Egipto. Entre la extorsión y el caos
Artículos Internacionales
En el (llamado) Medio Oriente se agotó el recurso de la extorsión.
Sin embargo sigue vigente la metodología del caos.
La extorsión política no se acaba, precisamente, porque Obama se llame Barack.
El método resultaba eficaz para extender la legitimidad de los tiranuelos. De la magnitud irrisoria de Ben Alí, durante 25 años, en el inmenso balneario de Túnez. Y de Hosni Mubarak, con sus 30 años en Egipto. Desde que sucediera al asesinado Anwar Sadat, aquel que hizo virar, en 180 grados, la estrategia de Egipto con Israel. Después -cabe admitirlo- de derrotas inapelables.
Diques
Dictadores como Ben Alí y Mubarak representaban la garantía.
El «dique de contención» contra el fundamentalismo islámico, enemigo oficial de los Estados Unidos. Después del desmembramiento de la Unión Soviética, otro imperio desastrado que les servía, a la astucia de los dictadores, para equilibrarse.
Además de ser «garantía o dique», en el Egipto de Mubarak se brindaba el plácido amparo hacia la estrategia de sobrevivencia del vecino Israel. Que es, a esta altura, la entidad invariablemente afectada por las turbulencias de la última fotografía geopolítica.
Cae, con el resistente Mubarak, el sustancial aliado. Irreemplazable, casi único, de Israel. Sobre todo luego de la catastrófica invasión al barquito especulativamente solidario.
El operativo comando logró tensar las relaciones de privilegio que mantenía Israel con Turquía. Donde hoy, con un éxito inquietante, se asiste a la exhibición de un film con un vengativo Rambo turco. Superhéroe que mata judíos a canilla libre, ante el entusiasmo aprobatorio de los cinéfilos de Esmirna y Estambul.
Para fundamentar la preocupación racional de Israel, cabe consignar el ascenso, en El Líbano, del potentado Mikati. Es el Primer Ministro que sucede, a través de un virtual golpecito de estado, a Saad, el hijo del asesinado Rafik Hariri. Hoy Mikati disfruta del apoyo frontal del Hizbollah.
Es -el Hizbollah- la fuerza política influyente que, merced al desconocimiento olímpico y la ceguera táctica, en la Argentina se la confunde con una vulgar banda terrorista.
Sugerir la influencia del Hizbollah significa aludir, también, al apoyo del eje contestatario. Del árabe Siria, y del sustancial persa Irán (la segunda reserva de gas y la cuarta de petróleo). Y del Hamas, en Palestina.
Es justamente el Eje que lleva adelante la beligerancia con Israel, estado regulador que unifica el rencor multiplicado por el fracaso. Mientras Egipto pacta, y la Arabia Saudita, factura.
Delivery
La idea del mal, asociada al mecanismo extorsivo, representaba la repetición del fenómeno clerical registrado en 1979. En Irán. Cuando los Estados Unidos lo entregaron al pobre Sha. Con el mismo desasosiego que entregan, en delivery, al gastado Mubarak. Y que incita a Efran Halevy, ex director del Mossad (espionaje israelí), a evocar a Henry Kissinger. Un «paisano» que sostenía que los acuerdos, con los Estados Unidos, «son siempre condicionales en el tiempo». Es decir, hasta que al acuerdista les sirva. Es precisamente el escenario que preocupa, con fundamentos lícitos, a cierta prensa israelí, en otra variable de la extorsión expresiva.
«¿Y si también nos abandonan a nosotros?».
Más suelto de cuerpo, y a propósito de las invalorables alcahueterías de Wikileaks, nuestro Oberdán Rocamora supo dictaminar:
«Los americanos te entregan siempre».
La posta
Irán tomó la posta de la vanguardia que abandonó Egipto. En la lucha contra el enemigo unificador. Israel, que se amparaba en la defensa carísima de los Estados Unidos.
La contraprestación occidental, a semejante servicio extorsivo del Dictador, consistía, en gran parte, en la indiferencia. Asumían la actitud del burro con respecto a la corrupción generalizada del cretino de pertenencia. Hasta admitir la eternización de las dinastías gobernantes.
Occidente -los Estados Unidos y la Europa presentable- hizo un espeluznante negocio con la manipulación de los dictadores amigos.
Como Ben Alí, tan espiritualmente próximo a la Francia democrática, donde suelen desgastarse en acusaciones recíprocas sobre complacencia. Y donde se «tiran con Ben Alí».
O Mubarak, el principal aliado del coctel escasamente digerible en la región. El (norte)americano-israelí. Mubarak no vaciló siquiera en aplicar, a los palestinos, las humillaciones y crueldades que se le vuelven en contra. Como un bumerang.
La esperanza del caos
La extorsión tuvo finalmente destino de colapso.
Las sociedades árabes, agobiadas por el atraso y la mugrienta mediocridad, y por la ética despreciable de los expoliadores que les sonríen desde los cartelones de las avenidas, preferían recluirse, acaso infortunadamente, en la potencia mística de la religión. Les brindaba, al menos, el reparo místico hacia tanto fracaso sombrío que se anunciaba. Hacia la carencia del menor diseño de futuro. En un volcán poblacional de juventud pavorosamente desperdiciada. Distaban las sociedades de contemplar, al aliado americano, y menos aún al israelí, con algún atisbo de simpatía.
Al respecto, el Egipto moderno fue ejemplar para las contradicciones. Apoyado en el Ejército, institución que mantiene la paradoja del prestigio, Mubarak se entregó a los atributos del menemismo excesivo. En las sobreactuaciones con los (norte)americanos, fueron mucho más carnales.
Enfermo, agotado, Mubarak pretendía eternizar la dinastía a través de su hijo Gamal (llamado así por el nacionalista Nasser).
Como si Egipto fuera otra Siria. Marruecos o Jordania.
Pero los americanos lo preferían a Suleiman, el patrón de los servicios de inteligencia. Un Señor 5 cruel y perverso que dista de asemejarse al emblemático Anzorregui.
Fracasada la sistemática extorsión, a Mubarak le queda el recurso del caos.
La extorsión del caos.
La tentación de instalar la factible ingobernabilidad, en un país -una civilización- de más de ochenta millones de habitantes.
Mantiene Mubarak una oposición menos significativa, incluso, que la que tiene el kirchnerismo póstumo.
Al extremo de sobresalir un burócrata irremediable como El Baradei. Un animador de las sesiones multilaterales de la Unesco atómica.
Baradei se propuso, en su oportunismo modesto, para encabezar la transición. Al percibir que los compatriotas son egipcios pero no idiotas, Baradei prefirió proponerlo a Omar Suleiman.
Como si el burócrata de Baradei desconociera que Mubarak, comparado con el Halcón Suleiman, es la palomita sublime de la paz.
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