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Para evitar el corralito progresista

Por la inflación, Argentina encarga al Brasil 100 millones de billetes de cien pesos.

Oberdan Rocamora - 5 de noviembre 2010

Artículos Nacionales

Para evitar el corralito progresistaescribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital

El cristinismo, en materia de soberanía gestualmente económica, arranca para el demonio.
A los efectos de evitar el «corralito» progresista, el directorio del Banco Central decidió encargar el delivery del papel moneda.
Por carencia de tiempo, pero sobre todo de previsión. En agosto se sabía iban a faltar los billetes. Los bancarios lo divulgaban.
A través del recurso de una Unión Transitoria de Empresas (UTE), la tarasca se encarga a la usina billetera del Brasil.
En efecto, la Casa da Moeda do Brasil, asociada en la UTE madre, con su colega local, La Casa de Moneda de Gostanián, deben elaborar, entre las dos, según nuestras fuentes, ciento treinta millones de billetes de cien pesos.
Trece mil millones de pesos. Equivale a tres mil doscientos millones de dólares.
Los papelitos crocantes, con la pelada de Roca, tienen que estar listos, primorosamente impresos, antes del 15 de diciembre. Dentro de cuarenta días.
De los 130 millones de billetes de cien pesos, 100 millones estarán a cargo del Brasil. Cuenta con superior tecnología.
Los otros 30 millones de billetes de una gamba se confeccionarán en la patria. En La Casa de Moneda que dirigen, en la actualidad, los discípulos menos aventajados del señor Gostanián.
Por la condición de locales, los 30 palos de billetes que se harán aquí, tendrán «la numeradora» que corresponde.
En cambio, los 100 millones de billetinhos de cien, los que proceden del Brasil, vendrán, según nuestras fuentes, con una «numeradora» diferente.
Significa, en portugués básico, que habrá, en el mercado, dos clases de billetes de cien de curso legal. Pero con modificaciones (casi) imperceptibles. Captables, apenas, por los falsificadores más refinados.

El oficio de negar la inflación

El quemo -que otros llaman papelón-, legitima las explicaciones lúcidas que suele brindar el ministro Amado Boudou. Lanzadas a propósito del admirable oficio de negar la inflación. Asesorado, probablemente, por las instrumentaciones conducentes del misterioso señor Pepe Nariga.
Es -Nariga- un solvente articulador inmobiliario. Suele deslizarse entre las inversiones apasionantes de Mar del Plata. Ciudad que le depara, al ministro, la prosperidad, la suerte que merece.
Para consumo de la gilada colectiva, el delivery de los billetinhos obedece a la fervorosa capacidad de consumo del pueblo. Consecuencia de la solidez generada por nuestra economía. Gestionada, según nuestras fuentes, por las precarias comunicaciones telefónicas que se registraban entre dos patriotas. El persistente Juan Carlos Pezoa, secretario de Hacienda, y el extinto ex presidente Kirchner.
«Habrá que ver, en adelante, como vivir sin El Furia». La continuidad del mecanismo de toma (o dilatación) de decisiones. Con De Vido, por lo que sabemos, a Pezoa le cuesta entablar una línea. Lanzar las terminales de las cifras.
Es necesario conformarse y no indagar. Resignarse a la idea de la fascinación contagiosamente popular. Por desembarazarse de los billetes que se evaporan.
En determinadas cuevas decisorias, los menos presentables billetes argentinos, por acumulación de manoseos, son denominados «la basura». Por los adictos a la magia cautivantemente reparadora del dólar. O del euro. Billetes internacionalmente respetables. El cambio comparativo implica una abrumadora diferencia en la cantidad del papel a utilizarse. Una valija con dinero argentino puede convertirse, en el cambio, en un elegante attache.
Un billete de 100 dólares equivale, hoy, a 4 billetes de 100 argentinos.
Un similar de 100 euros, a cinco «basuras» argentinos. Pero ocurre que los europeos inflamados mantienen la parada de billetes de 500 euros.
Cada crocante de 500 euros representa 25 «basuras» de cien.
La sensatez elemental de cualquier ama de casa indica que se impone confeccionar billetes, por lo menos, de 200 pesos. Aunque perfectamente podrían circular, también, billetes de 500.
«Brillante idea, olvidala», sentenció Oscar Wilde.
«Convénzase que no se puede, Rocamora, hacer en la Argentina billetes de 200 pesos. Aunque hagan falta», confirma la Garganta.
Es -la Garganta- experta en la anarquía del Banco Central. En las estremecedoras diferencias entre la funcionaria que mejor sabe sonreír, la señora Mercedes Marcó del Pont, y el ministro Boudou. Quien reluce como destacado organizador de la prestigiosa peña del pensamiento profundo. Catarsis grupales en la Confitería «Puerto Rico». Junto a «Maligno» Vélez, el ministro Tomada, la teórica Sandra Russo y el poeta Cristian Favale. Aún no se consignó el aporte del Pepe Nariga, condenado a la popularidad. Ampliaremos.
«Hacer los billetes de 200 pesos sería una manera de reconocer, Rocamora, que hay inflación. Eso nunca».
Reflexión -en cierto modo- medular. Definitivamente, Boudou, en representación del cristinismo económico, tiene razón.
Es más conveniente la fantasía de negar la inflación.
Es preferible adherir a la tesis de la superabundancia de consumo.
Como sentenció Vernet, el pensador positivista de la Escuela de Rosario:
«Basta de realidades. Lo que el pueblo quiere son promesas».
Emerge entonces, como un acto racional, la obstinación del ministro Boudou. La valentía cívica de faltarle el respeto a la inflación. Ningunearla. Es sólo leve preocupación de los tilingos intrascendentes de la clase media alta. Destituyentes que combaten «el modelo». «Por sus virtudes y no por sus defectos». Palabras de La Elegida.

