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El kirchnercito interior

Consagración de la “cultura del apriete”.

Jorge Asis - 11 de septiembre 2009

El Asís cultural

El kirchnercito interiorescribe Carolina Mantegari
Editora del AsisCultural,
especial para JorgeAsísDigital

Kirchner, a través de la cultura del apriete, divierte más que Berlusconi, con la estética placentera del escándalo.
Ambos -Kirchner y Berlusconi- contribuyen, con sendos neologismos, a la estricta interpretación de la sociedad de su tiempo.
La berlusconización cultural de Italia -de acuerdo al enfoque- puede ser equiparada con la kirchnerización cultural de la Argentina.

Fiestas

El colorido expresionismo, que proporciona la enigmática Patricia D’Addario, parece escapado de una narración tardía de Giovanni Bocaccio. O del texto menos interesante de Dacia Maraini, la autora de «Mi marido», un título que perfectamente podía haberle usurpado la señora Verónica Lario, la desairada ex de Berlusconi.
En cambio, el surtidor de mujeres, el generoso especulador Gian Paolo Tarantini, el empresario atorrante de Bari, podía haber acompañado al iniciático Alberto Sordi de Los Inútiles. De Federico Fellini, aquel genio que se murió a destiempo. Antes, por ejemplo, de haberse sometido al desafío profesional de recrear la decadencia de la Italia berlusconiana. Menos dramática, en definitiva, que la decadencia de los Finzi Contini, noblemente descripta por Vittorio de Sica.

Las fiestas de Kirchner, infortunadamente, son de muchachones precarios. De pateadores de tachos de basura, a la salida de los bailes. Fiestas tristes, opacas, comparadas con aquellos fastos de Villa Cendrosa.

Sin embargo, debe aceptarse que El Furioso divierte, entre los escrúpulos de la sociedad  kirchnerizada. Con las desopilantes ingeniosidades que brotan desde la mesa del poder.
La «mesa ratona». Donde hay lugar, tan solo, para él.

Desde hace seis años, moralmente entregada, la Argentina depende de los humores volcánicos del desequilibrado.
Es -Kirchner- el protagonista exclusivo, el que se arriesga. «El que no tiene temores cuando juega».
A través de la impuesta cultura del apriete, marca la agenda.
El resto de la sociedad kirchnerizada -es decir, todos menos El Furioso- suele dedicarse a la faena perpleja de interpretarlo.
A desaprobar la magnitud grotesca de los riesgos emprendidos.
A criticarlo -heroicamente- en las sobremesas. Con inconfesables objetivos de aguardar. Suplicar vanamente por la llegada providencial del «destituyente». Del Godot que se atreva, al menos, a desalojarlo del dominio absoluto de la mesa ratona.
Los kirchnerizados fundamentalistas son los más fervorosos. Son los que desean, los que orgánicamente necesitan ver a Kirchner -el fundador del neologismo-, preso.

Consagraciones

Sin embargo, sigilosamente, algunos adversarios, circunstanciales peronistas disidentes, confiesan, algo cautivados, que -en el fondo- lo admiran. Sobre todo por el empecinamiento frontal, para acumular los disparates confrontacionales. Los desatinos célebres que lo consagran. Le permiten apropiarse del control, casi permanente, de la iniciativa. Aunque Kirchner se encuentre, como hoy, a los besuqueos con la lona. Ante la mirada distraída de los comentaristas, opositores que registran la impotencia en «el desierto de piedra» (Título de Hugo Wast, inadecuado para la frivolidad del lucimiento social).

En el marco estrafalario de la llamada -en insigne carta al tío Plinio- Guerra de los Débiles, el debilitado Kirchner embiste, desde la lona, contra el debilitado Grupo Clarín.
Corre, a las devaluadas empresas del Grupo, con los inspectores impositivos de la AFIP.
Como si pretendiera equiparar, a Héctor Magnetto, estragado titular del Grupo, con Al Capone. En la versión de Rod Steiger.

Resultan sorprendentes, entonces, en Kirchner, las audaces demostraciones de fuerza. Cuando contiene cuatro glóbulos rojos. Y uno, apenas, blanco.
La cotidianeidad del apriete, en pleno esplendor de la debilidad.
Es como si disfrutara -Kirchner-, secretamente, de las desventuras inesperadas de Clarín. Es el Grupo que encuentra, al final, el Kirchner que se merece.

Mientras tanto, en la acelerada kirchnerización, el Grupo se deja colonizar, contranaturalmente. Y opta por la cultura del apriete, que le impuso el adversario. Cultura que Clarín, históricamente, conoce. Por haberla practicado, con mayor elegancia teórica, en distintos períodos institucionales.

La ecuación, que signa el apriete del apretado Clarín, es perceptiblemente simple.
«Informo porque te portás mal».
Es «claro como una lámpara», diría Pablo Neruda.
Lo que significa: Si los tratara bien, como entre el 2003 y el 2007, Clarín no informaba nada que pudiera perturbarlo.
Plan Canje: Negocios contra Silencios.

Sin embargo, ante la desesperación de las agresiones, Clarín no tiene otra alternativa que recurrir al ejercicio, selectivamente olvidado, del periodismo. Utilizar la savia de la información como parte, desmesuradamente activa, de la consagrada cultura del apriete.

Final con Discepolín

En la sociedad despiadadamente kirchnerizada, los argentinos mantienen, a esta altura, un kirchnercito adentro. Instalado, aunque se esfuercen por negarlo.
Es el kirchnercito interior. Arbitrario, oculto, brutal. Potencialmente apretador.
Puede despertarse, hasta desarrollarse, el kirchnercito, en cualquier momento.
O permanecer, el kirchnercito, para siempre dormido. Reprimido.
Carne preparada, en todo caso, para el diván.

«El que no aprieta no mama», diría Enrique Santos Discépolo. Parafraseado, aquí, entre tantas sentencias célebres.
«El que no aprieta» -en la sociedad kirchnerizada- en definitiva «es un gil».
Discepolín dixit.

Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital

permitida la reproducción, con sin citación de fuente.

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