Sonatinas
NUESTRO BALANCE (II): La Elegida, Rubén Darío y las carpas de Sergio Berni.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«La Elegida está triste/ qué tendrá La Elegida».
Infortunadamente, no está a mano Rubén Darío para indagar al respecto, con la inspiración de sus sonatinas.
Ni siquiera quedó Alberto Fernández, aquel poeta romántico que creyó en la trascendencia de su estética. Pero debió partir (hoy son vanos los mensajes poéticos que envía desde botellas televisivas).
A falta de la lira del Alberto, encara la guitarrita furtiva de Amado Boudou. Aunque La Elegida, según la vertiente, le advirtió:
«Parala con las motos, con los autos y con el rock» (ampliaremos).
La tristeza de La Elegida se encuentra legitimada por la ausencia.
Con la irresponsabilidad de su muerte, en materia de «acontecimiento del año», El Furia registró el punto más alto del 2010.
Lejos de reducirse a la cuestión íntima, meramente personal, la tristeza de la referencia resulta invalorable, a la hora del balance, para el análisis político.
Carpas de Berni
Crecen, en gravitación e influencia, los protagonistas que estuvieron siempre. Distan -y es una suerte- de ser líricos. Pero le garantizan (a La Elegida) la confiabilidad para enfrentar el tramo definitivo de su gobierno. El último. Con la sortija, o con el espejismo, de la reelección. Instaurada, tan sólo, a los efectos de mantener el control hegemónico del poder.
La Elegida venía cómoda con los atributos redituables del duelo. Bendecida por las vibraciones de las encuestas. Justo cuando el poder, en la práctica, de repente se le diluye. Entre los riesgos del desborde social. Por la magnitud de la crisis de las usurpaciones que se multiplican. Le brinda (el desborde) otro fundamento superior. No apto para las tristezas de sonatinas.
Ya cuesta legitimar, incluso, las misiones de Sergio Berni. Instrumentadas por intermedio de la señora Alicia, la cuñada y, por si no bastara, la Ministro de la caja inagotable del Desarrollo Social.
Misiones para que Berni, el Secretario de Estado, se instale, con reconocida eficacia, con sus carpas. Las que no pueden plantarse en cada toma. Para disponerse, desde adentro, a negociar con los usurpadores. Como ocurrió, sin ir más lejos, y con suerte nada barata, en el Parque Indoamericano. Donde el doctor Berni supo colocar, desde el primer día, a sus asistentes y coordinadores. Pertrechados con iniciativas, y ataviados, a veces, de censistas. Con el dato violentamente disuasorio del efectivo (ampliaremos).
Transferencias
Duele confirmar que, después de siete años de kirchnerismo, se consolida el predominio de la sociedad dividida. En estado de barra brava.
Abunda, en simultáneo, el consumo derivado del crecimiento. Sin embargo es alarmante la intensidad del rencor.
En semejante contexto crítico crece, hasta volverse indispensable, la influencia de un par de lupinistas escogidos. Paladares negros que mantuvieron, entre sí, la relación signada por la competitiva desconfianza. Estimulada, con astucia perversa, por el jefe que compartían.
El Furia solía divertirse con la «conducción radial».
Carlos Zanini, alias El Ñoño, y Julio De Vido (puede anexarse la intangibilidad del «espía» Icazuriaga).
Compartimentos estancos del ausente. Si Zanini servía para la política, De Vido servía para los negocios.
Es imposible entender el sistema de construcción del kirchnerismo sin tener en cuenta estos dos carriles. Interconectados, apenas, por la presencia de El Jefe.
Pero sin El Furia transcurre, llamativamente, la transferencia de roles.
Zanini, según nuestras fuentes, comienza a interesarse por los negocios. Por rescatar alguna parte del sistema de acumulaciones que Kirchner se llevó a la bóveda. Junto al kirchnerismo y las causas judiciales. Para alivio de su familia.
De Vido, en cambio, comienza a interesarse más por las sutilezas de la política. Como cuando era toreado por el poeta Alberto. Y tiene atributos para dedicarse. Se encarga de la contención de Moyano, su socio en la aventura de catapultarlo a Boudou en la ciudad. Hegemoniza el diálogo con los mini gobernadores de «Buenos Aires, la provincia inviable» (cliquear). Pierde el tiempo aún con los empresarios en el diseño alucinatorio de un pacto social.
