
Para ablandarlo. A los efectos de sacarle la información que el pobre Habib no tenía, cuenta que Suleiman ordenó que mataran, en su presencia, un pobre prisionero del montón. Del Turkmenista, nadie iba a reclamar por él.
Después Habib fue trasladado hacia la cárcel secreta de Afganistán. Para recalar finalmente en el Guantánamo que el excedido Obama aún no pudo demoler. Una suerte que Habib se salvara de las mazmorras. Gracias a otra dama. La periodista que se atrevió a contar la historia. Diana Priest, del Washington Post.

La obstinación por quedarse, del duro Mubarak, resulta, acaso, comparativamente, algo más preferible que los modales recatados -casi refinados- de Suleiman.

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