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Escandalos seriales (I)

Los que convalidaron los indultos de Menem no debieran indignarse por la amnistía de Guelar.

Jorge Asis - 4 de enero 2010

Miniseries

Escandalos serialesescribe Jorge de Arimetea,
especial para JorgeAsísDigital

Mientras fluye entre la tierna adolescencia del macrismo, Diego Guelar suele aventurarse ociosamente en desafíos conmovedores. Definir, por ejemplo, el «PRO Peronismo».
La flamante invocación, al carecer de sostén teórico, es tan compleja como el propio peronismo. El reversible. Superstición impresionante que atravesó, en los noventa, con impertinente indemnidad, las imposturas liberales de Menem. Para pasar, sin marcas, hacia las imposturas oralmente izquierdistas de Kirchner. Con escala -siempre- en Duhalde, y la versión neo desarrollista.

La Mutual

En cinco «documentos de trabajo», Guelar decidió encarar la enigmática «construcción del partido». Así denomina a la mutual ambiciosa que lidera Mauricio Macri. Secundado por los efluvios de la señora Michetti y su tormenta de palabras hilvanadas, por el poderosamente impopular Rodríguez Larreta, y por «Los Caputo’s Boys del Newman». Desamparados, todos, por la batería intelectual de Durán Barbas, El Equeco.
Hoy Macri administra, angustiosamente, el presupuesto de la capital. Subsiste, con encomiable abnegación, ante la sumatoria de los escándalos seriales.
No obstante, en los raptos paulatinos de autovaloración voluntaria -y como si las esquirlas de los despelotes no lo rozaran-, Macri planifica incorporarse a la pugna por la presidencia. Con la ilusión implícita de suponer que la superstición del peronismo, en bloque consensual, va a designarlo como El Mesías.
Para la ensoñación de semejante sortija, sólo tienen que declinar, las aspiraciones similares, unos cuantos próceres improbablemente descartables. Duhalde, Reutemann, Das Neves, los hermanitos Rodríguez Saa. Y los dos socios coyunturales, Narváez y Solá. Con quienes Macri conforma el sorprendente Trío Desprecios. De esmerilamiento recíprocamente compartido.

Ocio creativo

En el marco admirable del delirio de referencia, Guelar -estimulado por el ocio creativo- produjo cuatro documentos. El último, el quinto, hasta fue -incluso- leído. No lo tomó con relativa seriedad sólo el diputado Pinedo. Adquirió la trascendencia que deriva en otro escándalo serial.
El opus se intitula «Construyamos el Partido 5».
Sumérgese Guelar en la retahíla de generalidades inofensivas. Es imposible estar en desacuerdo. Puede aprobarlas desde Terragno hasta la señora Ripoll o D’Elía. «Modernización de la economía». «Cuidado del medio ambiente». «Defensa de la Constitución». «Fortalecimientos de los partidos».
Pero desde la escafandra del  «Pro-Peronismo», Guelar indaga en la problemática de los derechos humanos. Es aquí donde la idea produce el torbellino.
«Saldar nuestro pasado trágico con una amplia ley de amnistía». «Perdonar no es anular la memoria ni evitar el juicio de la historia».
Brotan las indignaciones en cadena. Desde la mutual del PRO, donde prefieren autoimaginarse de izquierda. Y desde el progresismo de la estación. En boga.

Es implacable el desfile enmascarado de la hipocresía.
A su pesar, Guelar genera un acto de coherencia política. El escapulario de «menemista» permite enumerar las embajadas obtenidas, durante la nostalgia de los noventa. Los años Menem. La Unión Europea, Brasil, Estados Unidos.
Significa, por lo menos, que Guelar no se espantó con aquellos indultos firmados inoportunamente por Menem. En octubre de 1989, y en diciembre de 1990. Quizás, incluso, hasta los avaló. Como los mayoritarios funcionarios de la época vituperada. En el nombre, altivamente deshonroso, de la Reconciliación Nacional. O por el pragmatismo de conservar los «puestos de lucha».

«Cosa opinada»

Sin ir más lejos, vaya el caso del director del Portal, Jorge Asís. Respaldó los indultos públicamente. Con el derecho intransferible, ante la historia, de equivocarse. A través de sólidas argumentaciones que aludían a la pacificación que por entonces acompañaba la sociedad. También -acaso- equivocada.
Por haber apoyado los indultos, Asís se encuentra moralmente inhabilitado para anotarse en la intensificación de los debates agobiantemente agotados. Es «cosa opinada». Aparte, como sostiene, «ya pagué». Por los agravios acumulados, al menos, durante los últimos veinte años. Pero le erra. La deuda es interminable.
Para ser brutalmente claros, de ser por Asís sería innecesario plantear ninguna amnistía. Porque ya estarían todos sueltos. Los «genocidas» y los «guerrilleros». Sumidos juntos en la edificación de catástrofes nuevas. Para el análisis agudo de carnicerías más frescas.
Asís no debiera ser el único en aceptar que convalidó, así sea indirectamente, los indultos de Menem. Podrían acompañarlo decenas de indignados.
Por ejemplo el poeta Alberto Fernández. Quien hoy considera un «retroceso» la idea de Guelar. De no haber avalado los indultos, Fernández tendría que haberse abstenido de asumir el sacrificado puesto de Superintendente de Seguros. En el segundo plano de aquel vibrante equipo del ministro Domingo Cavallo, que integraba también el actual gobernador Schiaretti. El que hoy tanto se emociona con los juicios. O Solá, que por lo menos se calla.
Otro que debió haber renunciado, como Fernández, es su enemigo Jorge Telerman. Hoy Telerman no vacila en desaprobar la imperdonable insinuación de Guelar, en el entretenimiento cotidiano de Mauro Viale. Tampoco Telerman vaciló al representar, como embajador político, al indultador Menem, en Cuba. Alusión que le cabe al canciller Taiana, El Inadvertido. Tampoco Taiana tuvo inconvenientes para representar, en Guatemala, al «presidente que perdonó inescrupulosamente a los genocidas».
De acuerdo a esta línea analítica, Kirchner también convalidó los indultos. Calladito y alejado. No ofreció ningún leve gesto de asco al compartir la boleta con El Indultador. Igual que la señora Cristina. La lista se acaba donde se juntan las paralelas.

Basta con ser algo menos que honesto. Sólo con ser coherente. Para afirmar que, desde 1991 en adelante, ningún funcionario del gobierno de Menem hoy tiene el menor derecho de hacerse el otario. De rasgarse la existencia por el deseo imaginario de «saldar nuestro pasado trágico».
«Por los valores -insiste Guelar- de nuestra civilización judeo cristiana».

Los compromete desde David hasta Caifás. Desde Magdalena hasta Mateo.
Desde el Viejo Testamento hasta los Evangelios Apócrifos.
Dista de equipararse al Barba de los Milagros, el paisano Jesús. Pero a Guelar, los suyos, también lo crucifican. Para despojarle hasta el carguito en la Fundación del Banco Ciudad.

Jorge de Arimetea
para JorgeAsísDigital

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