El sciolismo de Kirchner (I)
La derrota de grupo diluye el fracaso personal.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
El sciolismo de Kirchner es explicablemente perverso.
Scioli supo cautivar a Kirchner a través de la efectiva ideología del vitalismo.
Con la contagiosa «fe». Con la impertinencia de la «esperanza». Con el impulso optimista de ir «siempre para adelante». Vibrantes energías que suele movilizar Scioli, en su inveterada condición de líder insustituible de la Línea Aire y Sol.
Entonces Kirchner se consagra como el primer «airesolista». Felicitaciones.
Periplo
Kirchner atravesó, a propósito de Scioli, un periplo paradójicamente admirable.
Desde la necia crueldad del verdugueo, que signó los primeros años del sometimiento, hasta la más babosa exaltación, solidariamente contemporánea.
Cobos -si acaso no lo hizo-, al menos lo facilitó.
Comparativamente, Cobos resultó fundamental para esclarecerlo a Kirchner.
Para ayudarlo a distinguir, en principio, los amigos de los enemigos. Y valorar, definitivamente, al vicepresidente aquel que injustamente degradaba.
Al que juntos subestimaban. El Elegidor con La Elegida. Cuando los soberbios hegemónicos, con el poder ilusoriamente asegurado por varios lustros, solían burlarse, a coro, de las simplezas, prioritariamente gráficas, que surcaba en el hueco interior de la Línea Aire y Sol.
En la plenitud de la semana pascual hubo un epílogo feliz. Se asistió al triunfo mágico «de la fe, de la esperanza». De la obsesión memorizada de «ir siempre para adelante». Para construir las bondades ambiguas del Estado Social Activo, que le diseñara a Scioli, oportunamente, el distante sofista cordobés.
Pero es el triunfo merecido, también, de la señora Karina y su contención sensatamente terrenal.
Del opulento Chiche, que le brinda suficiente apoyo moral.
Del mesurado «paisano» Rubén, que le brinda primarias alegrías.
De los atributos crecientemente indispensables del doctor Cahe.
De la solidaridad recaudatoria del hermanito José, al que llaman «Ay Pepito».
De las pautas, generosamente selectivas, del Cinco de Boca. Marangoni.
Estocolmo
Tuvimos acceso al informe interno -aún no disponible para la divulgación-, de la Consultora Oximoron, que dirige nuestro compañero Osiris Alonso D’Amomio. Es un documento que nos ilumina acerca de los motivos fundamentales que originan el sciolismo ultraortodoxo de Kirchner.
Indica el informe que Kirchner, en la decisiva provincia de Buenos Aires, la que más le interesa, se encuentra muy por debajo de sus ambiciones.
En menos de un año, Kirchner pasó, del pedestal de la hegemonía, a besuquear desdeñosamente la lona.
Contabiliza, en la actualidad, según el Informe Oximoron, 18 puntos menos de aceptación popular que Scioli.
Significa, para ser exactos, que de los 75 puntos que tenía, después de 17 meses del gobierno desperdiciado de La Elegida, a Kirchner, El Elegidor, le quedan, apenas, 19 puntos reales de imagen positiva.
Y Scioli conserva, inalterablemente, 37.
Pero no todo está perdido. Porque Kirchner, a Scioli, en algo lo duplica. En los indicadores temerarios de la imagen negativa, que para el presente despacho no vienen al caso.
Antes que Fraga, colega de Osiris, amenace con aclararlo, hay que afirmar que la «imagen positiva» de ningún modo es mecánicamente trasladable a la acumulación de sufragios.
Sin embargo es una ventaja más que apreciable. Es concluyente. Al extremo de modificar las claves de la relación política. O del antiguo sometimiento.
Los 18 puntos de ventaja, los que Scioli le lleva holgadamente a Kirchner, para Consultora Oximoron representan la base racional del sciolismo, repentinamente fundamentalista, del que fuera el sometedor.
Con la característica que debe presentarse (para Oximoron) como un agravante.
