Alfil (I)
Ricardo Jaime y el cerco de la justicia.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Preso nunca vas a ir».
La Garganta cuenta que Kirchner le asegura, a Jaime, la aventura cotidiana de la libertad.
Pero el Señor de los Subsidios -como lo bautizó el Portal-, se encuentra cercado por la justicia que lo apunta. Que lo acosa, por el amontonamiento de unas treinta causas. En las que desfilan las irracionalidades catastróficas del «modelo». La enumeración merece de por sí un próximo capítulo.
«El otro rostro del kirchnerismo». Para parafrasear a Sábato.
Desde el escándalo visionario de Southern Winds, anticipatorio de la funcionalidad de las valijas. Hasta la multiplicación de los sobreprecios estremecedores que forman parte del catecismo. Conjunción de irregularidades ilimitadas, plausibles a partir de la certeza de la eterna impunidad. Concesiones de ramales ferroviarios, hacia el misterio indescifrable de la UGOFE (Unidad de Gestión Operativa de Emergencia Sociedad Anónima). En «emergencia» por la reparación de locomotoras, reacondicionamiento de estaciones, vagones, con shows memorables de contrataciones directas. Tan fascinantes como el festival persistentemente orgiástico de los subsidios. Sin detenerse, siquiera para respirar, en las mediáticas excentricidades del «tren bala». O peor, en los vigentes 50 millones de dólares que mensualmente ya derrocha el Gorro Frigio del Estado Nacional. Para financiar la demencia nacionalizadora de Aerolíneas Argentinas.
En el área del Transporte se apilan los «desastres seriales del gobierno trivial».
Quienes lo rodean a Jaime, con mayor complicidad que afecto, deberían intensificar sus preocupaciones. Como por ejemplo Claudio, el Ex Gordo, que se resiste, explicablemente, a responder requisitorias telefónicas.
Parafrasear ahora a Nalé Roxlo: «Un cigarrillo, y una denuncia de Monner Sanz, no se le niegan a nadie». Pero apunta el doctor Monner Sanz hacia las tinieblas de la UGOFE. Tensa la cuerda en el marco de una degradación política que no admite el menor espacio para el optimismo, a pesar de las formulaciones retóricas que aparentan poner, al gobierno cada vez más frágil, en la contraofensiva del funcionamiento.
Distribución del trabajo
Ricardo Raúl Jaime, Secretario de Transportes de la Nación, es un karateca que brilla sólo por la presencia del oro. Cordobés santacrucificado. Supo elevarse, hacia la gloria, desde Caleta Olivia.
Aparte de caracterizarse por la acumulación de causas y pesares, Jaime mantiene -para las Gargantas-, una saludable apertura hacia el positivismo de la disipación. Se cuentan aventuras memorables, sobretodo por la competencia para conformarlo, que encarnan los «interesados» del «sector». Sobretodo en las escapadas legitimadas de «los viajes».
Para La Elegida, en cambio, se trata de una influencia inconveniente. Indeseable para su marido. Se explica entonces que ella prefiera mantener, a Jaime, a distancia.
Agraviadores consuetudinarios, procedentes de Río Gallegos, afirman -según un informe de la corresponsal Serenella Cottani- que El Lupo, o sea Kirchner, tiene armónicamente distribuidas las competencias de sus relaciones.
Para el armado ideológico, está Zannini. Es el cordobés que se supone, en su alucinación, un estratega de la revolución posible. Eterno zurdito.
Para la instrumentación trascendental de los negocios, está De Vido. Tanguero, resolvedor, de eficacia discretamente peronista.
Para la diversión y las exaltaciones, sintetizadas injustamente en la palabra «noche», está Jaime.
Sin embargo Jaime se entromete, hasta compartirla, en la jurisdicción de De Vido.
Además del culto a la exaltación, Jaime es otro idóneo proveedor de alegrías. Conoce los mecanismos vulgarmente meritorios. La dulce monotonía de la recaudación.
Se advierte que los traficantes de mala información divulgan que Jaime lo mantiene aferrado, al Lupo, por la categoría extorsiva de ciertos servicios especiales. Brindados con respecto a las derivaciones del mitificado «episodio de San Julián». Iniciado, según Gargantas, en una noche desesperante de Río Turbio.
El Portal aconseja no tomar por ese camino equivocado. La data es putrefacta.
Estaño judicial
«Tampoco Jaime tiene una mala relación con De Vido», confirma la Garganta.
No hay amistad. A lo mejor apenas existe, entre ambos, una competencia lícitamente tensa.
La llegada directa de Jaime, al Jefe Político, o sea al Lupo, es una naturalidad que a De Vido no puede molestarle. Una ventaja para Jaime, que no se interrumpió con el traspaso conyugal.
Aparte, De Vido y Jaime comparten el protagonismo en algunas causas. La fraternidad de los Tribunales. Y juntos secundaron al chico Massa, después de su juramento, para obligarlo a poner el rostro en el artificio estatizador de las Aerolíneas. Con aviones que conducen, paradójicamente, a una ciénaga.
