Alfonsín, El Desconocido
TURNO RADICAL (I): Cura trunco. Lector persistente. Menoscabado. El carisma innegable. La ética familiar de Hidrovías.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Brota, entre el radicalismo, el aroma inconfundible del poder. Son las vísperas de las horas del reparto de responsabilidades. A preparar los trajes oscuros para las ceremonias solemnes de los juramentos. Radicales al borde del gobierno. Otra vez sopa y aventuras.
La primera oleada de entusiasmo les llegó, a los radicales, gracias a Cobos. Por el suspenso de aquel «titubeo durante la madrugada histórica», invierno del 2008. Cobos se les había ido con La Concertación, colonizado por Kirchner. Pero regresaba para salvarlos.
Sin embargo, la proximidad de los cargos, en caravana, les llega dos años después. Consecuencia del aura favorable que arrastra Ricardo Alfonsín. Ver «El Destapado» (cliquear).
Emblemáticos
«Veinte años debieron esperar los radicales para reivindicar la figura de Raúl Alfonsín» -expresa la Garganta. «Y cuando se sorprenden con un Alfonsín auténtico, el hijo, muchos salieron a jugarle en contra».
Los radicales emblemáticos distaban de respetarlo. Pese a las advertencias de los iniciados que «la vieron», estaban convencidos que Leopoldo Moreau, El Marciano, iba a vencerlo en la interna de la provincia de Buenos Aires.
Dormían. «No la vieron». Se habían tragado un Valium 100. Aquellos sexagenarios que oportunamente supieron vibrar, y cobrar, con «la vida y la paz». Con el protagonismo de la Junta Coordinadora Nacional.
Perdía la generación que representaba Federico Storani, Leopoldo Moreau. Pero también acompañaban la derrota Jesús Rodríguez, Marcelo Stubrin. Sobre todo Enrique Nosiglia, El Coti.
Razonablemente, ellos adhirieron, de entrada, a la salvación que les alcanzaba Cobos. La continuidad del viento de cola, que les permitía, positivamente, reorganizarse. La oxigenación de Cobos comenzaba a superar el fantasma del bochorno. El incendio con que el radicalismo iniciaba penosamente el siglo. Por lo tanto, era lógico que se mostraran reacios. Resistían naturalmente la idea de apoyar las proyecciones de Ricardo, el hijo del que fuera el Jefe Político. Crecía hasta el estupor. O la perplejidad. Atribuían el crecimiento a «los efectos conmovedores de la muerte de su padre». La que le permitía, de pronto, el destape (es la módica interpretación del fenómeno).
Pero volvían a equivocarse. Porque Ricardo se convertía en algo más trascendente que la mera portación del apellido. Alfonsín.
Por descreimiento, persisten algunos Emblemáticos en intentar obstruirle el ascenso.
Como si lo tomaran, aún, por «Ricardito». El Alfonsinito. Al que se le hacía una paulatinamente perjudicial concepción de «buen muchacho». Es decir, casi un gil.
Pero Ricardo ya tiene 58 años. Dos años más de los que tenía Raúl, «El Doctor», su padre, cuando accedió a la presidencia de la república, en 1983.
Otros radicales, aún sorprendidos, conservan inalterable el olfato del poder. Encaran diversas alternativas de acercamiento. Ocurre que en el fondo, a Ricardo, no lo conocían. Pasaba casi inadvertido. Simplemente lo menoscaban. Su presencia se notaba menos que su ausencia.
Pero conste que algunos iniciados les advertían, a los correligionarios, que algo distinto pasaba con este Alfonsín. Provocaba adhesiones contagiosamente inexplicables.
Cuentan que Brodherson, por ejemplo, contó en rueda de radicales:
«Íbamos con Raúl a los restaurantes y siempre alguno nos miraba mal, torcido, de reojo. Ahora, cuando vamos con Ricardo, nos saludan todos. Ni siquiera nos cobran».
Les ocurrió en la tradicional pizzería El Cuartito. Se les acercaban a saludarlo los admiradores. Ni pudieron hablar.
Sin intenciones perversas, debe aceptarse, también, que Ricardo, al contrario de su padre, prefiere mantenerlos a distancia. Convenientemente lejos, a Los Emblemáticos.
«Mejor que sigan con Cobos», expresa un ricardista, que hasta los aprecia.
