La “nomenklatura” (I)
En las campañas aparecen siempre los mismos protagonistas.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
El testimonialismo oculta la cultura de la desertificación.
Del vacío promocional. La imposibilidad de promover nuevos cuadros.
El vacío, en Buenos Aires, es sobrecogedor. La carencia de figuras atractivas facilita que se legitime la postulación legislativa del gobernador Scioli. En campaña en el 2009. Como en el 2007.
O que Solá decida, igual que en el 2007, postularse en el 2009. Antes de completar el mandato que expira en el 2011.
Solá va detrás de los carteles de De Narváez, que en el 2009 aspira a renovar la banca conquistada en el 2005 (Aunque en el 2007 fue por la gobernación).
La pedantería protagónica es gratuita. No existen figuras de recambio. Lo suficientemente instaladas como para impugnar la perpetuidad.
Los nombres se reiteran, en otros distritos, sucesivamente y hasta el aburrimiento. Consolidan la «nomenklatura» ineficaz, que se retroalimenta.
Nomenklatura, en latín, significa «lista de nombres». Como concepto teórico alude directamente a la composición dirigencial de la pulverizada Unión Soviética.
Referentes que componen el elitismo del circuito cerrado. Obstaculizan, a su pesar, con la gravitación de sus presencias, la gestación de continuadores.
En la Argentina se asiste a una visión patológica del ejercicio del poder. Para no perderlo, es preciso evitar que el otro crezca. Para proyectarse y conquistarlo.
Sólo los malos maestros impiden el crecimiento de los discípulos.
Sin embargo, a los que alcanzan sitiales de privilegio en la nomenklatura dista de interesarles la formación de continuadores. Por lo tanto prefieren interrumpir la cadena. Cortarla. O cerrar la puerta del altillo y tirar la llave en el aljibe, como en Patrón, un cuento del mejor Abelardo Castillo.
Son, generalmente, en la nomenklatura, casi los mismos. Siempre. Los que se turnan y reacomodan.
Al componer la nomenklatura, clausuran la dinámica de los ascensos. Por repetición de rostros, se accede a la multiplicación de la monotonía.
Las campañas electorales repiten, cada dos años, idénticos protagonistas. En un contexto -un país- significativamente peor. La nomenklatura no resuelve los problemas sustanciales de la sociedad. Al contrario, la sociedad percibe que se agravan. «Cada vez más para abajo». Ningún integrante de la nomenklatura se hace responsable del descenso.
Tierra arrasada
En la materia, Kirchner deja tierra arrasada. Bajo su conducción, nadie puede crecer.
En su caso, la nomenklatura es de índole familiar. Escasamente grupal.
Sin embargo la modalidad se reproduce contagiosamente entre las gobernaciones y las intendencias. Hasta el retroceso que signa el feudalismo innecesario.
La continuidad se reduce a la esposa. A la hermanita. En la próxima -tal vez- al hijo.
Lo que Kirchner dejó -por ejemplo en Santa Cruz- fue un rico material para la tratable decepción. Acevedo, El Negro, se le diluyó entre temerosidades éticas, y hoy ni siquiera tiene motivación para agruparse en la fantasía del «peronismo disidente».
Sancho, El Pavo, se evaporó en la medianía de la incapacidad.
Peralta, el gobernador actual, a Kirchner, según nuestras fuentes, no le responde.
Por lo tanto Kirchner implosiona entre la negatividad de la desconfianza. Al extremo que hoy, en Santa Cruz, debe apelar al enemigo. Porque lo conoce más. Aparte, está debidamente doblegado. Adherido. Es Puriccelli.
En cambio en la capital, para perder, Kirchner debe recurrir a los antiguos funcionarios que nunca comenzó a digerir. Como Bielsa, al que apodó El Pavo Real. O como puede «testimonializarlo» a Filmus, hoy senador. O piensa en repatriarlo a Ginés, hoy embajador. O preparar a Boudou, pero tendría que quitarlo del manejo de caudales prioritarios.
En su formidable deriva, de tan regalado, en liquidación, Kirchner no tiene otra alternativa que tomar en serio al «camarada» Heller. El equivalente a De Narváez, pero de izquierda.
