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Ay, Pepito

Evita y Scioli, unificados por sus hermanitos Juan y José.

Serenella Cottani - 31 de octubre 2008

Artículos Nacionales

Ay, Pepitoescribe Serenella Cottani
Interior-Provincias, especial
para JorgeAsísDigital

BERISSO, PROVINCIA DE BUENOS AIRES (de nuestra corresponsal itinerante, S.C.).- A pesar de la distancia de décadas, la señora Eva Duarte de Perón, infinitamente más que un icono, y el titular de la Línea Aire y Sol, el gobernador Daniel Scioli, mantienen, en común, la fraternal vigencia del hermano, como categoría política de unificación.
El hermano de Evita se llamaba Juan Duarte. Era secretario privado del presidente Perón.
El hermano de Daniel aún se llama José Scioli, y es el Secretario General de la Gobernación de Buenos Aires.
Medio siglo después de su suicidio provocado, Juan Duarte inspiró el film «Ay, Juancito». Fue estrenado en el 2004. El director, Héctor Olivera, es aquel que fuera socio del gordo Fernando Ayala. El mismo que utilizara oportunamente, como extra, al joven Néstor Kirchner, en el canónico film «La Patagonia rebelde». El guionista fue el filósofo televisivo José Pablo Feinmann, un epigonal de Lanata, pero del pensamiento. El actor, una revelación, Adrián Navarro.
Acaso con la participación del mismo actor, ahora se viene «Ay, Pepito». Trátase de un proyecto de film que se halla en la etapa del guión, y de la preproducción. Por supuesto, se inspira en las peripecias, precariamente magistrales, de José, el hermano de Daniel. Para ser dirigida, según refiere el inidentificable productor, mientras nos muestra los escenarios ribereños de Berisso, por Francis Ford Cóppola.
Trátase de un realizador, Cóppola, que registra suficientes antecedentes culturales como para abordar la problemática del poder en la decisiva provincia de Buenos Aires.
«Ay, Pepito» podrá estrenarse en la segunda mitad del 2009. A más tardar, para exhibirse en marzo del 2010, en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata. En «Aldrey Beach», la ciudad completamente escriturada, merced a la acción de los Scioli, a favor del empresario hegemónico Aldrey Iglesias.

Cueros

«Ay, Pepito», por lo que sabemos, mantiene una llamativa similitud estructural con «Ay, Juancito».
Con incierto optimismo, se aguarda que Pepito contenga, en la ficción llamada vida real, un final menos trágico que el final del Juancito oficialmente suicidado.
La disipación del Pepito, en la nueva referencia, dista de contener los arrebatos sexuales que inspiraron a Juancito, el modelo inspirador, que tanta angustia existencial produjera a la poderosa hermana. Finales de los 40 y principios de los 50.
En «Ay, Pepito», el misterioso productor, mientras nos muestra contornos del Río Santiago, confirma que prefiere detenerse en los aspectos eróticamente recaudatorios de una transgresiva estética.
Sumatorias que el personaje encara, de acuerdo al pre-guión, en dos niveles.
En primer lugar, a través de instrucciones, recaudatoriamente precisas, del hermano, quien sería interpretado, hasta hoy, de ser posible, por Ricardo Darín. Debe Darín entonces reencarnarse en la patología contable de un atleta desbordado, sumido en la insaciabilidad. Sobrepasado, además, por los factores vibrantemente exógenos.
En segundo lugar, el astuto Pepito de la referencia se desliza a través de otras recaudaciones autónomas. Las que el héroe encararía por su cuenta.
Se desarrolla, además, el rastreo de los cueros explícitos en las previsibles ceremonias mensuales. Atañen a los cueros de la marroquinería que proporcionan distintas vertientes. Enclavada la acción en un marco de violencia generalizada e inseguridad magistral. Hasta se registran, paradójicamente, los cueros que se originan laboriosamente entre las fuerzas clásicas que debieran encargarse de la seguridad que falta.
Una secuencia, por ejemplo, de las más sarcásticas a recrearse, alude al amontonamiento de los bolsos que anímicamente saltean, como si fuera un alambre caído, al ministro voluminoso. Un jurista Stornelli, grotescamente apodado La Gritona, que padece el síndrome del regreso preferible hacia su antiguo escritorio. Papel que sería interpretado en la ficción, de existir un acuerdo, por Enrique Pinti. Al que se tienta, para convencerlo, con ofrecerle infinidad de glucolines, y el siguiente cartel destacado:
«En el rol de La Gritona, Enrique Pinti».

