Menú

Vuelcos

LÍCITO AUTOBOMBO: "La Elegida y El Elegidor", de Jorge Asís, agota, en diez días, la primera edición.

Jorge Asis - 23 de diciembre 2008

Cartas al Tío Plinio

VuelcosTío Plinio querido,

Excelente noticia para alegrar las fiestas de la tía Edelma.
Antes de figurar en alguna lista de best-sellers, «La Elegida y El Elegidor» agotó la primera edición. En diez días.
Al no existir el bombo, se impone el lícito autobombo. Frontalmente merecido.
Celébrelo entonces, tío Plinio querido, con Malbec.

Trilogía

Trátase del tercer libro colectivo del Portal. Lo firma sólo el director, su sobrino.
El subtitulo contiene la sugerencia explícita de una tesis cuasi académica:
«Apogeo e implosión del kirchnerismo».
Conste que es el último volumen de la trilogía. El tema, en realidad, no da para más.

La trilogía estuvo dedicada, como lo sabe, al desafío de interpretar la complejidad cultural -la precariedad conceptual- del fenómeno político de la referencia.
A través de la fascinación, siempre arriesgada, de historiar el presente. De reflexionar mientras, rigurosamente, se informa. Con pulcritud e ironía en las maneras. A propósito de la epopeya elemental, rabiosamente contemporánea. A veces, en expresivas misivas, dirigidas hacia usted.
Hacia los miles de Tíos Plinios que representan el interlocutor multiplicado. Nuestro. De cada día.

Arrancó la trilogía en el 2006, con «La marroquinería política». Con el efecto de una provocación solitaria. Subtitulada, acuérdese, «desastres seriales del gobierno trivial».

Dos años después, de tantas desastrosas trivialidades, las valijas forman parte, dolorosamente, tío Plinio querido, del análisis político.
Sirven las valijas para explicar la devastación moral de aquello que fenece. La credibilidad definitivamente desperdiciada.
La mirada impiadosa siguió en el 2007, con «El Descascaramiento». El tomo dos. Cuando se preveía la insolencia del descalabro. Del «Sistema Recaudatorio de Acumulación». El objetivo ocultado detrás del simulacro humanitario. Con el diseño del cuento setentista. Reivindicaciones generacionales y otros humos.

Los dos tomos anteriores, La Marroquinería y El Descascaramiento, los tiene debidamente dedicados. Sin embargo «La Elegida» no dejó tiempo, siquiera, para enviárselo. Se evaporó. Igual que el poder de estos dos muchachos inspiradores. La Elegida y El Elegidor. Repentinamente denostados, hasta la patología, hasta por aquellos que los celebraban.
Son los principales protagonistas del Cesarismo Conyugal. Cualquier locutor ya los llama, peyorativamente, sin atisbos menores de respeto, Los Kirchner.
El presente del texto entonces es exasperante. «La Elegida» abarca desde la decisión de elegirla, del Elegidor, en la plenitud excesiva del apogeo. Con la ilusión de los tres lustros asegurados, de poderío, por delante. Hasta el colapso despectivo de la actualidad.

Prometido un ejemplar de la segunda edición. Aunque ya no sea, para la tía Edelma, lo mismo. Y tal vez no pueda conseguirlo, para regalarlo mañana.
A La Otilia, en cambio, dígale que nos conmovió con su recorrido por las librerías. En peregrinación desde los Yenny hacia los Cúspide. Hasta en cualquier librería del barrio. Sin suerte. Acaso porque los amigos de Planeta se descuidaron. Confiaron más en la potencia de la crisis que en la capacidad de demanda del autor. Pronto, la editorial, va a reponer.

Requiem

Trilogía, tío Plinio querido, no tetralogía. Porque el kirchnerismo, infortunadamente, se diluye. Se nos termina. Aunque en su declinación, por la severa contundencia del vacío, parezca inalterable. Que conserva otra vez, junto a la iniciativa, la nada y el todo.
Se encuentra, como se dice en La Elegida, en sala de preembarque. Para una partida que debe demorarse, aún, tres años más. Nunca va a ser fácil el despegue.
Por lo tanto, descarte las posibilidades de inventar, comercialmente, un «addendo». No habrá un cuarto libro.
Habrá espacio, en adelante, en el Portal, apenas para alguna evaluación minuciosamente final. Relativa a los detalles de la terminación. Costuras, en la Argentina, sombrías. Acerca de la administración instrumental del ocaso. En la exhibición de una caravana interminable de anunciaciones escenográficas sin continuidad. Con funcionarios autoestimulados que aplauden de pié. Junto a los empresarios que aún esperan, como Viatri, el rebote de algún otro negocio salvador. Con la mirada exclusivamente puesta en la intensa agonía del 2009, que presenta el pretexto de una elección letalmente legislativa.
Reverencial carácter de Requiem. Acotado, técnicamente, al marco de una crónica de resistencia.

