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La España kirchnerizada

En Buenos Aires, Capital Internacional de los Derechos Humanos, se juzga el “genocidio” de la Guerra Civil Española.

Jorge Asis - 15 de abril 2010

Artículos Internacionales

La España kirchnerizadaescribe Jorge de Arimetea
Historia Contemporánea y del Presente
especial para JorgeAsísDigital

Mientras Eduardo Duhalde, en armonía consensual con Cleto Cobos y Rodolfo Terragno, deciden racionalmente entusiasmarse en Buenos Aires con los Pactos de La Moncloa, asoma, en Madrid, el tufillo del «guerracivilismo» tardío. La inesperada kirchnerización cultural de España. Es algo más que la consecuencia de las gigantografías protagónicas del Juez Baltazar Garzón. O de la lectura, polémicamente revisionista, que hoy produce aquella contienda divisoria. En un intelectual impertinentemente demitificador, como Pío Moa (Ver, al respecto, «Los mitos de la Guerra Civil»).

Las dos Españas

«Sin darnos cuenta, reaparecen las dos Españas».
Lo dice Santiago Carrillo, el nonagenario secretario del Partido Comunista Español.
La reflexión de Carrillo sirve para el abordaje de la impactante presentación de la «querella criminal por la comisión de delitos de genocidio o lesa humanidad». En Buenos Aires, Capital Internacional de los Derechos Humanos. A los efectos de juzgar los crímenes «imprescriptibles» del franquismo, transcurridos en la «España tétrica», al decir de Balzac. Durante el «período comprendido entre julio de 1936 y junio de 1977». En virtud de la justicia universal que se contempla, en materia jurisdiccional, desde la Argentina superadora.
La querella, con el patrocinio de una concatenación de organizaciones humanitarias, fue presentada en el Juzgado Federal de la doctora Servini de Cubría. El señor Darío Rivas Cando, transitado gallego que reside en Ituzaingo, provincia de Buenos Aires, reclama el «castigo a los culpables» del asesinato de su padre, don Severino Rivas Barja, nacido 125 años atrás en un pueblito del ayuntamiento de Castro del Rei. Del que don Severino fue alcalde, en 1936, hace 74 años. La cuestión que, desatadas las pasiones del conflicto, a don Severino, el gallego republicano, lo detuvieron los Guardias Civiles «por traición a la patria». Lo mataron finalmente en el poblado de Portomarín. El hijo, por suerte, don Dardo, no insiste en la impuesta consigna «aparición con vida». Pudo encontrar los huesos de don Severino, casi 70 años después. En el 2005.

Dos demonios

«De Franco existe la partida de defunción, pero del franquismo no». La sentencia se expande hasta provocar un festival teórico político. Merece la creación de una sucursal española de Carta Abierta.
De multiplicarse las denuncias como la del gallego Rivas, o de la señora (también gallega) Holgado, el guerra-civilismo tardío amenaza con reiterar la división tradicional, planteada en la vigente inquietud de Carrillo. Aunque en versión casi grotesca en la España kirchnerizada.
Por lo tanto, mientras Duhalde, Cobos y Terragno prosiguen con los lineamientos del pensador Ricardo Romano, y estimulan la aplicación de la receta transicional de España, es precisamente en España donde penetran las discusiones retardatarias que suelen exportarse merced al kirchnerismo, desde la Argentina. Perfectamente entonces vuelve a discutirse la teoría de los dos demonios. Sobre todo si se pretende juzgar también las barbaridades de la izquierda. La responsabilidad, sin ir más lejos, de Carrillo, el virtual personaje de Jorge Semprún, por la carnicería transcurrida en Paracuellos de Jarama, en 1936, donde hubo fusilados a canilla libre del bando «reaccionario». Los que reclaman, en Madrid, por las muertes de Paracuellos de Jarama, aguardan el previsible apoyo moral de la señora Pando de Mercado.

Gigantografías

El súbito kirchnerismo emerge en España como consecuencia, acaso, de las presentaciones judiciales que estimulara oportunamente el popular Juez Garzón. Aquel Baltazar que produjo tormentos estremecedores, a través de sus gigantografías protagónicas, a los acosados asesinos de las dictaduras latinoamericanas. Sin embargo, don Baltazar persistió en la coherente ecuanimidad, para lanzarse también a perseguir a los criminales añejos, mayoritariamente muertos, que poblaban la historia de la dificultosa nacionalidad española.

La flamante gigantografía supo generarle, al Juez Garzón, un conflicto que pierde, irreparablemente, con el Tribunal Supremo de Justicia de España. Pero logró conquistar magistrales solidaridades de los seguidores esclarecidos, los que se cuentan por miles, y se encuentran diseminados entre los progresistas bienintencionados del universo, necesitados de adoptar causas justas. La movida humanitaria llegó muy pronto a la Buenos Aires kirchnerizada, capital mundial de la moral reparatoria. Como cuesta, en el presente tan banalizado, encontrar algunas causas dignamente presentables que enaltezcan las conciencias, debe hurgarse, preferiblemente, entre las utopías desgarradoras del pasado. Cuando valía la pena «morir por las ideas», al decir de George Brassens.
Letras muertas para tratar delitos imprescriptibles cometidos por criminales mayoritariamente muertos. Los cuales estuvieron amparados, para colmo, por una amnistía. La Ley del Olvido. De 1977. Pero nada puede hacerse cuando avanza el viento huracanado del kirchnerismo español.

Perón y el Rey

De prosperar, en la Argentina, las adormecidas investigaciones sobre los ajusticiamientos de la Triple A, debe enfrentarse, en algún momento, el riesgo de desubicar históricamente al general Perón. Por «el escarmiento» de Perón (al que alude J.B. Yofre en estudio de próxima aparición). Hacia la «juventud maravillosa» que prefería continuar con el festival sangriento de la acción directa.
«No jodan con Perón», se interpuso Hugo Moyano, otro Zurdito, para detener la movida investigadora.

De prosperar las denuncias, como la del hijo de don Severino, relativas al «genocidio» de la Guerra Civil, en la España kirchnerizada habrá que enfrentar, también irremediablemente, el riesgo de desubicar, en la estampita de la historia, a don Juan Carlos I de Borbón. Es aquel Don Juan de Cascais, seductor sistemático de doncellas policlasistas, que hubiera fascinado a Tirso de Molina o a Moliere, y que iba a transformarse estratégicamente en Su Majestad. El Rey de España. Fue designado «príncipe heredero» por el Caudillo. Por la Gracia de Dios. Don Francisco Franco Bahamonde. Porque Franco detestaba al que le correspondía ser el rey. Al padre de Juan Carlos, don Juan de Borbón y Battenberg, Conde de Barcelona. El Caudillo Por la Gracia de Dios prefería, como rey, al hijito. Por lo tanto Juan Carlos, acaso como retribución, aprendió pronto a estimarlo a Franco. A valorarlo, hasta la justificación merecedora del silencio. A acompañarlo, incluso, en algunas situaciones indecorosamente macabras que nunca debieran evocarse.

Jorge de Arimetea
para JorgeAsísDigital

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