O rebobinar la relación con el esquivo Telerman. Sobre todo ahora que no está el inspirado poeta Alberto Fernández.
O considerar la alucinante idea de atraerlo al «eterno fiscal Ibarra». A pesar de la influencia de la hermanita Vilma, a quien La Elegida, aún, desprecia. Y por la cual los Kirchner le hicieron, al atribulado sonetista Alberto, la cotidianeidad imposible. Sobre todo en los fines de semana, cuando Kirchner, por ejemplo, le preguntaba: «»¿Seguís con La Paraguayita todavía?».
Fama
En cambio, Scioli, el líder positivista de la Línea Aire y Sol, adhiere enfáticamente a la etiología de la farándula. En su luminosa escala de valores, el famoso es el apreciable. En el imaginario sciolista, los cantantes y los deportistas son prioritarios. En desmedro de los postergados políticos que reman a su alrededor. Como el subvaluado Alberto Pérez, el Pobre Pérez.
O Marangoni, «El 5 de Boca», una especie de Rodríguez Larreta del «airesolismo».
Tal como anticipó el Portal, el máximo aporte político de Scioli, para esta campaña, puede ser la contratación de la señora Nacha Guevara, a los efectos de postularla en el tercer lugar. Entre él (Scioli) y Massa, el otro aceptado reciente, por la nomenklatura.
Para definir la contratación de Nacha, a esta altura hay algo que interesa más que el qué. O incluso el cómo. Es el cuánto.
Se trata, no olvidar, de una gran artista.
Desierto PRO
Acaso la señora Gabriela Michetti, a su pesar, sea la última proyección avalada por la nomenklatura.
El desplazamiento del difuso ejecutivo porteño, al que accedió en el 2007, hacia la postulación legislativa del 2009.
Michetti acentúa el desierto promocional de figuras que caracteriza al voluntarismo del PRO. Consecuencias previsibles de la celebración del culto de la «no política», que no necesariamente es antipolítica.
Es la adicción oral a la mitología de la gestión, a la que adhiere Mauricio Macri, mientras paradójicamente crece como político. Aunque aparente ser el impulsor de la llamada «nueva política», que se legitima a través de los vicios presuntos de la política tradicional. La abiertamente partidaria. La que admitía el apasionamiento de la puja interna. Y hasta la gloria altiva de la discusión.
La desertificación promocional, del colectivo macrista, adquiere mayor gravedad en la provincia de Buenos Aires. Aparte del primo Jorge, cuesta estimular cuadros promisorios. Como por ejemplo Jorge Triaca (el junior). U otros postulantes preparados que puedan ampararse en la tibieza de (los carteles de) Francisco de Narváez, el Caudillo que finalmente consiguió ingresar en la nomenklatura. Con los códigos del protagonista del tango Muchacho.
«Pagando como un chabón».
Generosidad
En materia de generosidad promocional, la excepción es -cabe consignarlo- la señora Carrió. Aunque transpire para imponer los correctos productos que promueve.
Insiste, la obstinada, con la propagación de Prat Gay. Es como si intentara repetir, desde el primer plano, con el aún «durito» Prat Gay, la experiencia, un tanto más satisfactoria, que alcanzó con Adrián Pérez, pero como actor de reparto.
Pérez es el muchacho que coloca, en la televisión, el rostro del militante reposado. Con el aspecto cuidadosamente desaliñado de Jean Paul Belmondo, pero cuando era pobre.
O con la vibrante señora Estenssoro, que sobreactúa la vaga atmósfera de Frida Khalo, la pintora mejicana que supo atormentar en lechos memorables.
O hasta con Fernando Iglesias, que se esfuerza en exhibir que se trata de un intelectual, recién salido de La Giralda, y que desciende hacia el tratamiento de los temas terrenales.
Productos, todos, estéticamente aceptables. Los que le resultaron, a Carrió, infinitamente más leales que la señora Ocaña. O que el «Flaco» Raimundi. O Macaluse, el grandecito que insiste en el romanticismo del mochilero.
Otro ser generoso, en materia promocional, es el injustamente lateralizado López Murphy. Así, al pobre, le fue. Con sus promovidos, tuvo, hasta hoy, menos suerte que Carrió.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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