Estilo envolvente

El desafío consiste en tratar que, lo que venga, no sea peor que aquello que enfáticamente se desvanece. Hasta diluirse.
Sólo la perspectiva del vacío los sostiene.
Suele indicarlo el analista Osiris Alonso D’Amomio. En un ensayo que mantiene en elaboración. Notifica acerca del estilo envolvente, de los Kirchner, para volcar.
Hasta arrastrar, en la intensidad de su vuelco, también a la oposición.
Cabe entonces el riesgo menos previsible. Que Los Kirchner, en la desprolijidad de la desbandada, se lleven puestos a los rehenes aliados. Pero también a la oposición.
A Macri, por ejemplo, que es, acaso a su pesar, una alternativa, sólo providencialmente pudo rescatárselo. Justo cuando su trayectoria estaba por salirse de la banquina. Envuelto, en su caso, en la trampa del pragmatismo lúdico. Por interpretar sensiblemente las plenipotencias de don Cristóbal. Guiado, entre las tinieblas, por la frescura de los adolescentes cincuentones. De la Banda del Newman.
Con la crueldad de una discreta negociación, Kirchner pudo haber terminado con Macri. Pero felizmente zafó.

A la señora Carrió, en cambio, tío Plinio querido, cuesta contenerla. Ella vuelca por opción, prodigiosamente. Sobre todo cuando compara a Kirchner, mientras guiña un ojo hacia la posteridad, con un Dictador. O con un tirano.
Rescata Carrió a La Elegida, pero aspira a derrocar al Elegidor. A voltearlo. Por ser un Dictador.
La banquina del pensamiento mágico ya no tiene más espacio para recibir los desbordes acumulados de La Pitia.

Mientras vuelca, Kirchner instiga a volcar a sus contagiados detractores.
Estallan, simultáneamente, las cabezas. Se desata la competencia explícita para ver quien aporta la máxima barbaridad conceptual.
Para De la Sota, Kirchner es Stalin. Para Duhalde, aunque después se arrepintió, Kirchner es como Hitler.
Para Carrió, Kirchner representa una fila interminable de monstruos. Desde el fascismo hasta Satanás. Ahora es el turno de Ceasescu.
A la pasión por las volcaduras se le incorporan hasta analistas inteligentes. En adelante, el kirchnerismo contiene, asombrosamente, algo del Gulag. Es la tendencia superadora que faltaba. Un metafórico campo de concentración. Como aquel denunciado por Solyentizin, el intelectual calificado, por los contemporáneos de Kunkel, un agente de la CIA.
Cuesta mantenerse en el camino. Continuar críticos, frontalmente opositores. Pero preferiblemente sin volcar.

Final con la «fatwa»

Por último, como afirma Carolina Mantegari, que se consuma rápidamente un producto estético como La Elegida no debiera interpretarse, a su criterio, como otro magnífico desaire, acaso insostenible, para el establishment intelectual. El conjunto acomodaticio que convalidó, en bloque, según Mantegari, «la fatwa contra Asís».
Tampoco debe leerse La Elegida, para Mantegari, como una virtual provocación hacia el progresismo culturalmente inofensivo. Tristemente, aún, dominante.
La tecnología -lo confirma Mantegari-, convirtió al Portal en un proyecto autónomo. En una pyme de la comunicación. Jactanciosamente independiente. Con una impertinente credibilidad que invalida la potencia de la fatwa.
Por lo tanto, en adelante, estos ayatolahs, poderosamente berretas, pueden meterse la fatwa en el trasero.

Moderación, tío Plinio querido, con el Malbec. Guarda con los efluvios del champagne. O con la sidra, que confunde, cuenta la Otilia, con una 7up.
Soportables Fiestas. A sobrevivirlas. Cuide a la tía Edelma. Abrazos, pontificaciones.

Relacionados

Estadista de suerte

Por el patriótico desgaste, el Presidente reclamaba piedad.

Jorge Asis - 29 de agosto 2016