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La argentinización de Grecia

Sarkozy se dispone a rescatarla. Para alivio de España, Irlanda y Portugal.

Jorge Asis - 8 de marzo 2010

Artículos Internacionales

La argentinización de Greciaescribe Jorge Cayetano Zaín Asís
especial para JorgeAsísDigital

París

Georges Papandreu, el Primer Ministro de Grecia, tuvo mejor suerte en París que en Berlín. La impostura de estadista de Nicolás Sarkozy hoy resulta más convincente. Mientras tanto, la señora Angela Merkel debe exhibir, por las rebeldías del frente interno, la imagen explicable de la acotación.
Es que Sarkozy se encuentra en superiores condiciones políticas como para percibir, y hasta anunciar, que la crisis griega los arrastra hacia la pesadilla del naufragio del euro. Es el destino económico de la Europa contemporánea que se encuentra en el centro del dilema. No es solamente la catastrófica eventualidad de la Grecia, sometida a la voracidad de los buitres irremediables que revolotean sobre el cielo crispado de la Atenas incendiada. La Atenas que huele a caucho y a decepciones varias. Al borde de la cesación de pagos. Con los atributos de una cultura estragada que se argentiniza a pasos agigantados.

El tema griego atormenta, en la zona euro, hasta la negación.
Si por impotente ineptitud, o por la propia dinámica de la crisis, se deja caer a la Grecia hacia el foso de la bancarrota, el antecedente puede ser invariablemente letal para otras pedanterías institucionales. En principio, para la España cada vez menos jactanciosa. La que convive con el desempleo que supera el 20 por ciento y se eleva, acaso, como el próximo objetivo para los buitres pragmáticamente vocacionales. Pero también para la Irlanda inflamada, convertida en imán para los inversores de beneficio rápido, y a fuerza de elogios precipitados. Y, aunque en menor medida, para Portugal, el país menos expuesto a la debacle, extrañamente favorecido por su economía menos relevante.

«Morenitos» de anticipación

El desmoronamiento griego es letal, en definitiva, para la Unión Europea.
La cristalización del proyecto de ilusión geopolítica. Construido después de las aún frescas carnicerías de dos guerras inter-europeas, las que fueron finalmente consideradas «mundiales». En un consenso inspirado a partir de la nueva relación generada entre Alemania y Francia, y cimentada a través de la inteligente relación entablada por los estadistas de la jerarquía de Helmut Kohol y Francois Mitterrand. Son los que supieron edificar una ejemplaridad sobre el lecho de millones de cadáveres.
Alemania y Francia. Los pesos (países) pesados que, en el afán de armar un bloque respetable, como para convivir ante los recurrentemente temibles chinos, y ante los copadores (norte) americanos, aceptaron asociados que distaban de encontrarse en condiciones socioeconómicas de incorporarse al club. Entre ellos, infortunadamente, estaba Grecia.
Es -Grecia- la institución que supo elevarse artificialmente, para erigirse como un antecedente del calvario argentino. Porque los griegos dispusieron, en su oportunidad, de la picaresca de los helénicos «morenitos» de anticipación, los que no tuvieron reparos en falsificar sus indicadores, en pos del objetivo superior de anexarse al bloque que los trasladaría hacia la ficción de la primera categoría.

