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La ilusión comunista

“La Fede”, ambicioso ensayo de Isidoro Gilbert sobre el comunismo juvenil.

Carolina Mantegari - 10 de agosto 2009

El Asís cultural

La ilusión comunistaescribe Carolina Mantegari
Editora del AsisCultural,
especial para JorgeAsísDigital

Corresponsal de la Agencia soviética Tass, durante 25 años, Isidoro Gilbert completa, a través de «La Fede», la saga ensayística dedicada a la problemática del comunismo argentino. Iniciada, en 1994, con el sustancial «El oro de Moscú».
La experiencia literaria de «La Fede» evoca, invariablemente, a «El pasado de una ilusión». Texto liminar del francés François Furet. Por la ilusión derrumbada del comunismo, con la proyectada «sociedad superior». Encarada, con suerte relativamente trágica, por diversos «pueblos de la tierra».
Antes del desmoronamiento de la Unión Soviética, Gilbert alcanzó a ocuparse, en 1986, de pulverizar otra «ilusión». La del «progreso apolítico». Para replicar a Rodolfo Terragno, el intelectual al que Gilbert -como Alfonsín- había tomado con excesiva seriedad.
Terragno, en los ochenta, sedujo al presidente Alfonsín, merced a aplicación eventual de las terminologías cientificistas. Con la astucia del vendedor de espejitos, Terragno supo traficar sabiduría ante los incultos. Los que desconocían la existencia de «El mundo tras la era del petróleo». Texto anterior, que ensanchaba el horizonte de los políticos domésticamente inquietos. Como don Oscar Alende.
El Bisonte Alende (al que Abelardo Ramos apodaba Fidel Pintos) solía impresionarse con las innovaciones del mundo computarizado que lo cercaba e invadía. Entretelones de la exclusiva epopeya que resultó letal para la ilusión comunista. La Revolución de las Comunicaciones. La única irreprochablemente triunfante.

Siglo breve

En el primer tramo de los noventa, la súbita demolición del socialismo real, desubicó a los cientos de miles de militantes comunistas que dedicaron su vida -¿como Gilbert?- a construir la ilusión revolucionaria.
«La Fede», en tanto desafío monumental, implica una indagación comprometida sobre la historia del siglo veinte. El siglo más breve, de acuerdo al ensayista canónico Eric Hoschbaum.
Gilbert lo aborda a través de la historia de la Federación Juvenil Comunista. Estructura presentada como una escuela política que supo proporcionar los nutridos cuadros militantes hacia el resto de las opciones. Como el peronismo, en sus distintas vertientes que los envolvía. O hacia la plana sustancial del desarrollismo frondicista (que hoy se revalora, en exceso). O hacia las infinitas variables de la izquierda. Sobre todo hacia el lugar pasionalmente alternativo, donde los «ex fedes» activaron como elementos guerrilleros. Protagonistas de la violencia de los setenta. Instancia inagotablemente discutida, hasta la eternidad.

Gilbert explora el siglo corto desde la formación -La Fede- ambiciosamente marginal. La consecución de los objetivos, románticamente lícitos, presentan menor gravitación que los obstáculos para conseguirlos. O los fenómenos político-culturales que atentaron contra la aplicación exitosa de las providenciales teorías.
La abarcativa aparición del peronismo, en los cuarenta, les despojó de las legitimidades argumentalmente básicas. La emancipación ideológica de China, en cambio, les mutiló el espectro. La Revolución Cubana impugnó frontalmente la validez científica de las livianas teorías, que sucumbieron entre los arrabales de la historia. Inspirada (la teoría) en la mitificada acción de las masas. En la adhesión recetada hacia los frentes populares, a los efectos de planificar un «proceso de amplia coalición democrática».
El ejemplo cubano supo impregnar, en los sesenta, las ilusiones, con la precipitada eficacia de la acción directa. La lucha armada, en fin, convirtió a los «comunistas de aparato» en meros reformistas, devaluados en el mercado del ideal revolucionario, que se encontraba fascinado por el endiosamiento del Ché Guevara. Vigencia que se mantiene, aún, en la ilustración expresivamente pectoral de las camisetas. Pero después de haber generado una multiplicidad de muertos.
Merece recorrerse el capítulo que alude a «la preparación militar». O al «amor». O al que trata la secesión comunista de los sesenta. La «fracción» de Otto Vargas, que derivó en la gestación del Partido Comunista Revolucionario. La racionalidad universitaria que concluyó aferrada, en el naufragio, a la demencia táctica de apoyar el gobierno de la señora Isabel Perón. Acotada a la denuncia atropellada de los viejos camaradas como «socialimperialistas».

Escala técnica

En el caso más inofensivo, la pertenencia a La Fede se impuso como mero punto de partida. Para recordar con nostalgia después de la destrucción. Fue la puerta del ingreso hacia la cultura hegemónica de la izquierda. Códigos basados en la estricta noción de la solidaridad, en el voluntarismo de los ideales.
O como lugar transitorio, de paso. Escala técnica para alcanzar, en la trayectoria, otras alternativas que signaran el fin del «largo viaje». Al decir de Jorge Semprún, comunista español que nunca pudo desprenderse de la vieja problemática.
Patéticamente patológico, en cambio, fue el ciclo de la «Fede» como lugar de perpetua permanencia. Para que los militantes accedieran, con más de cuarenta años, a la antigualla dogmática del Partido, que presentaba una abulia sistemáticamente peor.
Un circuito cerrado que supo depender, en definitiva, de la propia problemática que lo retroalimentaba. Internas interminablemente argentinas. Disidencias con otras sectas de izquierda que competían, hasta hoy, por la hegemonía de la intrascendencia.
Autoconvencida de las falencias del pasado, la Fede de los noventa, después de la caída de la URSS accede a los reproches de la competencia y se radicaliza. Casi, hacia la ultraizquierda. La revalorización del Ché Guevara brota, en el tramo final del libro, con el ímpetu similar con que los comunistas tratan de desembarazarse del comportamiento registrado, por la dirigencia, durante el Proceso Militar. Signado por la complacencia y -según chicanas fundamentadas-, la colaboración.
La radicalización ideológica de La Fede terminó por banalizar la propia peripecia. Tiñó de grotesco, a criterio de esta cronista, el fracaso. Editó Sudamericana. 798 páginas.

Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital

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