Puerto Berisso

«Ay, Pepito», al decir del intelectual Eduardo Duhalde, está «condenada al éxito».
Podría convertirse en un espaldarazo para el ascenso irresistible, entre las piruetas del palo enjabonado, del escalador Daniel, encarnado por Darín.
Cultor de la ideología del vitalismo, artífice del Estado Social Activo, siempre «con fe, con esperanzas y para adelante», el hermano de Pepito, el gobernador, avanza también en la degustación de las masitas de las adjudicaciones directas, infelizmente tratadas por Cóppola en la imaginativa producción.
Cae entonces Daniel en los excesos que no pueden atribuirse a Pepito. Pero en el film, arbitrariamente, en el desarrollo, se los facturan. Por ejemplo trata acerca de estos escenarios majestuosos, entre los yuyos de los bordes del Río Santiago, intrínsecamente relacionados con la adjudicación directa del Puerto de La Plata, Ramal Berisso, con el que se aspira a desplazar pronto a los árabes calenturientos de Dubai, que controlan, tardíamente, el colapsado puerto de Buenos Aires. A los efectos de remachar a los porteños, para recibir, en La Plata, la insignificancia reivindicativa de 400 mil containers anuales. Un negocito directo de un par de centenares de millones de dólares, para comenzar, por treinta años, pero infinitamente renovables por otros treinta más, por los Scioli del futuro. Una operación estratégicamente legitimada por la fabulosa adicción a la siesta de los legisladores. Quienes se sienten, con sobrios merecimientos, de adorno.
Conste que el realizador planifica también filmar otro cuadro patético. Con la legislatura entera sumida en la utopía del sueño, mientras vuelan los bolsones y se escucha, de fondo, la voz de Nacha Guevara, en el celebrado rol de Evita.

La adjudicación directa, sin escalas, del Puerto de La Plata, irrita, según nuestras fuentes, a Kirchner. Por quedarse imperdonablemente afuera de tanto patriotismo geográfico. Y desemboca, la adjudicación, en el puerto directamente acogedor de los Román.
Trátase de otros hermanitos, que se encuentran actualmente más líquidos que la laguna de Chascomús. Sobre todo después de haberse desprendido de la base portuaria del Dock Sud.
Aunque se hace cargo sólo don Ricardo. Junto al aval de los filipinos de ICTSI, los que fueran injustamente expulsados por vivarachos del puerto de Rosario, donde imperan otros empresarios menos románticos. Ahora los Román Brothers se disponen precipitadamente a desalojar del negocio portuario a los árabes infiltrados que proceden de Dubai. Sin embargo, los que saben aluden, también, a la presencia, criteriosamente rectora, de Alfredo, el empresario más admirable de los Román, que suele reposar en el Fonavi de varios miles de metros, enclavado en el Palermo más chico.

Castings

Para la gestación de «Ay, Pepito», los Román también se encuentran sometidos al estado de casting. Como otros protagonistas relativamente secundarios. Inducen a la preparación de un casting más riguroso, aún, que el de los danzarines del postergado Chicago. Para encontrar una actriz que pueda componer, por ejemplo, la tensa vibración de la ministra Débora Giorgi, o del ascendente ministro Casal, que avanza sobre las competencias de La Gritona y que tanto tuvo que ver con el armado de la sabiduría jurídicamente portuaria. Incluso, tienen que cubrirse ciertos bolos, como el del Chiche Pelusso, algo tangencial en esta historia. Y de otros personajes de reparto, sin ir más lejos como el inexplicable Perelmiter, aquel tenedor de libros que manejaba los números de Pepito cuando vendían las licuadoras del negocio familiar. Y al pobre Pérez, que ve pasar con inocente frescura los bolsos por el aire, como el profesor Mouriño, o el locutor-doctor Zinn, y hasta del meritorio galán maduro Willye Franco, que suele alucinar, hasta el paroxismo, a las venerables sexagenarias de la provincia. Todos ellos en roles de funcionarios opacos, menos proclives a la consagración estelar, que el desafío de encarar el papel de Pepito. Y, sobretodo, el de La Gritona, siempre tan en el medio, con ganas de volver a la normalidad de la fiscalía, pasado al cuarto por El Gallito Ciego, quien se remite, también directamente, hacia las alturas incandescentes del espíritu.

En próximas entregas, se le asegura a esta corresponsal, podrán anticiparse secuencias del guión que se mantiene en el enigma autoral. Para calentar ansiedades.

Serenella Cottani
para JorgeAsísDigital

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