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Recetas de Mouffe y Laclau

Los noventa. El campo. Clarín. Conflictos terminables.

Carolina Mantegari - 30 de agosto 2010

El Asís cultural

Recetas de Mouffe y Laclauescribe Carolina Mantegari
Editora del AsisCultural,
para JorgeAsísDigital

Pasan por Argentina, otra vez, dos legitimadores teóricos del desvarío kirchnerista.
Ernesto Laclau, el «postmarxista» que se dispone a aleccionar funcionarios, y la señora Chantal Mouffe.
Proceden de San Juan, donde el gobernador Gioja suele excederse en las pedanterías filosóficas (evocar, de pasada, la «clase magistral» de La Elegida, cuando se definió como «hegeliana». Los funcionarios aplaudían).

«Buscapinas» culturales

Resulta menos interesante el kirchnerismo que el delirio intelectual de los sofistas que lo sostienen.
La teoría, aquí, corre en auxilio de la acción.
El pensamiento siempre es posterior a la acción que suele improvisarse.
Debe recurrirse entonces al delivery de la lucidez forzada. Suceden las barbaridades reflexivas que tratan, conceptualmente, de analizar los litigios que signan las improvisaciones. Después -claro- de ocurridas.
La encerrona racional es el máximo aporte del progresismo no peronista.
De los «Buscapinas» culturales que adhieren socorridamente a las continuadas jactancias antagónicas de los Kirchner. Con cierta resignación. Con expresión pragmática de derrota. Como si se tratara -el kirchnerismo-, para los Buscapinas, del último margen de «revolución posible». Aunque nunca terminen (los Buscapinas culturales) de asumir la connivencia con otros exponentes. Del estilo brusco de Moyano, por ejemplo. Del libertinaje de Jaime. De la transgresión pintoresquista de Ishi. O con el mero ensayo de formulaciones incómodas que aludan al fenómeno centralizado de la corrupción.
(La valija de Antonini Wilson ingresa en el rubro «sapos a tragarse», en pos de la «revolución posible»).
Entre el equilibrio de los márgenes, se permite pasar por alto las contradicciones. Sobre todo si se cuenta, para siempre, a favor, con el elemento superador que legitima la defensa de los desatinos. Es la centralidad marcada por la representativa apropiación de los derechos humanos. Con la muestra gratis de «los asesinos presos» (cuidado con plantear derechos humanos para ellos, o sus familiares, porque implica adherir a la «teoría de los dos demonios»).
Entonces no puede sorprender que la problemática humanitaria haya derivado, en el fondo, en el efectivo instrumento para destruir, selectivamente, al adversario.

Otro elemento, aún más ilusorio, lo brinda la desmesurada repartija que suele socialmente presentarse como «redistribución del ingreso». Del «gasto público».
La orgía económica, que desperdicia esta versión del crecimiento, garantiza la cercanía inexorable del próximo baño de realidad. La ducha, temiblemente «neoliberal», que pronto algún sensato, a pesar de su imaginario, tendrá que ordenar. Cuando reciba el desastre tangible que el fenómeno kirchnerista deje, pesadamente -como un castigo- sobre el país.

Ernesto Laclau y Chantal Mouffe

La presencia de los pensadores de entrecasa -de «la casa»- resultan cotidianamente inútiles para salir del paso. Para la «mecánica ligera».

José Pablo Feinmann, Orlando Barone, Horacio González, la señora Sandra Russo o Ricardo Forster. O con preocupaciones bastante más terrenales, de la magnitud de Tristan Bauer.
Si se aspira a encontrar explicaciones medularmente contundentes, a los efectos de atemperar la catástrofe, debe recurrirse a Laclau y Mouffe. La dupla de visitantes frecuentes.
Después de todo es menos grave que la dupla que conforman La Elegida y El Furia.
Laclau-Mouffe les brindan soporte técnico y teórico. Pasan en limpio las calamidades. Aportan la chapa y pintura de rigor.
Ernesto Laclau es el cientista políticamente irresponsable que aún no vacila en calificar, como un acierto, uno de los peores actos de la historia política del peronismo (aunque sea un valor, aquí, ausente). La Contracumbre de Mar del Plata. Para el voluntarismo de Laclau, acaso con ocultas influencias de D’Elía, en Mar del Plata fue donde se consiguió quebrar, desde el sur, el ALCA de Bush.
Aparte, Laclau pontifica, con un poco más de suerte, sobre las bondades del populismo (debe recomendarse «La razón populista»).
Menos exuberante, la belga Chantal Mouffe es la autora que Cristina afirma haber leído. Tal vez con mayor profundidad que al pobre Hegel.
Mouffe produjo, sobre todo, «En torno de la política».
Ambos mantienen el desasosiego de residir en Inglaterra. Allí es probablemente más fácil. Aunque enseñen, se los toma menos en serio. Les cuesta más a la dupla introducir el vejestorio de sus teorías. Aquí, en cambio, con su mercadería pasada, logran complementar los desbordes de la acción práctica.

«Ellos» y «nosotros»

Antes de saberlo, Kirchner, como nadie, participa de la idea del crecimiento a partir exclusivamente del conflicto.
Es la sepultura del romántico consenso. Es decir, El Furia y La Elegida cultivan el antiduhaldismo básico, que propone exactamente lo contrario.
(En el caso de Duhalde, a partir de divertimentos inofensivos, inspirados en los Acuerdos -jamás entendidos- de La Moncloa. Sirven para sustentar coincidencias con exponentes de la ternura moral de Rodolfo Terragno, o del Cleto Cobos).

«Noción del conflicto». «Lugar del conflicto». Exacerbación del concepto amigo-enemigo. Monotonía de antiguallas referenciales que oportunamente había agotado el alemán Carl Schmitt. Pero en el preparatorio siglo más entretenido, el diecinueve. Para anticiparse a los delirios monumentales que se venían en el veinte. El nazismo, sin ir más lejos.
La construcción del «ellos» para definir el «nosotros». Obviedades de rigor. Para impresionar funcionarios.

Para algarabía de la dupla Laclau-Mouffe, de Feinmann y su «supraposmodernidad» (sic), o del ideólogo mayorista Barone, el conflicto, en Kirchner, es terminable. De manera que tienen laburo asegurado, al menos hasta que El Furia les dure. O les tarde en autoextinguirse.
En principio, el «ellos» fueron Menem y los 90. Indultos incluidos. Para imponer el instrumento superador (los «genocidas» en cana). Contaron con la ayuda, en este tramo, del Grupo Clarín, que formaba parte del «nosotros» y crecía a través -si no del conflicto- de la concesión del poderoso.
Agotado el ciclo menemista (ya rendido, para colmo, el rendido referente principal), el necesario «ellos», después, lo representó «el campo» (aquí tomó cierta distancia Clarín del «nosotros», para acercarse al «ellos»).
Pero el «ellos», de hoy, de La Elegida y El Furia, es, incuestionablemente, el monopolio (Clarín).
En el trayecto, el kirchnerismo dejó invariables jirones de identidad. Se dejó arrastrar por el conflicto principal que no es terminable.
Es el que libra El Furia consigo mismo. Contra -de últimas- el espejo.
De mantenerse, ya con otros protagonistas y pensadores reciclados, la ideología anticuada del conflicto terminable, el sucesor (sea Alfonsín, Macri, Cobos, el mismo Duhalde), ya tiene facilitado el «ellos». No hará falta construirlo. Es Kirchner. El kirchnerismo. Con el desastroso retroceso que va -irremediablemente- a dejar.

Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital

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