El cerco

La inflación -como el mar del film de Tyrone Power- no perdona.
La inflación hace desaparecer, a los billetes-basura, con la celeridad que puede desorientar hasta al metafórico Maligno.
De todos modos, pese a la formación desarrollista de la señora Marcó del Pont, el directorio del Banco Central dista de considerar, el encargo del delivery, como algo vergonzosamente impugnable.
Que deban fabricarse en el exterior, y precipitadamente, los billetinhos que deben utilizarse aquí.
En su defecto, por la carencia de billetes-basura en la plaza, un ministro atildado, de la magnitud intelectual de Boudou, tendría que proponerle, a La Elegida, la idea peligrosa del cerco.
Manera elegante de obstruir, con el vulgarismo de «el corralito».
Recurso, siempre, de verano. Otra idea furtivamente salvadora puede ser «el patacón ruckaufiano».
Cuando instiga la desesperación por consumir. Consecuencia de la felicidad de Palito Ortega. La algarabía colectiva que instala la superioridad ética, y estética, del «modelo».
Una lástima que el cerco remita a las horribles evocaciones de comienzos de siglo.
Imágenes de severa impotencia ante el cajero automático. El que puede, inútilmente, ser destruido.
Escenario que, de ningún modo, puede admitirse en el gobierno que supo restaurar la fe popular. La creencia en el atributo transformador de la política. Con un «modelo» que redistribuyó mejor el ingreso.
«Porque la revolución -decía Lenin- es la alegría de los pueblos».
Un gobierno pródigo, en fin, de virtudes entrañables. Con la magnífica capacidad de maquillar. De simular.
De tratar, en definitiva, a la ciudadanía entera, de idiotas. Giles de lechería. A los que fácilmente se les puede hacer creer, de arrebato, que la inflación no existe.
Es -la inflación- como la inseguridad. Una sensación amarga que suele apoderarse de los portadores enfermos de conspiraciones. Enrolados, siempre, en la clase media alta.
De no haber (irresponsablemente) perecido, es probable que El Furia también se hubiera avergonzado del recurso del delivery. Cien millones de billetinhos crocantes.
Un socorro que deschava, con espeluznante claridad, la contradictoria fragilidad de la economía. La cara oculta del gobierno adicto a la tergiversación. Que falsea con descaro. Que no puede permitirse, jamás, por último, la transgresión del sinceramiento.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital.Com

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