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Estragos

GAZA (III): Bin Laden, Saddam y Hamas. Soluciones convertidas en problemas.

Osiris Alonso DAmomio - 5 de enero 2009

Artículos Internacionales

Estragosescribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital

Israel rifa, asombrosamente, la incuestionable «superioridad moral».
Con la sofisticación de las bombas menos inteligentes, sus tropas producen, por aire y por tierra, el bochorno más violentamente significativo para su identidad.
Demuelen, en Gaza, la memoria histórica. La dignidad pacientemente elaborada en siglos de persecución y padecimiento.
Del estadio plácido de víctima, Israel pasa a asumir el rol cruel del Estado victimario. Un cambio infortunado, estructuralmente cultural.

Soluciones/problemas

En el genérico Mundo Árabe, en el impreciso Oriente Medio, el equívoco superficialmente conocido como Occidente produjo, en general, estragos patéticos.
A los efectos de acotar la crónica, para el análisis se utilizarán los últimos treinta años. En algún despacho posterior va a tratarse el descalabro de la colonización. O los efectos desastrosos de la caída del Imperio Otomano.
Aquí, cabe subrayarse cierta característica de funcionamiento que enlodó el presente de la región.
La invención de recursivos instrumentos para resolver, transitoriamente, la gravedad de los problemas.
Con el agravante que el instrumento requerido se transforma, después, en el problema superior.

1.- Guerreros de la fe

Pasó, por ejemplo, en los fatídicos años ochenta, con aquel Afganistán ocupado por la Unión Soviética que agonizaba.
Fue cuando Estados Unidos, la virtual hegemonía de Occidente, decidió estimular a los combativos resistentes de las montañas. Los «moujadines». Los que se referenciaban en la ideología de la interpretación más patológica del Islam.
Por su frontalidad heroicamente conveniente, en contra de la URSS, se decidía apoyarlos. Económicamente, desde el estado satélite de Paquistán. Mientras los denominaban, con cierto rasgo de romanticismo, los «guerreros de la fe».
Resultaron útiles, aquellos guerreros espirituales, debidamente equipados, para desalojar a los soviéticos declinantes. Y facilitarles el envío hacia la resaca ingrata de la historia.
Sin embargo, el romanticismo de aquellos guerreros derivó posteriormente en el estrago de la teocracia de los talibanes. Una conjunción de fanáticos con objetivos ilusoriamente medioevales.
Casi equivalentes a los que se ocultan, en la actualidad, en la frontera incierta de Paquistán y Afganistán. Por donde impera algo más estimulante que la fe. El opio. Queda pendiente un despacho sobre el rol sustancial de la droga en el conflicto. Aunque la temática sea menos honorable.
El líder, mediáticamente diabolizado, es el saudita Bin Laden. Pero el estratega prioritario es el médico egipcio Ayman Al Zawahiri. Base de las franquicias, hoy sistemáticamente devaluadas, que desparrama Al Qaeda.

2.-  Saddam

Tampoco Occidente, o sea los Estados Unidos y Francia juntos, tuvieron una suerte duradera, siempre en aquellos terribles ochenta, con el fortalecimiento del Irak. Era el estado contenedor que conducía Saddam Hussein. Rama del baazismo (suerte de nacionalismo) de Bagdad, opuesta al baazismo de Damasco, que conducía Haffez Assad. El socio del persa Irán.
Con el armamento suministrado por los americanos (con agregados sospechosamente químicos) y europeos, y con el financiamiento de la monarquía saudita, el baazista Saddam logró contener, en la confrontación, durante siete años, al flamante diablo que aún persiste. Al Irán del ayatolah Ruhollah Komeyni. Una teocracia revolucionaria que había sorprendido, en 1979, a los desinformados especialistas occidentales que dormían la siesta del desconocimiento.
Aquel Komeyni amenazaba con conquistar hasta La Meca. Sobre todo con apoderarse de la explotación del petróleo saudita, emblema indispensable para el mantenimiento de la hegemonía de los Estados Unidos que nunca acertaban.
Una vez contenido el Irán, repentinamente Saddam se convirtió en el nuevo diablo para abatir.
La primera Guerra del Golfo, encarada por Bush padre (para súbita occidentalización de Menem), comenzó, para ser exactos, el mismo día en que concluyó la guerra entre Irak e Irán.
Para derrocar después a Saddam, en una segunda cruzada, Occidente, o sea los Estados Unidos de Bush hijo y de Wolfowsky, condujeron, al mundo, hacia el estrago de la guerra más absurda.
Con el pretexto de eliminar «las armas de destrucción masiva» (similares a las que oportunamente aportaron los Estados Unidos y Alemania). Y que ahora existían, tan solo, en la imaginación de los intelectuales canallas. Los manipuladores «neocons». Los que se habían apoderado, estratégicamente, del Pentágono. Acusaban a Saddam por una vinculación con Bin Laden que podía localizarse, apenas, en la tendenciosa imaginación de los cavernícolas que suponían diseñar las democracias perfectamente orientales. Democracias a la carta, para consumo directo del Departamento de Estado. La institución que compraba, y vendía, cualquier verdura.