Significa que nada intenta Ricardo para atraer a los reticentes. Con respetuosa habilidad, prefiere rodearse de otros exponentes. Con rodaje, pero sin tanto desgaste. Algunos, incluso, de los cercanos, eran adversarios internos de su padre. Sin ir más lejos, Gerardo Morales (enfrentado, en la interna de Jujuy, a Álvarez García, El Chiqui, amigo e interlocutor de Ricardo). O el otro hombre fuerte, el senador Sanz, tercer candidato de la reserva. El mendocino viene algo más relegado en las ambiciones. Después de Cobos, el coprovinciano. Y de Ricardo.
Brota la tesis ciertamente insolente. Con su crecimiento, Ricardo lo venció también, vaya profanación, al padre. Al que reivindica, gestualmente, con autenticidad. Como diría Borges. «Hasta el más devoto plagio».
El Desconocido
El desconocimiento, en política, es -en esporádicas ocasiones- un mérito.
Pasó con Kirchner. Gracias al dedo a la bartola de Duhalde, sólo se comenzó a conocer a Kirchner cuando fue presidente.
Le pasa también a este Alfonsín. Se le debe reconocer una extraña virtud. Nunca habla mal de nadie. Ni siquiera en el círculo privado. Es increíblemente amable. Querible. Como si tuviera superávit afectivo. En la adolescencia, su sentido del bien lo llevó a tentarse con el apostolado. Quiso ser cura.
Es abogado. Cuatro hijos. Atravesó la experiencia más dolorosa para un padre. La muerte accidental de una hija.
Es -Ricardo- un franco apasionado por la problemática de Chascomús. Es un solicitante permanente de obras para su ciudad. Algo tarde, a los 49 años, fue electo diputado provincial. Entre el 99 y el 2003.
Lector persistente de filosofía y de teoría política. La tendencia hacia la intelectualidad suele derivar, en el universo político, en un anticipo de toma de distancias del semejante.
Al que lee tanto, por hábito orgánicamente cultural, se le desconfía. Paradójicamente, se lo subestima.
«Intelectualizar» deriva fácilmente en un verbo que incita siempre a las ceremonias de la descalificación.
La soledad del lector suele reducir la magnitud de los interlocutores.
Pero hoy los intelectuales comienzan, inquietantemente, a merodearlo. En especial, según nuestras fuentes, los lunes. Como si se viniera, inexorablemente, otra patota cultural.
La irritante erudición, en materia de literatura política, muestra en Ricardo una fuerte vulnerabilidad. En su caso, es la voluntaria carencia de conocimientos sobre economía. Aquí aparecen, para mal o para bien, los economistas que fueron amigos de su padre. Asiste entonces a las reuniones con los empresarios, según nuestras fuentes, con el ya citado Mario Brodherson. En menor medida, con el ex ministro Juan Sourrouille. O con otros funcionarios también heredados, a los que consulta con frecuencia. Como Federico Polak, cada vez más influyente en el ricardismo. Para los eventos de política exterior, Alfonsín suele recurrir a la asistencia del solvente intelectual Carlos Pérez Llana, que fuera embajador ante Francia. Y del embajador Roberto Villambrosa, un profesional de la diplomacia, muy cercano al cordobés Carlos Becerra. Curiosamente, Raúl Alconada, el Ex Gordo, el compañero inseparable de los viajes del padre, no continúa la misma relación con el hijo.
Pero lo fortalecen también otros aliados reconocidos en el partido. El chaqueño Rozas -acaso para desdicha de la señora Carrió-; Mestre, el que con seguridad va a quedarse con la intendencia de Córdoba; Losada, de Misiones; y algunos anticipan el desembarco, en la provincia de Buenos Aires, de Horacio Massaccesi, aquel extraño Robin Hood de Río Negro, que fuera captado por la empresa privada y, sobre todo, por la literatura.
Impugnaciones
Fue Carrió quien le marcó la cancha a Ricardo. Al que, como dice, lo «quiere mucho». Pero le fijó los límites del apoyo. Para sacarle, delante de la tribuna, la tarjeta amarilla.