Que la referencia -Scioli- se encuentra adherida a la suerte de Kirchner.
Al que Scioli, aunque hoy lo supere, le es extrañamente leal.
Ocurre que Scioli se encuentra afectado por el Síndrome de Estocolmo. En su versión política, la más aguda.
Trátase de la pasión, patológicamente tratable, que se genera en la víctima, a favor del verdugo.
La identificación misteriosa que se establece entre el oprimido y el opresor. Que deriva en posterior complicidad. O en asociación, no necesariamente lícita.
Implica el deseo interesado del rehén de asociarse al objetivo de quien autoritariamente lo castigó.
Para mayores explicaciones técnicas, Oximoron sugiere consultar otros especialistas. Como Abadi, Rozitchner -el junior-, o los epigonales del tenor de Aguinis o Kovadloff.
Desvaríos
La numerología aquí descripta produjo, según nuestras fuentes, el penúltimo desvarío electoral de Kirchner.
La diferencia ampliada de 37 a 19. El auténtico origen del desvarío de las candidaturas imaginarias. Menos que virtualmente testimoniales.
Es el complemento de la idea de comprometerlo a Scioli en el plebiscito, presentablemente equivocado, de las adelantadas legislativas. Las que emergen, probablemente, como el principio del jubileo de los adelantamientos.
Sin embargo, en su audacia ilimitada, por la vigencia del concepto de verdugo, insólitamente Kirchner pretende llevarlo a Scioli, la víctima afectada -que para colmo lo sobrepasa-, en el segundo lugar. Detrás de los girones, los harapos de su devaluada figura.
Cuando, según la encuestología evaluatoria de Oximoron, tendría que ser, exactamente, a la inversa.
En el primer lugar del testimonio imaginario debería, eventualmente, ir Scioli. Secundado, en todo caso, por aquel que también tracciona votos, pero hacia abajo. Todavía fuerte por ser el propietario transitorio de la chequera. Kirchner.
Derrota de grupo
El objetivo del primer airesolista, El Elegidor, consiste en acentuar el efecto multiplicador de la derrota personal. Hasta colectivizarla. Expandirla entre la superstición patética del peronismo sin identidad.
El pobre muchacho -Kirchner- ya no se banca la certeza de perder solo.
Necesita perder convenientemente acompañado.
Por lo tanto, debe impulsar la derrota de grupo. Porque técnicamente atenúa la catastrófica derrota individual.
El sciolismo de Kirchner es, de acuerdo al análisis de Oximoron, frontalmente perverso.
Porque el verdugo necesita aún de la importancia de la víctima, resignadamente asociada. A los efectos de no perder en exclusiva soledad.
Es comprensible entonces que, en la caída, Kirchner se ubique políticamente en las antípodas del comportamiento del protagonista del tango Confesión. Dista de «hacerse a un lado». Dista de apartarse. Al contrario. Prefiere arrastrar consigo al máximo rehén. Al cómplice Scioli, el líder vitalista de la Línea Aire y Sol. Porque, por tanta acumulación de «fe y de esperanzas», no le entran, aún, extrañamente, las balas. Las balas que sí perforan al sometedor.
Sanchos
Hasta la frontera cercana del 8 de mayo. Fecha límite para presentar las candidaturas tangibles, y las imaginarias.
Sin embargo Kirchner todavía va a esmerarse en la articulación de otros sucesivos golpes de efecto, minuciosamente improvisados. Hay que atender especialmente los jueves.
De la galera gastada saldrán otros conejos artificialmente muertos. Cada vez, con los conejos de peluche sorprende menos.
De todos modos, aún Kirchner puede ingeniarse para desacomodar a la formidable legión de interpretadores. Analistas domingueros, a los que sistemáticamente desorienta con sus conejos de jueves. Igual que a los comentaristas fragmentarios de la oposición. Los que suelen lucirse entre la impotencia de las emisiones de cable.
A todos los distrae sólo con la mantención, insuficientemente alucinada, de la iniciativa. Y sostenido argumentalmente por los respetables incondicionales. Los Sanchos inclaudicables de amianto.