3.- Hamas, el ABC

Para detener el marco descriptivo de las equivocaciones seriales, de las soluciones coyunturales que se convirtieron en los peores problemas, se encuentra el recurso de otra creación. El Hamas.
El Hamas es, para Israel, lo que Bin Laden, o el Irak de Saddam, fueron para los Estados Unidos.
Se registró un estímulo indirecto, una vulgar financiación. Marroquinería generosa. A los efectos de fortalecer la evolución del conveniente movimiento islámico palestino. Desde donde se podía, en aquel segundo lustro de los ochenta, atenuar la -por entonces- temible influencia nacionalista de Yasir Arafat. El líder de Al Fatah.
El último estrago occidental lo representa la gestación del Hamas. Lo confirmó ayer el diario ABC, de España. Califica al Hamas, acaso excesivamente, de «criatura de Israel». Agrega textual:
«La ayuda de Israel al Hamas fue un intento claro de diluir y dividir el apoyo a una OLP (Organización para la Liberación de Palestina) laica y fuerte, oponiéndole una alternativa religiosa».

Las fallas del origen, por otra parte, no demuestran absolutamente nada. Sirven para ilustrar acerca de la improvisación de las tácticas de los inspirados laboratoristas occidentales.
Porque los acontecimientos, en Medio Oriente, adquieren su propia dinámica. Se desvanecen los márgenes para cualquier interpretación estática. A la menor distracción del observador se modifica, completamente, el tablero. Es algo de lo mucho que tiene de complejo la problemática de la región. Y, en simultáneo, de apasionante.

Ejes

Con el pretexto de combatir defensivamente al Hamas, los israelíes que rifan su prestigio se dedican a la carnicería de la Palestina entera. Agravian, sus dirigentes como Peres o Livni, la inteligencia media de cualquier habitante del universo, cuando proclaman que sólo están contra «los terroristas del Hamas».
Banalizan, en definitiva, una región colectivamente estratégica. Donde hoy pueden detectarse dos ejes. Por la brutalidad del ataque defensivo de Israel, los dos ejes no tienen otra alternativa que converger en la dirección de la misma condena. Unánime, diplomáticamente inevitable.
Un eje lo representan los dos países más perjudicados de esta historia. Reciben las peores esquirlas del castigo suministrado a Palestina.
Egipto y Jordania. Son los países que firmaron, con Israel, los respectivos acuerdos de paz. Con el agregado de Arabia Saudita, y de las ricas monarquías subsidiarias del Golfo. Y con alguna influencia en el atroz despedazamiento institucional del Líbano.
Por más acuerdos de paz, por más menemismo explícitamente pragmático que se impulse con la mirada hacia los Estados Unidos, las sociedades los llevan, a sus líderes racionalmente convivenciales, a condenar la masacre de Gaza. Y a percibir, por carácter transitivo, el desmesurado crecimiento del prestigio de los enemigos políticos. Consecuencias indeseablemente involuntarias del estrago generado en Gaza.
Por el peligro artesanal del Hamas. El instrumento de la solución transformado en la gravedad del problema.

El otro es, transitoriamente, el eje diabólico. El Mal de Occidente hoy lo representa el persa Irán. Junto al árabe Siria. Entes institucionalmente interpretados como los patrocinadores del Hizbollah libanés, del Hamas palestino.
El chiismo iraní, junto a la secta alawita de los Assad, se ven favorecidos, objetivamente, en lo inmediato. Por la gestación violenta del caos que diluye en el vacío los otros temas pendientes.
Por ejemplo se dilata, para Siria, la investigación multilateral derivada del asesinato de Rafik Hariri, el multimillonario ex primer ministro del Líbano.
Aparte se retarda, para Irán, el avance incómodo del dossier nuclear. Justo cuando comienza a tratarse con esperanzada simpatía, entre los seres menos sensibles de la región, una posibilidad que alarma al pensador argentino Carlos Escudé.
Que no sea Israel el único estado en condiciones de disponer del armamento nuclear. Que lo tenga, también, Irán.
El mundo comienza a ponerse deliberadamente más confuso.
Sobre todo cuando proliferan los alucinados que especulan, conjeturalmente, en el calvario de Gaza, con alguna actitud algo más comprometida de Irán. Que no se limite el apoyo, simplemente, al ejercicio de la retórica, que distribuye la agencia Irna. Y al suministro de los riesgosos petardos que legitiman la reacción, demencialmente desproporcionada, de Israel.
Acaso el Irán de Ahmadinejad sea el objetivo escalonado de la estrategia de Israel.
Traducido, de los Estados Unidos. Trátase de la democracia más ejemplar. La que le reserva al próximo presidente, Barack Hussein Obama, que trae el atributo inquietante de la negritud, una espantosa escenografía de hechos consumados. Tendrá, el pobre Obama, que ponerse al frente de ellos.
O ellos, los hechos consumados, lo pasarán, impiadosamente, por encima. Hasta llevárselo. Puesto. A Obama.

Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron,
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