A Carrió le disgusta el excesivo buenismo de Ricardo. Tanta tendencia consensual. Que lo induce a la fotografía, por ejemplo, con La Presidente Cristina. Pero es peor, para La Lideresa, que Ricardo se abrace con El Guasón. O con el ministro Julio De Vido, al que suele condecorar con adjetivos despreciables. «Corrupto», es el más liviano. En un acto de Chascomús donde Ricardo jamás se hubiera permitido la ausencia.
«Al margen de los prejuicios comprensibles de Lilita, lo que está en juego, aquí, son los negocios». Ahora impugna otra Garganta.
De acuerdo a la interpretación, mientras amenazan con ser re reelectos, Los Kirchners procuran sabiamente «ordenar la retirada».
Conste que se desconfía, con algún nivel cercano a la paranoia, de la ética Hidrovías. Genera una estética oculta por el manto instalado de inquebrantable transparencia.
Es el consorcio -Hidrovías- que engloba a Jan de Nul, una firma belga, con EMEPA, la empresa de Gabriel Romero.
Es -Romero- el empresario de Chascomús vinculado, casi hasta la secreta identificación, con los Alfonsín.
Las fantasías que manejan, al respecto, los super informados, señalan evaluaciones maledicentes. Para parafrasear a Sábato, presentan «el otro rostro del alfonsinismo».
Sostienen la teoría del acercamiento empresarial. Estremecedora inocencia con lo que se vino después. Se inicia con las chatarras ferroviarias de los ochenta.
Aparte, confirman las Gargantas que Hidrovías fue la empresa más favorecida del menos romántico Pacto de Olivos. Especialidad que tanto conocen dos integrantes asociados en la eterna partida de truco. Nosiglia, El Coti, y Luisito Barrionuevo, el filósofo que supo imponer otras teorías revolucionarias.
El Pacto derivó en la costosa reelección de Menem, en 1995. Permitieron tres años más de gobierno.
Para colmo, en el verano de este año, a Hidrovías, llamativamente, se le extendió la fortuna de la concesión del dragado en el Paraná. Durante ocho años más. Al menos, hasta el 2021. 115 millones de dólares anuales de facturación nunca vienen mal (ampliaremos).
En adelante, Gabriel Romero supo transformarse, gracias a la elasticidad democrática, en uno de los empresarios más empalagosamente aduladores de la señora Presidente. Después, por una cabeza, de don Alfredo Román. Pudo explicitarse en el último churrasco que se les sirvió, en Olivos, a los empresarios, para atemperar los efectos favorables de la invitación del Presidente Mujica -alias Minguito-, del Uruguay.
Al identificarse históricamente tanto a don Gabriel, y sus progresos, con los Alfonsín, las desconfianzas aumentan con sensible magnitud. Hasta condicionar cualquier acercamiento. Desde un saludo protocolar con De Vido, al detalle que Alfonsín haya sido el único opositor reconocido, invitado en aquella tardía cena del Bicentenario. Con la mayoría de los mandatarios vecinos ausentes, fastidiados por el duradero cotillón de la kermesse.
Las impugnaciones trascienden, incluso, la indudable buena voluntad de Ricardo. El boceto de estadista fascinado por los consensos, movilizado por el deseo de aplicar las teorías que conoce. Para nada adicto a la pasión fervorosa por los negocios, que tanto salpicó la democracia argentina. Desde el 83. Hasta llegar al exabrupto empresarial de la actualidad. El filósofo Barrionuevo sostenía que, para resolver el dilema argentino, bastaba con no robar dos años. Con el paso precipitado del tiempo, Barrionuevo pudo completar la sentencia: «basta con no robar durante dos meses».
El laberinto de Néstor Kirchner se pone interesante. Para tratarse en la nueva miniserie. Desde el lado radical.
De pronto, Kirchner parece sentir que le conviene, como adversario, el denostado Cobos. Es -Cobos- el contrincante ideal para adoptar, con alguna dosis de credibilidad, la impostura del progresismo. Sin embargo los manda, a Cristina y a De Vido, a abrazarse con Alfonsín, el que puede desplazarlo. Mientras tanto instruye, aparte, a los gurkas, para que dejen de maltratarlo a Cobos. Se lo prefiere -a Cobos- vivo. Entero, rival.
De todos modos, cualquiera de los dos, Cobos o Alfonsín, a Kirchner lo pueden despedir. Hay que asegurarse, antes que el triunfo, la inmerecida libertad.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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