El «Roiter»
El ascenso irresistible de Francisco De Narváez.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
Se nos viene El Roiter. Avasallante.
En yidish, «Roiter» significa «Colorado».
Quiere decir, en porteño básico, que Francisco De Narváez, el otrora Caudillito del Tatuaje Popular, en su ascenso irresistible, va a ser nomás el candidato a la presidencia de la república.
Con la prometida luz verde de la Suprema Corte.
A pesar del desconcierto compungido de Duhalde. El Piloto (necesitado) de Tormentas, que razonablemente prefiere, «como extranjero, a Lula».
A pesar de Moyano, El Zurdito alterable de Mar del Plata.
Moyano dice que De Narváez «tiene que irse a hacer política a su país».
A Colombia. A los efectos de competir con Uribe, y nunca con Kirchner.
Como si El Roiter fuera una suerte de Juan Valdez. Por haber accedido, durante seis meses, a los chupetes colombianos.
Hoy De Narváez cuenta con otro Chupete menos inofensivo. Al que considera -en su gratificante candor-, un estratega. Manzano.
Cláusulas
Uno de los principales legitimadores de El Roiter, sentencia:
«A un político que mantiene el cincuenta por ciento de imagen positiva, no se lo puede detener con una cláusula constitucional. Es un error».
Sobre todo cuando De Narváez cuenta con el antecedente de ser habilitado como candidato para la gobernación de Buenos Aires (de la que ya no quiere saber más nada, de tanto que lo asustó Solá).
Cuenta, aparte, con el beneplácito del «Caso Hooft». Es el antecedente del fallo de la Suprema Corte, favorable al doctor Hooft, un juez al que se habilitó para ascender a camarista, pese a haber nacido en Utrecht, Holanda.
Al contrario, quien lo obstruye constitucionalmente a De Narváez lo convierte en una redituable víctima. Le brinda el argumento contundentemente gratuito. Punto de partida para la campaña electoral. Prosigue el Impulsador:
«El Roiter es argentino por convicción. No por mera incidencia geográfica. Quiere ser argentino, por principios.»
El sueño del De Narváez propio
Después de haber puesto algunas monedas para distintas causas perdidas, entre la encantadora inescrupulosidad de la dirigencia peronista, hasta hace dos años, se extendía el sueño del «De Narváez propio».
Soñaban, todos, con De Narváez, un tío Patilludo que pusiera para «caminar». Que se encargara de los «recursos». De los consorcios. Del matambre. Y hasta de la factura de los celulares.
Quién iba a decirlo. Al final, tío Plinio querido, El Roiter los durmió a todos.
Ante el estupor de los precipitados que lo confundieron con una billetera.
Los que lo tomaron por un simple ponedor. Porque ponía el avioncito para los traslados y se le podía sacar fácilmente dinero.
Fotografías
Dejó, donde se juntan las paralelas, a aquellos tres sobrevivientes que lo acompañaron en la aventura Lavagna. El estadista injustamente olvidado.
Los que protagonizaron la vibrante fotografía del churrasco en El General.
Acuérdese, eran tres baluartes.
Sarghini, alias La Oveja, Tito Lusiardo, alias Juanjo. Y Camaño, el presidente menos cuestionable de la historia argentina. Diez horas de mandato.
O a los últimos acompañantes. A los que El Roiter también pasó por encima. Los de la fotografía más reciente. Uno es Felipe Solá, siempre cerca en el revoleo.
El otro es Mauricio Macri. Aquí se asiste a la permanente relación para psicoanalistas.
Conste que De Narváez siempre quiere, para su tatuaje, cualquier cosa, ya sea un cargo o una mujer, que haya tenido, o quiera tener, Macri, la patológica obsesión.
El tiro del final
Para instalarse, para llegar hasta aquí, El Roiter puso, tío Plinio querido, alrededor de 15, acaso 20 millones de dólares.
Cambio chico. Para alguien que se tuteaba, en definitiva, con «el tiro del final».
Que adquirió, de pronto y al contado, una identidad.
Ahora, con la chapa indiscutible de haberle ganado a Kirchner, y con el positivismo que irradia la construida imagen de telgopor, si De Narváez pone 20 millones más puede quedarse, incluso, con la presidencia.
De la delirante eventualidad, del tiro del final, sólo podrá rescatarnos, tío Plinio querido, Reutemann.
Final con Reutemann
Es el político que prefiere tía Edelma. Y que aún hace suspirar a La Otilia, cada vez más fatal. Ella los prefiere altos. Le producen «calores».
Es -Reutemann- el impecable administrador de sus propias vacilaciones.
El generador del suspenso a partir de la dilatación eterna del titubeo.
Reutemann es el único que puede hacerlo retroceder a De Narváez.
Si Reutemann decide armarse de coraje cívico. Olvidarse de las fotografías perfectamente trucadas. Dejar -sobre todo- de hostigar su integridad con groserías. Y postularse.
Para algarabía de la sistemática conjunción de muchos peronistas en banda. Y de tanta gente normal, que quiere verlo con la banda.
Los que se resisten a enrolarse en la dinámica de confrontación de Kirchner y Duhalde.
Son los dos máximos perjudicados por el virus maligno de la encuestología.
Socios, Kirchner y Duhalde, en la animadversión de la numerología irremediable.
El Loco impregna de negatividad, y hasta arrastra, al «que lo trajo». Y se lo quiere llevar.
Si Reutemann se lanza, El Roiter detiene el ascenso irresistible. Para conformarse, según nuestras fuentes, con la cucarda de la vicepresidencia. Dicen que, en privado, lo acepta.
Casi convencido -igual que Duhalde-, que Reutemann, por definitiva vez, va a desairar a la historia. Para quedarse, con mirada nostálgica, en la playa.
Dígale a tía Edelma que, aunque sea escandalosamente cursi, el tatuaje en el cuellito lo torna interesante. El Roiter es otro esotérico. De los nuestros.
El dibujito alude a la Serpiente de Agua.
Porque El Roiter es Serpiente de Agua. Como la Elegida.
Son hermanitos astrológicos. ¿No es enternecedor?
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