Ni un céntimo

Con reminiscencias del orgullo perdido, Papandreu insiste en la necesidad de «ayuda política» para Grecia. Y «no económica». Aspira a recibir los créditos generosos y a tasas reducidas, como si la bancarrota fuera un ajeno ejercicio intelectual. A los efectos de evitar el default. Y para sobrellevar las espantosas consecuencias sociales del «plan de ajuste», planteado con la desesperación del alumno que necesita demostrar que hace bien los deberes.
Pero de Alemania, para rescatar a Grecia «no saldrá un céntimo». Lo anticipó el ministro de Economía, Rainer Brüderle, con escaso sentido de la diplomacia. La deplorable declaración ministerial fue lanzada por Brüderle durante la presencia suplicante de Papandreu en Berlín, y mientras Atenas se incendiaba de marchas patrióticas, de consignas emocionantemente destructivas y del piqueterismo incipiente.
La señora Merkel sólo podía conformar, a Papandreu, con las tradicionales palmaditas de estímulo. Pero sus voceros perfectamente proclamaban que era un contrasentido aliviar el fervoroso dispendio del vecino. El festín del gasto público de los griegos, y al mismo tiempo apretar, impositivamente, a los alemanes, como si fueran naranjas. Carecía de sentido exprimir al alemán del interior, que hoy se jubila a los 67 años, y colocar miles de millones de euros para salvar al griego dispendioso que se jubila a los 63.
En simultáneo, un ocurrente legislador alemán lanzó la idea que recorrió informáticamente el mundo. «Si no tienen para pagar, que los griegos vendan las miles de  islas deshabitadas». Que son más de cinco mil (Hoy Papandreu negó que se piense en encarar una subasta semejante).

Paraíso de la especulación

Los delirios por el estilo hacen que la Grecia actual se haya transformado en el «paraíso de los especuladores».
Cualquier oportunista que, aparte de audacia, mantenga algo considerable de efectivo, se encuentra, en la Grecia de hoy, en condiciones inmejorables de encarar los negocios más ventajosos. Es el Buenos Aires de los finales del 2001. Pero con la certeza geopolítica de saber que a Grecia, de ningún modo, Alemania y Francia la van a dejar caer. Aunque algún alemán con nostalgia autoritaria considere que Grecia merece una lección. Como alguna cretina fondo monetarista pensaba que Argentina, también, la merecía.

Los trapos sucios del euro

Conciente de la gravedad, y a pesar del domingo, ayer Sarkozy recibió a Papandreu en París. Y salió a asegurar los apoyos regionales, aunque aún sin la confiabilidad del cheque esperanzador. Tal vez, Sarkozy también se conforma con otorgar una gran lección de ética comunitaria, antes que Papandreu inicie la tercera escala del peregrinaje socorrido.
Iniciado el sábado, en Berlín. Continuado el domingo, en París. La tercera etapa es Washington. El martes Papandreu mantiene agendada una reunión con Obama, quien, aunque tampoco pasa por su mejor momento, por lo menos puede atreverse a los fastos de otra estruendosa declaración. Y brindarle una mano superior con el Fondo Monetario Internacional. Es el otro trámite que se lee, en las ciudades centrales de Europa, como una extorsión político intelectual. Entregarse a las soluciones del FMI, del cual Grecia por supuesto es miembro. Pero Sarkozy parece haber convencido telefónicamente, ayer mismo, a Merkel. Los trapos sucios del euro tienen que lavarse dentro de las fronteras.
Según el economista Paul Mortimer-Lee, el lavado costará 320 mil millones de euros. Para auxiliar con espuma a los cuatro países «cruelmente denominados PIGS».

La lucha contra la verdad

En tanto Papandreu se desgasta en la gira meritoriamente dolorosa, en el interior de Grecia se lucha, afanosamente, contra la verdad.
El déficit es cada día más escalofriante. Hacen falta 20 mil millones de dólares antes de abril, y aún les cuesta, a los griegos, explicablemente, someterse a la dictadura del ajuste. A la rigidez que emana del «plan de austeridad y crecimiento». Que impone la rutina necesaria de los despidos. El descenso de los sueldos, y el estiramiento de la edad jubilatoria.
Sabio positivista cordobés, Teodoro Funes sostiene que «la verdad suele ser siempre una situación filosóficamente límite».
«Hay quienes la niegan, quienes la desprecian», sigue Funes.
En Atenas prefieren luchar contra la verdad. Confrontarla con movilizaciones crecientemente unánimes. Emblemas del pueblo digno que desea, merece, y hasta necesita, continuar -como en la Argentina- con la profundización de la mentira.

Jorge Cayetano Zaín Asís
para JorgeAsísDigital

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