Los Sanchos que embisten valientemente contra los molinos de viento.
Con los contornos forzados, los molinos, de la oligarquía agropecuaria.
Con los diseños peligrosamente fantasmales (los molinos) de la oligarquía mediática.
Y contra la vieja partidocracia que obstruye, inútilmente, el «modelo exitoso de inclusión social».
Sanchos que infortunadamente no se atreven, al menos hasta hoy, a proclamar, en voz públicamente alta, lo que algunos no vacilan en confesar en privado. Cuando están seguros que el Paco no los escucha.
Que el Quijote sin encanto, invariablemente, desvaría.
Que la calesita, definitivamente, ya la estrelló.
Que lo sostiene, hasta legitimarlo, la enigmática intrascendencia de la oposición.
Un conjunto de proyectos (la oposición) meramente individuales, que apenas entusiasman a los comentaristas más angustiados por acabar, de una buena vez, con las erupciones de lo único que hoy piadosamente existe. La precariedad del kirchnerismo.
Hazmerreír
A través del bartolerismo de la conducción de Kirchner, el movimiento peronista marcha, escandalosamente, hacia la sublime magnitud del ridículo.
Enredado en las fantásticas formulaciones, con aplaudidores del coro estable que celebran las autorreferencias unipersonales.
Con estrategias movilizadoras que duran, a lo sumo, una semana. Hasta olvidarse en un costado del archivo.
En los tiempos desertificadamente grotescos de Kirchner, el peronismo, paulatinamente se transformó en un hazmerreír.
En una concatenación desprolija de imposturas. Ante la vergüenza de su historia. Ante el honor ultrajado de sus muertos.
Perderse encima
Para terminar, vaya una evocación interesada de los minigobernadores del conurbano.
Inquilinos permanentes del poder que suelen, en general, leer los despachos, programadamente irritantes, del Portal. O tienen, por lo menos, conocimiento del contenido. Más que de su existencia.
A ellos les gusta, según nuestras fuentes, que se los conceptúe, desde aquí, como minigobernadores. Simples intendentes, nunca más.
Los minigobernadores, según nuestras fuentes, aunque lo abracen y aplaudan, saben perfectamente que el conductor, racionalmente, desvaría. Que volcó, asombrosamente, la calesita. Que el kirchnerismo implosionó.
Que necesita, imperiosamente, asociarlos a su derrota personal.
Saben los minigobernadores que, si siguen los pasos de Scioli, y se aventuran en el sendero del desvarío, como candidatos a falsos concejales, pueden, en los distritos ingratos, perder.
Perder por Kirchner. Perderse encima.
El recurso del nepotismo sirve, acaso, para salir del paso. Arriesgarse con los parientes que permitan la continuidad electoral del apellido. Para formar, en las minigobernaciones, las dinastías berretas. A los efectos de seguirlo, si es que no recapacitan, a Kirchner. Que se aferra primero a Scioli, pero para sucumbir, de la mano, todos juntos. Para colmo, contra las vaguedades de la Nada.
A Kirchner, en el ocaso, le cuesta optar, comprensiblemente, por la ceremonia altiva de la grandeza.
No se dispone a perder, como un hombrecito, en soledad.
Prefiere llevarse puesto, en la derrota, a los pragmáticos que, por presumibles motivos, aún le dispensan algo parecido a la lealtad.
Un valor, la lealtad, que debería ser rescatablemente noble. De ningún modo sólo la antinomia retórica de la traición.
Por último, no va a resultarle fácil, a la Nada que se reorganiza, derrotarlo a Kirchner. Cargárselo.
Sabe el Sujeto que tiene enfrente una contestación mayoritariamente fragmentada, que irremediablemente, por sus contradicciones, se desmembra. La colección de proyectos personales, justamente, le brinda aire. Un oxígeno que lo fortalece. En medio de la autodestrucción, hasta legitimarlo. Tema que ya estudia Oximoron, para el próximo despacho.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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