La peste
En ausencia de Camus, la epidemia va ser tratada por la Justicia. Con mayor rigor que en el Ministerio de Salud.
Artículos Nacionales
escribe Carolina Mantegari,
especial para JorgeAsísDigital
«Me la agarré», notifica una amiga.
Cuarenta grados. Persiste aislada, acompañada por la hija y por la tos. En su casa del country.
«Menos mal que pude conseguir el Tamiflú».
Ocurre que el medicamento -providencial- escasea. Costó conseguirlo en peregrinación de farmacias.
Zapping
Para escaparse de la peste de la gripe, bastaba, al comienzo, con el zapping.
El control remoto podía trasladarnos a cualquier otra realidad. Menos fastidiosa. Distinta a la que, explicablemente, no se quería ver.
La desgracia -en todo caso- debía pertenecerle a los otros.
Los muertos, al ser cuatro o cinco, se contabilizaban como trágicas excepciones. Permitían apostar, aún, por la irresponsable invulnerabilidad.
Pero después de la elección, se asiste al cambio del ministro.
Manzur, el tucumano minucioso, sanitarista del ginesismo, suplanta a la licenciada Ocaña.
Entonces ya se habla de decenas de miles de afectados por la peste. Se habla de endemia, de pandemia, de epidemia. Umpiérrez, un idóneo economista, fatiga los canales con veredictos inquietantes.
En adelante, la epidemia no sólo ronda. El virus, la peste, sin el talento de Camus, se metió, con prepotencia, en nuestras casas.
Banalidad
La indignación crece tanto como la impotencia. Por la sospecha, transformada en certeza, de las tergiversaciones. Se asiste a la gestación del irresponsable ocultamiento informativo. Un Malvinas sanitario.
Una suerte de INDEC de los cadáveres.
La epidemia arrastraba la trascendencia contenida del efecto electoral. Pero explotó al día siguiente de las elecciones. Las que debieron, invariablemente, ser suspendidas. Imposible.
La dirigencia argentina, sea oficialista u opositora, no se encontraba a la altura moral de la peste. Para que conste en actas, en situación de madurez como para encarar, en conjunto, una decisión sensata.
Consensuada, como suele decirse, en las entrevistas aburridas.
Era tarde. Las elecciones se habían banalizado, hasta lo inimaginable.
El adelantamiento de referencia no admitía, ahora, postergaciones precipitadas.
Los testimonialismos plebiscitarios llevaban implícita la carga de la falsedad. La apuesta por la ventajita. Se banalizaban las persecuciones. Los ensañamientos contra el oponente. La cadena de equivocaciones.
La banalidad, en cierto modo, colonizó la cultura argentina. Hasta doblegarla. Ante la sociedad petrificada, que se entretenía, con los shows espectaculares de los candidatos. En un vendaval de encuestas, mayoritariamente, como corresponde, también falsas. Improvisadas. Al tuntún.
«Dale nomás, dale que va», aconsejaba Discepolín.
En semejante contexto de cambalache, la suspensión de las elecciones, con el sólido pretexto de la peste, no podía, siquiera, plantearse.
La credibilidad del oficialismo se había desmoronado. Suficiente para desestimar cualquier propuesta cancelatoria. Siempre a alguien, oficialista u opositor, se iba a favorecer. O perjudicar.
Los muertos, por lo tanto, podían tranquilamente acumularse. Tergiversarse las causas.
Surca el eterno dilema ibseniano. Entre la conveniencia personal, o los arrebatos de la responsabilidad social. Tratado por Ibsen, con mayor suerte, en «El enemigo del Pueblo».
Estrados
La peste, que no pudo atenuar el preparado sanitarismo, podrá analizarse, muy pronto, en los estrados judiciales.
Son dos los artículos del Código Penal, el 202 y el 203, que castigan, con rigor, al que «propagare enfermedades».
El 202 indica que «será reprimido con reclusión a prisión de 3 a 5 años, aquel que propagare una enfermedad peligrosa y contagiosa para las personas».
Y el 203 nos confirma que si el «hecho previsto…fuere cometido por imprudencia o negligencia o por impericia en el propio arte o profesión, o por inobservancia», se impondrá una multa. Si es que no hay muertos. Si abundan los muertos, en cambio, la prisión es de 6 meses a 5 años».
Palabra del Código Penal.
Con estos pilares jurídicos avanza, acaso, una denuncia penal. Aunque tenga destino de cajón. La presenta el doctor Sánchez Kalbermatten.
Nos dice el denunciador que «nada tiene contra los Kirchner». Pero apunta al matrimonio presidencial. Y a la renunciada ex ministra de Salud, la señora Graciela Ocaña. Pero trasciende, tal vez para constar en actas, que ella habría aconsejado la suspensión. Y contra, por si no bastara, el gobernador Scioli.
La denuncia se encuentra radicada en el Juzgado Federal del doctor Oyarbide.
Ampliaremos.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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