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Cardumen de pirañas

LA EQUIVOCACIÓN DE LA DERROTA (I): La Elegida entrega, para comenzar, a Jaime, el Señor de los Subsidios.

Oberdan Rocamora - 2 de julio 2009

Artículos Nacionales

Cardumen de pirañasescribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital

La sentencia la atribuyen a un cura de marca. De los dignatarios que El Furioso más odia:
«Kirchner flota entre un cardumen de pirañas. Sólo le falta lastimarse».

El kirchnerismo entero, el núcleo duro, son -según Consultora Oximoron- doce personas.
Las que entran, algo apretadas, en una Traffic. O en el avioncito ideal. Como aquel que Uberti, el olvidado, alquiló para traer al decisivo Antonini Wilson. O como el avioncito que acaba, de pronto, con los abusos de Ricardo Jaime. El Señor de los Subsidios, como lo definió el Portal.
Ante el acoso de la adversidad, La Elegida tiene que entregarlo a Jaime. Con cierto perverso placer, porque nunca lo quiso. Por razones que vendrían al caso.
Jaime, el alfil caído, era el inflamado Secretario de Transportes. Selecto miembro del kirchnerismo del primer tipo. De paladar negro. Pero hoy La Elegida deja que Jaime se deslice, con un tajito, en el río del agravio. Para algarabía de las pirañas.

De Vido

La designación de Schiavi -un amplio peronista profesional-, para sucederlo, desmiente la pregonada existencia del estado de fragilidad de De Vido.
Es -De Vido- el otro miembro exclusivo del gravitante núcleo rígido. Supo ser el tormento gestionario de Lavagna. Sobre todo del poeta Alberto Fernández. Cuando el kirchnerismo, aún, se encontraba en estado interesante. Y las actuales pirañas eran delfines enternecedoramente inofensivos, que revoloteaban alrededor de los negocios del poder. Del Sistema Recaudatorio de Acumulación.
De Vido participa, del kirchnerismo del primer tipo, junto a la señora Laly Minicchelli, su mujer. Es la hija jurista del pintor patagónico.
Hasta la designación del devidista Schiavi, las Gargantas aludían al incisivo malestar de El Furioso.  Devaluado en un rincón de Olivos, Kirchner debiera evitar la irrupción de un émulo del Brigadier Antonietti. Decidido a expulsarlo de la residencia, en pijama, como si fuera cualquier Zelaya.
Pero La Elegida nunca lo va a expulsar, de la casa de Olivos, a El Elegidor. Aunque en esa imposibilidad radique, precisamente, la condena del gobierno golpeado.

Durante la campaña, según Gargantas, Kirchner lo tuvo, a De Vido, en baño María. Alejado de la ficción de la «mesa chica», alucinación de Randazzo.
Lo que irritaba a El Furioso, del instrumental De Vido, según las Gargantas, es que lo valoren. Hasta la indiscreción del elogio. Los cuantiosos enemigos que Kirchner supo acumular.
Determinados empresarios, por ejemplo, debieran ser más pudorosos. No difundir que De Vido es el «único funcionario del gobierno con el que se puede hablar». O «cerrar un trato». O decir que «si se va De Vido se cae todo».
Para colmo, se agregan las valoraciones positivas de los gobernadores. Los que comienzan, paulatinamente, a emanciparse. A clavar la estaca de las diferencias. Paso previo a erigirse, según la estética clerical, en pirañas.
O los minigobernadores del elenco estable del conurbano. O los sindicalistas, sobre todo Moyano, que afirma, según Gargantas, «que es el único peronista del gobierno».
Y hasta los dirigentes agropecuarios. Los que entendieron, incluso, que De Vido, obligado por Kirchner, debió entregarlos. Romper el código de silencio, respecto a reuniones reservadas. Ampliaremos.

Ninguno de los otros probables reemplazados, aparte de De Vido, tuvo nunca el ingreso asegurado en el núcleo rígido. Ni siquiera Morenito, el instrumento para la «ejecución del modelo». Protagonista de las antológicas barbaridades, ejecutadas como si fueran actos honrosos de la militancia.
O Carlos Fernández, el correctamente irreprochable funcionario de segundo nivel. Al que se le desconoce la imagen y el sonido. El rostro y la voz.

La equivocación de la derrota

La derrota, en el peronismo, es una equivocación fatal.
Más que la ferocidad de las previsibles pirañas, entonces debiera interesarnos el equivocado. El gran derrotado. Kirchner, el Campeón del Error.
El Furioso que suele lastimarse solo. Lastimarse encima.
La dilapidación del poder sorprende, en Kirchner, tanto como su capacidad para construirlo.
Hasta para hacerse el otario, Kirchner transgrede. Es admirablemente audaz en la lona. Sabe colocar el rostro del perro distraído, al que le hacen, violentamente, el amor. Por detrás.
Después de la magnífica colección de barrabasadas que hizo para ganar la elección, Kirchner se atreve a ningunearla. La equivocación de la derrota entonces se agiganta. Aunque haya perdido «por dos puntitos». Curiosamente, «por los puntitos» que hubieran sido para Patti, si no le obturaban la postulación.
Patti y Rico, paradójicamente, los dos juntos, le hubieran evitado a Kirchner el error de perder. O sea, el triunfo de De Narváez, el referente que lo sacó del ring.

Cadena de equivocaciones

Para construir la equivocación de la derrota Kirchner provocó, primero, el adelantamiento. Después creó la artesanía de las candidaturas testimoniales. Definidas, aquí, como una ingeniosidad táctica. Pero también como una sepultura estratégica.
Transformó, para seguir la cadena, la rutina institucional. Las sustanciales legislativas, de pronto, se presentaron con la congoja angustiante de un plebiscito.
Asustó, incluso, con el demonio del caos.
Hasta confundió, al aún inofensivo adversario, con el Rey de la Efedrina.
Justo cuando De Narváez se encontraba abulonado en la meseta. Logró vigorizarlo.
Se arrojó, de palomita, ante los reporteros gráficos, a los brazos del pueblo del conurbano. Junto a los minigobernadores que nunca iban a horrorizarse, de ningún modo, por los cortes de boleta, que se anunciaban.
Con los cortes de boleta, a El Furioso, le picaron el boleto.

La profundización del ridículo

Ni La Elegida ni El Elegidor tomaron conciencia pública del hartazgo de la ciudadanía.
Un sector mayoritario de la sociedad aguarda el accionar de las pirañas.
La perplejidad debiera superar al desprecio. Incluso, a la misericordia.
El riesgo es que tiendan, ya en el climax de la equivocación, a la utopía de «profundizar el modelo».
El denominado «modelo de inclusión», que generó la obscena fraseología que pregona haber obtenido misteriosos «cuatro millones de puestos de trabajo». O jubilaciones a granel. Mientras mejoró ostensiblemente «la redistribución del gasto público». Conceptos imaginarios que aún ilusionan a los progresistas que se reconfortan sólo con «los genocidas presos».
Menos que el modelo, en su ocaso, el kirchnerismo puede profundizar el ridículo.
Cuesta entonces, cada día más, evitar que se encarguen, de sus fibras, las pirañas. Como cuesta ayudarlos para que no dilapiden los penúltimos atisbos de institucionalidad, que debieran, al menos formalmente, respetarse.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

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