En los aspectos espiritualmente más sensibles, según nuestras fuentes, el secretario Jaime siempre se le reporta al ministro De Vido. Su superior.
De todos modos, invariablemente, aunque los allegados lo nieguen, en Jaime persisten crecientes desconfianzas. Sospecha que pueden entregarlo. Convertirlo en «la María Julia del kirchnerismo». En especial cuando las causas judiciales, como ahora, se complican.
Al amparo de la degradación moral de la estructura, la Justicia de la Victoria comienza a insolentarse. El olor a calas viene acompañado del olor a cambio.
En los años denostados de Menem, que fueron antagónicamente inspiradores, los funcionarios se encontraban jurídicamente mucho más protegidos.
Durante el kirchnerismo, en cambio, se registra la carencia abrumadora de operadores elementales del derecho pragmático. Eruditos mejor preparados para desplazarse entre los ámbitos sutiles de la justicia. Sin ir más lejos, los kirchneristas carecen, en bloque, de la sabiduría, del estaño judicial de un Barra. De Corach, Dromi, los Anzorregui. De Hassán. Incluso de Mayorano.
«Aquí la estrategia jurídica la marca la señora Laly Minnicelli», confiesa otra Garganta.
Es la esposa de De Vido. La hija inteligente del celebrado pintor patagónicamente costumbrista. La señora Laly es acreedora de la máxima confianza del Lupo. Elevación intelectual que tampoco se traslada a la distante Elegida.
En materia de lobby judicial, el alcance de la señora Laly es bastante relativo.
De manera que los funcionarios descartables quedan lo suficientemente desguarnecidos como para recurrir a vinculaciones indirectas, a veces familiares, con los jueces. O con los audaces traficantes de influencias, graves dibujantes del aire. Corredores caros que sirven, en realidad, de muy poco. Y saben llevarse migajas de estímulos.
Según Gargantas, en estos aspectos sustanciales Jaime se siente «fumado». Que se lo fumaron cuando caía en desprendimientos innecesarios, de glaciares de destino incierto.
Pudo percibir la gravedad del cerco cuando la Cámara Federal Porteña, compuesta por un trío de juristas intachables, en una de las causas menos inquietantes, casi standard, le revocó el sobreseimiento conseguido. Por un negocio miserable de 75 millones de pesos. Poco más de la propina de veinte millones de dólares.
Sobreseimiento oportunamente dictado, según la Cámara, con un apuro conmovedor. Por un juez de apellido sonoramente magistral.
La citada revocatoria encendió, según nuestras fuentes, la mecha de la angustia. Que explotó después, entre algunos allegados que se dejan influir por el estruendo de las teorías perversas. Las que trascienden, desde pasillos proclives a la malignidad. Alude, una de las peores, al ajedrez. Indica que, para seguir en el juego, es inevitable, a veces, tener que entregar un alfil.
Elefantes
Alfil, palabra árabe. Alfil significa «el elefante». En el ajedrez hay dos alfiles. En las cercanías pragmáticas del Rey.
De acuerdo a la evaluación conjetural, el Rey debe sentirse obligado, para garantía de continuidad, a entregar uno de los dos superiores alfiles que lo acompañan. En la admirable construcción del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Desde los inicios románticos de la epopeya, en Santa Cruz.
Un alfil, De Vido, ya debió entregar, sin mayor esfuerzo, a peones prescindibles como Ulloa. Por Skanska, el conflicto que logró la promoción de dos ministros de seguridad.
O el inflamado peón Uberti, por aquella «operación basura» de la CIA. Le introdujeron, en un despliegue de inteligencia, al Gordo Antonini, en un alquilado avioncito estatal.
Pero De Vido, como alfil, es indispensable para proseguir las ceremonias del juego.
El otro alfil, pobre, Ricardo Jaime. Es el cercado.
Meses atrás, De Vido logró que el Rey no pudiera evitar la derrota furtiva de otro elefante de porcelana. El poeta expresionista Alberto Fernández. El segundo Cobos del 2008. Un año horrible.
El sonetista Fernández era un peón lírico. Por su carácter fundacional, por la presunta influencia sobre la Reina, fue un elefante que creyó imaginarse como el hombre fuerte del tablero. Para construir la utopía diferenciadora, una superior calidad institucional. Hoy, el poeta, es otro comentarista, a medio camino. Solitario en el centro del puente (tema para otro versito autorreferencial). Oficialista crítico, casi un opositor, providencialmente salvado del colapso.
Epílogo del prólogo
«Pero vos, Ricardo, quedate tranquilo. Dormí sin frazadas. Porque preso nunca vas a ir».
La Garganta reitera la voluntariosa seguridad de Kirchner. Para confortarlo a Jaime, compañero de juergas módicas, proveedor de marroquinerías, de alegrías mínimas, sintetizadas en la palabra «noche».
Entre los temores de la noche, el cerco, por la proximidad del llano, agobia.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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