Duros para arrugar
El acuerdo Kirchner-Campo, desde el Petit Saint Benoit.
Artículos Nacionales
Tío Plinio querido,
«Kirchner es un duro en el difícil arte de arrugar».
Máxima liminar del Portal que vuelve, otra vez, a constatarse.
A través del principio de acuerdo, bastante bienvenido, con los arrugadores dirigentes del campo.
Aún es resistido por «las bases». Los productores incontenibles. Los «autoconvocados» que sirven, con la extorsión de la presencia, para forzar la racionalidad del entendimiento.
Kirchner cumplió, tío Plinio querido, incluso, con las características clásicas del estilo depurado para el arte de arrugar. Cláusulas para el arrugue, tantas veces desde aquí descriptas.
Como amenazar, por ejemplo, en el amague, con la pateadura al tablero. Con la declaración de guerra total. Entre contradicciones, para la gilada, de halcones y palomas. Antesala típica del arrugue de barrera.
Petit Saint Benoit
Desde el Petit Saint Benoit puede faltarnos, tío Plinio querido, algún dato.
Pero con la computadora portátil, y con el celular con roaming, se dispone, desde el antiguo bistró, de la misma data que en Mancini.
En un almuerzo ponderable, entre miembros del Club de Amigos del Portal, sucursal París. Pudo intentarse, con cierta audacia del sobrino, un balance. Mientras se atendía, mientras tanto, un sublime Confit de Canard. Antes del Brie. Con vino de Bordeaux.
Quienes se quedan decepcionantemente afuera, perceptiblemente desacomodados, con el acuerdo, son, tío Plinio querido, aquellos seres precariamente categóricos que se tomaron la confrontación demasiado en serio. Los que se preparaban, de verdad, para la guerra.
Son ilusos que sólo pueden destacarse a través del arrojo que produce la beligerancia.
Primero, el Alfredo. El dirigente carismático que moviliza las toxinas de la Otilia, tan querendona y fatal. Con turbulencias, exclusivamente, Alfredo puede instalarse en la densidad del primer plano.
Un luchador que va tanto al frente suele sentirse, en tiempos de paz, un inútil.
Sin embargo, las iluminaciones del primer plano, al Alfredo no debieran acotarle la sensatez.
Aunque es, para la reciprocidad del arrugue, estratégicamente conveniente que Alfredo juegue de chico malo. De alborotador irascible. Estrella de Expo-Agro, acontecimiento que funcionó como estímulo para el doble arrugue.
Al Alfredo le cuesta contener a «las bases». A los que prefieren salir a las rutas. Antes de volver, cabizbajos, a la letanía del trabajo.
Mártires
La señora Carrió es, tío Plinio querido, otro baluarte que se queda, desdichadamente, en esta historia, a contra pierna.
Conste que ella necesitaba, a los efectos de crecer políticamente, el beneficio del estallido. Representar a los «autoconvocados».
La dama, tan valientemente venerable, autoproclamada la jefa de la oposición, mantiene, en cierto modo, la ética equiparable que brinda la legitimidad comparativa del Grupo Hamas.
Así sea un mero punto de partida, un acuerdo global de convivencia, es, tío Plinio querido, en un marco colectivo de crisis internacional, lo más aconsejable.
Acuérdese que a nadie, todavía, le conviene la evaporación total del kirchnerismo.
Pero si se imponen los pilares del acuerdo, la influencia de Carrió, como la de Alfredo, se diluye.
Las explosiones entonces resultan indispensables para la dinámica expansiva del crecimiento político.
Es la maldita lección que deben aprender, algo tardíamente, los aliados radicales.
Los «moralistas» que estaban programados, acaso sin saberlo, como mártires.
Una faena que no podía alarmar, de ningún modo, por su historia, ni a Pablito Unamuno ni al Toti Leguizamón. Son los peronistas instrumentales de la señora. Los que la llevan a El General. Como si la tomaran por otro Lavagna.
Pero el martirologio dista de ser, tío Plinio querido, una tarea digna del dandy Olivera, o de Prat Gay.
Un objetivo, el martirologio, al que se ciñen los radicales del moralismo.
Para fortalecer la reedición de la alianza, en la primera de cambio, comandados por Carrió, los radicales tendrán que envolver el cuerpo en dinamita. Con el propósito de estrellarse, radicalizados, contra la realidad. Con la certeza de percibir una luz extraña de victoria, en el final.
Estudiantina
Quien asombró, por la intuición de su olfato, es, tío Plinio querido, don Francisco de Narváez.
No habrá otra alternativa que considerarlo, en adelante, al fervoroso Caudillo Popular.
Y no solamente por la exquisita perversidad, que trataremos en otra carta.
O por las obsesiones de su relación afectivo-política con Mauricio Macri. Hubiera inspirado a Oscar Wilde.
La aceptación de De Narváez, de haberse «pasado de rosca», nos ilustra acerca del fabuloso nivel de inconciencia colectiva que se había alcanzado en el conflicto. Sofocantemente agobiante. Entre los Kirchner y los dirigentes del campo.
Se había convertido, tío Plinio querido, en una estudiantina de colegio secundario.
Llegó a utilizarse el parlamento para la asamblea estudiantil. Donde los oradores competían, en un torneo alucinante de trotskystas frustrados.
Un litigio que se agravaba por la incapacidad para arrugar de las partes.
De Kirchner, primero, y de los inflamados animadores televisivos de la Comisión de Enlace.
En medio de la estudiantina del congreso, los opositores se repasaban de rosca. Pero debía percibirse, en realidad, que los comisionistas del enlace habían aprendido la esencia básica de la ética del kirchnerismo. Manifestaban, en la estudiantina, junto a los opositores encendidos que se incendiaban. Sin embargo ellos, igual que Kirchner, amagaban con patear el tablero.
Habían aprendido. Eran duros que querían, desesperadamente, arrugar.
Dígale a tía Edelma que, para amortiguar las nostalgias del noventismo perdido, por la saudade interior, es placenteramente razonable trasladarse, desde Francia, a Portugal. Allí funcionan dos selectivos Clubes de Amigos. Uno en Porto. El otro, en Lisboa.
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