Emerge De Vido con más fuerza, pese a su vulnerabilidad física, después de haberse atenuado la influencia de Aníbal.
El (fragilizado) Premier. El único miembro del gabinete que podía (a De Vido) enfrentarlo. Porque, igual que De Vido, El Premier es un cuadro salido de la superstición del peronismo. Sea Partido, o Movimiento, paulatinamente estancado. Tan reversible que La Elegida, que lo desprecia, hoy lo tiene a su merced. Para acentuar, acaso, la honda sonatina de su tristeza.
Final con Bailantas y Congojas
Cae, Aníbal, en cierto modo, como consecuencia del exabrupto declarativo de Sergio Schoklender.
Es -Schoklender- el CEO. El ejecutivo fundamental de la pujante empresa constructora de las Madres de Plaza de Mayo. Organización que arrancó como modelo humanitario, y hoy es equiparable a Los Roggio.
El CEO Schoklender denuncia a los narcotraficantes que se querían introducir en el obrador de las Madres, en Villa Soldati. Entonces «los narcos» debían recibir el merecido castigo que iba a terminar con su propia condena.
Por las repercusiones, La Elegida, según nuestras fuentes, llamó, para quejarse, a la señora Hebe de Bonafini. Para recriminarle, ya sin tono de sonatina, la verborragia perjudicial de su gerente. Entonces la señora Hebe, con su moderación clásica, levantó en peso al p… incontinente de Schoklender.
La reprimenda motivó que el ejecutivo, en un rapto breve de dignidad, decidiera renunciar. Pero Hebe, por su grandeza espiritual, supo perdonarlo.
Conste que Bonafini accedió, incluso, a situarse como adorno habitualmente escenográfico. Junto a su detestada señora de Carlotto.
Fue cuando La Elegida, enojada con Aníbal, y sin la menor capacidad para perdonar, anunció la creación menemista de la sonatina del Ministerio de Seguridad. A cargo de la señora Nilda Garré (quien se merece, también, su respectiva sonatina melancólica. Acaso la que el general César Milani, aún, no se atreve a componerle).
A esta altura, el Parque Indoamericano se encontraba tomado por los pobres avispados. Los que especulaban con el pretexto de la «vivienda digna». Pero con la carpa disuasoria adentro. Cargada de infiltrados que respondían al funcionario utilitario. Sergio Berni.
Nace entonces otra estrella que procede, también, del sur. Berni es Secretario de Gestión y Articulación Institucional del ministerio de Alicita. Es Médico. Ex militar. Alcanzó el grado de teniente coronel.
Al cierre del despacho (probablemente el último del año) el teniente coronel Berni, el doctor Berni, no puede -y es una pena- multiplicarse. Con la sucursal de su banquito a cuestas. Para instalar las carpas entre las siete decenas de terrenos usurpados, por los consumidores voluntarios de las «viviendas dignas». Ni siquiera Berni puede asegurar su eficacia, hasta hoy, en el Club Albariños.
Mientras regateaban las ofertas del Parque Indoamericano, Guillermito Ferreyra impulsaba la toma del Club Albariños. Con un objetivo venerablemente conmovedor. Casi festivo. Instalar, según nuestras fuentes, una bailanta.
Ni Alicia, la ministro, ni Berni, el secretario, pueden -debe reconocerse- resolver solos las apelaciones multitudinarias de la pobreza. Ni con el banquito.
Antes que lo degollaran, el comisario Vallecas, ex titular de la Federal, planteaba la recreación de La Armada Brancaleone. Era aquel Gabinete de Crisis que regenteaba Rafael Follonier, alias El Rafa. Fue en el comienzo del ciclo kirchnerista. Pese a las reticencias de Oscar Parrilli, el Secretario General, al que descalificaban con cierto entusiasmo.
«Parrilli se ponía a discutir de política con los piqueteros», dice la Garganta.
Pero recrear la Armada Brancaleone, o el «gabinete de crisis», era algo imposible. Una manera de reconocer la existencia de la crisis. La que no debía tener lugar. Menos, aún, en el año festivo del bicentenario. La kermesse que termina entre temores, tristezas y congojas.
Soportables Fiestas.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital.com
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