El Moreno de Macri
Comisario Palacios, alias El Fino.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Sostenerlo, al Fino, es el máximo error de Macri», nos confirma una Garganta.
Alude, por supuesto, al comisario Palacios. El impugnado múltiple. Es Palacios el escogido por Mauricio Macri para comandar la Policía Metropolitana.
«Si Macri retrocede y lo nombra, por ejemplo, a Capuchetti, destraba una situación conflictiva y no pierde nada», insinúa la Garganta. Macrista, preocupada ante la ofensiva adversaria, que mantiene el aspecto del aluvión.
Al comisario Jorge Alberto Palacios se le imputa una sucesión de pecadillos seriales que sumariamente lo descalifican. Pero todos los pecados, según sus defensores, son rebatibles. Superados categóricamente por los atributos, las ponderaciones.
Por lo tanto, la polémica designación de Palacios, derivó en algo más grave que una pulseada candente. Palacios se convirtió, en la actualidad, en otro emblema del poder. Tanto para Macri, como para los cuantiosos adversarios que procuran el desplazamiento del sujeto de la referencia. Y ocasionarle otro golpe político. Un retroceso que se suma a otros que debieran instigar a un replanteo del sistema de evaluaciones.
El kirchnerismo explícito, para hacerse con el cetro de la cabeza degollada de Palacios, activa la innecesaria recolección de cien mil firmas. Entre otros recursos menos democráticamente enaltecedores.
Por lo tanto, con audacia interpretacional, puede establecerse un paralelo indigno. Como aquellos que construía Plutarco, el griego de la Beocia.
Un paralelo plutarquiano entre lo que significa, en el plano nacional, para los Kirchner, Guillermo Moreno, el secretario de Comercio.
Con lo que significa, en la ciudad, para Macri, el comisario Palacios.
Dos focos de permanente tensión. Moreno y Palacios. Dos cabezas como cetros, que los adversarios respectivos pretenden rebanar.
Son vulgares secuelas, según nuestras fuentes, de rencillas antiguas, que se instalaron como disidencias continuamente institucionales.
«Esquirlas del dilema insoluble que persiste, Rocamora, entre la vieja SIDE con la Policía Federal. No se meta, porque va a perder».
Lecturas
El empecinamiento de Macri, por aferrarse al comando policial de Palacios, admite lecturas motivacionales irreparablemente antagónicas.
Desde la perversidad manifiesta de «El Síndrome de Estocolmo», que esgrimen los peores enemigos de Palacios. Hasta el convencimiento de suponerlo, a Palacios, el policía más capacitado para cumplir, honrosamente, con la función. Lo aducen aquellos que le reconocen, al «Federico» de referencia, las más incuestionables virtudes.
Dos semanas atrás, el alcalde Macri recibió, según nuestras fuentes, a las máximas autoridades de las instituciones comunitarias judías. La AMIA y la DAIA.
En presencia de Guillermo Montenegro, el ministro de Seguridad, y del «chico» Marcos Peña, secretario de gobierno municipal, el alcalde Macri les dijo, a los distinguidos paisanos, que designaba a Palacios porque «es el policía al que le confiaría el cuidado de sus hijos».
Hablaron frontalmente. En algún momento, uno de los tres funcionarios, según la Garganta, tuvo la impertinencia de asegurar a los dirigentes comunitarios una frase inquietante, que se registró en el Musimundo de Avenida de los Incas:
«Si en otro momento de la historia se hubiera hablado con sinceridad, como hablamos aquí, Auschwitz podía haberse evitado».
Banalizaciones
En la Argentina autófaga, a través de la causa AMIA, se banalizó hasta la desgracia de la tragedia. Ante la carencia de resultados, prolifera la sobreactuación de las acusaciones. Nacionales e internacionales, ante la inexistencia creciente de la credibilidad.
En la suicida Trafic ya no queda más lugar. Cada vez se apretujan más los gratuitamente involucrados (ver «Apretujados en la Trafic»).
Altos políticos de la estación, retirados entre la ignominia. Un juez (el único que investigó). Dirigentes comunitarios en insólita desventura.
Hubo ingenio hasta para introducirlo, también, en la Trafic, al Fino Palacios.
La berretada investigativa alcanzó el climax merced a los magistrales refritos del fiscal Nisman, quien alcanzó, con sus emanaciones, ribetes insostenibles.
Sin ir más lejos, desde la portada del semanario del kirchnerismo salvaje, ayer Nisman sentenció «que Menem fue el jefe de los encubridores».
Entre la comunidad judía, donde impera la sensatez, la resistencia a Palacios no es institucional. Pasa, sobre todo, a través de algunas organizaciones de víctimas del atentado más horrible de nuestra historia.
Aluden al jacobinismo de «Memoria Activa». Surca entonces un entrecruzamiento de sospechas intratables. Infundadas. Perversidades derivadas de aspectos delicadamente tensos, que rozan las intimidades. Atentan contra el prestigio de diversos referentes. El Portal los registra, pero no los divulga.
Por lo bajo, en la comunidad dividida de los judíos argentinos, se alude a la persistencia de compromisos extorsivos. De intereses más mezquinos que espurios. Que sólo mantienen la base en el dolor. Pero que están movilizados por objetivos inaceptablemente económicos. Germen inquietante del abyecto antisemitismo cultural, tan horroroso como despreciable.
«Detrás del dolor, Rocamora, hay mucho dinero en juego», confirma la Garganta. «Glucolines, como escribe usted».
La Garganta es tan bienintencionada que suplica, por nuestro bien, que no nos ocupemos de la problemática. Porque total, pasado el onomástico del 18 de julio, el tema, periodísticamente, se cae.
La dinámica del aburrimiento se quiebra, con seguridad, treinta días antes del próximo 18 de julio. Y así sucesiva, eternamente.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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