El factor humano
El impacto de la ausencia de Carlos Menem disimula el acuerdo kirchnerista-radical.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital
«Perder no es grave. El problema
es la cara de b….que te queda»
Vernet, siglo XX
«El factor humano» es el título de la novela de Graham Green. Se lo toma prestado para elevar la tesis explicativa, que no aspira a ser justificatoria. Alude a la ausencia del senador Carlos Menem, en la efectista sesión de ayer. Faltazo que le permitió al kirchnerismo dilatar, al menos por otra semana, la derrota que se anticipaba.
El desplante de Menem traslada, hacia la inocencia del Peronismo Federal, la responsabilidad del fracaso. Pero atenúa -y esto es lo más grave-, la ostensible evidencia del acuerdo principal. Entre el radicalismo renovado, que precipitadamente se imagina gobierno en el 2011, y el lacerado oficialismo actual. Es la clave para interpretar la continuidad de José Pampuro como Presidente Provisional del Senado.
Rocamora
En «Peronismo Disidente» (cliquear), del 16 de diciembre pasado, Oberdán Rocamora, nuestro Redactor Estrella, escribió:
«La administración de las presencias de Menem suelen condicionar las actitudes de los (peronistas) federales.
Lo toleran más a Menem, cabe aclararlo, desde la ausencia.
Resulta incómoda la presencia de Menem cuando hay periodistas en la cercanía. Los fatales reporteros gráficos.
Aunque lo simulen, los miembros de «la mesa» (del Peronismo Federal) se cuidan de no acercarse a Menem. Para evitar, con perdonable ingratitud, la fotografía».
Carne de agravio
«La ingratitud -sostenía el poeta Julián Centeya- es peor que la alcahuetería».
Ayer Menem, con su desplante, volvió a jugar fuerte, como acostumbra. Para instalarse entre los focos multiplicados del escenario. Casi octogenario, cuesta entender que Menem relanza la candidatura insólitamente presidencial.
Resulta admirable, pero Menem viene por la penúltima aceituna.
Desde el lunes, existía, según nuestras fuentes, marcada preocupación. Menem no respondía a los llamados. Quienes lo convocaban, ni podían comunicarse con el jefe de la custodia.
El martes, la preocupación se transformó en inquietud. Más tarde, el miércoles, en temor.
El gris de la ausencia de Menem resultaba más intenso que cien presencias.
Menem se había quedado, lo más pancho, en el Golf Club de La Rioja. Con el inseparable Ramón. Sin la menor tendencia hacia el enigma, se dejó ver en el Club House. Había decidido no trasladarse hacia Buenos Aires.
«A conciencia pura», como en el tango Confesión.
Sabía que iba a ser carne de agravio. Pero está acostumbrado. La piel es de cuero.
Pero vuelve, con el impacto, hacia el centro de la atención, de donde no se dispone a salir. La aceituna está vacante, en la mesa.
Capote
Después de publicar los dos capítulos de «Plegarias atendidas», Truman Capote debió someterse a la ceremonia de la denostación. Al boicot de los correctos que se sintieron perjudicados por el texto. «¿Cómo se comportaban así en mi presencia?», se preguntó Capote, «¿acaso no sabían que estaban delante de un escritor?». La estrella, definitivamente, era él.
Los peronistas federalmente correctos, los que desplantaron a Menem, desconocían que «comportarse así, en su presencia», era un error.
Ocultarse, por ejemplo, ante su paso, detrás de una cortina. Como cierto ex gobernador que supo cortejarlo, en su gabinete, hasta el cargoseo, durante ocho años.
O mirar hacia abajo, a los efectos de evitarle el saludo. Como otro ex gobernador. Un originario conejo que salió oportunamente de la galera de Menem. Pero tomó vida propia.
O hacerle reverencias, tan solo, cuando no hubiera cronistas en las proximidades.
O no convocarlo para ningún armado. Para que no espante. A Carlos, pero tampoco a Eduardo Menem, que conoce como nadie los recodos del senado. La alucinación de alejarse de cualquier emblema que los asociara al condenado menemismo, los hacía caer, a los federales, en chiquilinadas. Como extirpar, a La Rioja entera, del pregonado federalismo.
¿Acaso no sabían que estaban delante de otra estrella, como Capote?
Mimitos
Los desplantadores fueron puntualmente sus subordinados.
Seres que, con relativa dignidad, supieron mordisquearle las medias durante diez años. Pero habían adquirido, en defensa propia, la agenda de los medios. La evaluación moral de las encuestas.
Seguían, en cierto modo, el ejemplo de Kirchner. El adversario común instalaba la idea maléfica de la mufosidad. Al tocar madera en su presencia.
O al negarle el derecho a la identidad, al llamarlo «el innombrable».
Ayer por la tarde se aludía al rigor expresionista de «los valijazos». La fascinación por «la marroquinería política», que inmortalizara nuestro director.
Se comentaba la visita sospechosa del banquero nostálgico, tradicional adversario de Magnetto, adalid del Grupo Clarín.
Aludían al trueque hipotético del «faltazo por la protección judicial».
Algunos, los más impresionados, se atrevían a compadecerlo por la tristeza del epílogo.
«Terminar así, con su trayectoria».
Un antiguo colaborador, de los que mantiene inalterable el respeto y el afecto, que desconocía la presencia pancha de Menem en el Club House, dramáticamente dijo:
«Prefiero que El Jefe esté lo suficientemente enfermo, como para justificarlo».
«El factor humano» -se insiste- no lo justifica. Explica que a Menem los peronistas, federales o no, debieran asumirlo. Sin negarlo, ni considerarlo sólo a la hora del voto. Hay que hacerle, por su trayectoria, al menos, un mimito. Aunque se disponga a llevarse a la boca la penúltima aceituna.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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