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Final de Mubarak

El Líder de Egipto sigue -con suerte- el ejemplo de Fidel Castro.

Osiris Alonso DAmomio - 18 de marzo 2010

Artículos Internacionales

Final de Mubarakescribe Osiris Alonso D’Amomio
Corresponsal Internacional, especial
para JorgeAsísDigital

El Cairo

Si Hosni Mubarak, el presidente de Egipto, se muere, el país más trascendental del universo árabe probablemente ingrese en la controlada incertidumbre. Con la sociedad más desigual, conmovida por la ansiedad.
Si Mubarak resiste -y se recupera en el Hospital de la Universidad de Heidelberg, Alemania-, va quedar, a lo sumo, como Fidel Castro. Instrumento expresamente decorativo. Pretexto utilitario para la fotografía que se lleve, como condecoración, el selectivo visitante ilustre. Afuera del juego arbitrario del poder. Juego «que nunca se comparte».

Si Castro tiene un hermano, lo que tiene Mubarak -para la continuidad cultural del nepotismo- es un hijo.
Como lo tuvo Haffez el Assad, el presidente de Siria, que fue sucedido por el hijo Bassel.

El hijo de Hosni se llama Gamal. Llamarse Gamal, en Egipto, no es banal. Implica un homenaje permanente a Gamal Abdel Nasser. Emblema -Nasser- del nacionalismo árabe. Declinación que alude a la emotividad patriótica del Canal de Suez. Pero alude, también, a la heroica desorientación que llevó a Nasser a estrellar el país, en la memorable humillación de la Guerra de los Seis Días, de 1967.
De cuando Israel -aquel enemigo convertido en el culposo aliado de hoy- los madrugó. Al extremo de inutilizarle a Egipto, en el primer día de la guerra, los aviones de combate instalados en sus bases militares.

Viraje

Del nacionalismo de Nasser se pasó al viraje transformador de Anwar Sadat. Celebrado hasta la mitificación por occidente. O sea por los Estados Unidos, tan interesados en la antigua utopía de conciliar con Israel. Hasta adquirir Sadat, en la materia, la dimensión del estadista.
Los acuerdos de Sadat con Menagem Beguin sellaron la curiosidad anticipada de dos asesinatos. Atribuidos a la reciprocidad intolerante, a los sendos fanatismos de los adversarios. Reticentes, hasta hoy, a la aventura alucinante de la convivencia. O sea la paz.
Primero, transcurrió el asesinato de Sadat, en 1981. Catorce años después, el de Rabin.
El ajusticiamiento de Sadat marca el ingreso al poder de Hosni Mubarak. El militar que mantenía menos carisma que una roca.
Sin embargo Mubarak sigue en el poder, después de 29 años. Y de no menos siete intentos de ejecución, por los desmanes de su occidentalización acelerada. Y de sobrevivir a una secuela de operaciones magistrales. Pero siempre se lo pudo ver -a Mubarak-, como recién sacado del freezer. Con «la Carmela» del pelo negrísimo.
Hoy, en Heidelberg, Mubarak vuelve a encontrarse al borde de la capitulación física. Que es, en la cultura árabe, una capitulación política. Al borde también de los 82 años, y en una cama de eficiente hospital donde se lo prepara, a diario, para el maquillaje riguroso de la fotografía. Para lograr la imagen que le permita persuadir, al pueblo egipcio, que la operación -extirpación de la vesícula biliar- fue un éxito. Que el Conductor se recupera, y que pronto va a volver. Para que Ahmed Nazif, el disciplinado Primer Ministro -al que dejó como Encargado de negocios-, le devuelva el mando. Casi sin usarlo.

El entusiasmo artificial del aparato mediático del gobierno no alcanza para atenuar, en esta ciudad superpoblada, la extensión maligna de los rumores. Aluden al páncreas, al estragado estómago del Líder. Pero sobre todo inquieta la continuidad política de Egipto. Es el principal aliado, en la región, de los Estados Unidos. O sea -para sus enemigos- de Israel. Identificación riesgosa, entre Estados Unidos e Israel (hoy justamente en conflicto) que es propagada no sólo por los Hermanos Musulmanes. La organización creciente que se multiplica, y que mantiene vínculos, más ideológicos que presumibles, con Irán.

Herederos

Aparte de Gamal, el favorito, puede hablarse de otros posibles herederos. Más confiables, incluso, para los Estados Unidos. En principio, del poderoso Omar Sleimane. Es el hombre fuerte del temible Servicio de Inteligencia egipcio. La designación podría remitir a la eficacia de la receta rusa. Por reiterar el cuadro de su colega Vladimir Putin, el líder formado entre las excrecencias de la KGB.
El otro es Al Baradei. Es quien tiene un superior lustre internacional por haber sido conductor de la burocracia de AIEA, la organización con competencia en la energía atómica.
Por la cuestión nuclear, Al Baradei mantuvo, a maltraer, al fantasma persa. Irán.

El tercero es -aseguran las fuentes de El Cairo- el hombre de Obama.
Trátase de Aiman Nur. El opositor que estaba, hasta hace poco, donde Mubarak y Sleimane preferían que estuviera. En la cárcel.
Persiste un explicable interés en no exhibir, por aquí, ninguna otra alternativa racional. Que sea distinta -digamos- al islamismo radical. Es la base de la consigna Mubarak o el caos.
Debe entonces apoyarse el régimen, es la resignación de la receta. Legitimarse los desbordes de la familia Mubarak, para que Egipto no caiga en la trampa del fundamentalismo.
Llueven, para terminar, las conjeturas en los bares de El Cairo, que siguen tal como los describiera Naguib Maffuz. Al momento de concluirse estas líneas, Mubarak -según las últimas noticias- no murió. Aún El Gladiador resiste. Mañana, perfectamente, podrá mostrarse, en los diarios del régimen y por la televisión, otra imagen del admirable restablecimiento.

Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital

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