Río Sava
Cae el general Bendini. Un falso corrupto. Contradictorio y complejo.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial para JorgeAsísDigital
Por falso corrupto, en la mesa de los corruptos, el general Bendini apenas puede servir el café.
Se le atribuye el monto de una irregularidad de 500 mil pesos. Alrededor de 165 mil dólares. Para la misericordia. Sobre todo si se los compara con los cinco millones de dólares que llegaron sólo en el Antonini Jet. Glucolines demostrativos que el kirchnerismo, como el Jabón Rinso, lava más blanco.
Los glucolines fueron engañosamente adjudicados al basurero argumental de la política. A la que nadie, aún menos que al general Bendini, va a defender.
En otro rapto habitual de ingenuidad, los opositores volvieron a comerse el amague. Para lanzarse a pontificar acerca del financiamiento impuro de la política. Sin percibir que la marroquinería del Antonini Jet aludía a la precariedad de un negocio sistémico, típico del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Una cometa formidablemente binacional. Compartida por los patriotas insaciables de Argentina y de Venezuela, en otra muestra admirable de la espumosa hermandad latinoamericana.
Marcha de Mao, al revés
Mejor volvamos a Bendini, el falso corrupto que enternece. Y cae, hostigado por la prepotencia bochornosa de la contabilidad.
A través de sus antecedentes, cuesta evaluarlo, al general Bendini, como un malversador. O como un Zurdito, por haber comandado el retroceso de un ejército. «Que emula la marcha de Mao, pero al revés, para atrás», como confirma una Garganta militar. Un retirado fastidiosamente harto de regar las macetas con geranios.
Ocurre que Bendini paga, en materia de indiferencia, y con estratégica soledad, aquel acto de arrojo. El de haberse subido al banquito. Para descolgar los retratos simbólicos, redituablemente inofensivos, de los anteriores jefes, Bignone y Videla.
«Proceda», le dijo entonces un Kirchner glacial, delante de las cámaras incendiarias.
La misma palabra, «proceda», la pronunció el general Aramburu. En Timote. Ante su fusilador.
El puente
En el episodio ridículo del banquito, en los dos mil, Bendini demostró mayor coraje personal que durante el descuartizamiento de Yugoeslavia, en los noventa. Cuando debió liberar el puente sobre el río Sava, que cruza cuatro actuales estados de la Yugoeslavia despedazada.
Los serbios impedían cruzar por el puente. O autorizaban según la arbitrariedad de su antojo. Hasta a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas.
Sin embargo el teniente coronel Bendini apareció al mando del BEA 5. Batallón 5 del Ejército Argentino. Con los tanques que de pronto apuntaban hacia el puente.
Cuentan que Bendini avanzó, cinematográficamente sólo, y les dijo a los serbios, en inglés:
«Tienen quince minutos para desalojar el puente».
Les dio la espalda para caminar, en sentido inverso, hacia sus tropas. Mientras tanto, los serbios desesperados le gritaban. En un momento Bendini sólo se dio vuelta, para decirles:
«Quedan catorce».
Complejidad
Formación ideológica en el nacionalismo del Grupo Tacuara. Efectivamente maniqueo, casi entusiasta. Para sus detractores, Bendini estaba situado en las proximidades del antisemitismo, una extendida enfermedad infantil.
Bendini presenta el desafío de una personalidad compleja. Debe unificarse la contradicción implícita del impulsivo teniente coronel del Río Sava, con el general manso del banquito. Con el Jefe de Estado Mayor que concedió en extremo, hasta arrojar su honra, concientemente, hacia el cesto de la historia.
Deben unificarse estos datos, por último, con la actualidad del sexagenario que se marcha hacia la opacidad del retiro. Para «regar las macetas con geranios», o tomarse un cafecito en El Solar de la Abadía. Con el ingreso interdicto a las lamentaciones colectivas del Círculo Militar.
Parte por «peculado». Manera elegante de exhibir que se lo despide por las funcionales corruptelas, a veces indispensables para sortear las obturaciones de la burocracia. Justamente Bendini cae en los momentos de espectacular ofensiva ministerial, en pos de la transparencia, mientras la sociedad ya ni siquiera se espanta ante la normalidad avasallante de la marroquinería. Ante tanta espuma gestionaria que se basa en la ideología del Jabón Rinso.
Conste que la depuración administrativista, que impulsa la ministro Garré, alcanzó también al general Schurlein. Un «Caballero» de la promoción 102, al que se lo suponía intocable. Por la cercanía laboral de su mujer, con La Elegida.
El ejército garrista
Por el mérito de la intrascendencia, la designación del general Pozzi, como sucesor de Bendini, representa un acierto llamativo. Porque Pozzi representa una manera de no innovar. De hacer tiempo. A los efectos de neutralizar el estado deliberativo que despuntaba el viernes por la mañana. Y para suministrarle un Valium a los impulsos innovadores de la señora Garré, de los que nos ocuparemos en próximo despacho.
A los sucesores previsiblemente aceptables, como el general Camponovo, «Caballero» de la 102, o el general Fernández (Sergio), un infante de la 103, se les agregaba, en el bolillero, a otros generales modernos, que despertaban mayor inquietud.
Primero, por la redada descabezadora que se les venía. Segundo, por ser portadores de la estampilla, probablemente inmerecida y por lo tanto injusta, de ser «garristas». Interpretados precipitadamente como instrumentos de la ministro Garré.
«Un ejército K, vaya y pase, Kirchner es el Presidente. Un ejército G, de Garré, es un exceso», señaló otra Garganta.
Se alborotaban los nombres del moderno «Caballero» Prieto Alemandi, alias El Chiquito. Del infante Milani, que se desenvuelve en «inteligencia». Sobre todo del general Carlés, de la 105.
En sus días celestes de coronel, Carlés supo entonar como agregado militar en Venezuela. Cuando la ministro Garré era la señora embajadora. Y cuando Claudio Uberti exhibía los atributos de su entretejido artesanal, y los encantos eficientes de la bella Victoria, que tanto movilizaban al señor Alí Rodríguez, presidente entonces de PDVESA. Y primo hermano de El Chacal.
Zapatitos de raso
Alguna Garganta maléfica indica que Carlés solía cantar tangos, en determinados ágapes diplomáticos, en Caracas. En todo caso, perfectamente Carlés podría conformar un dúo con el general Bruera, otro infante de la 104. Para intentar la remake de Argentino Ledesma con Rodolfo Lezica. Y ensayar milongas como «Zapatitos de raso».
Con los recitales eventuales, los generales Carlés y Bruera podrían juntar los fondos que financien las necesidades operativas de los regimientos. Sin alquilar los cuarteles para organizar kermesses, clubes sensuales de solos y solas, o agradables encuentros de amigos de Facebook. Pero sin recurrir al recurso de las dobles contabilidades, que suelen arrastrar el virus de la malversación.
La contabilidad, en Bendini, pudo más que aquellos serbios del río Sava. Fue más sustancial que el pudor de la grotesca epopeya del banquito. La artillería de los balances venció al granadero nacionalista que logró alcanzar el punto más alto de su carrera en el ejército. Y hasta pudo simular los detalles de su magnífica experiencia, en los trágicos setenta, para aquellos ejercicios que consistían en suministrar pateaduras bruscas hacia las puertas. Un deporte condenable, que practicaron tantos otros desdichados que carecieron de su suerte. Sobre todo de su astucia. Y que acaso leen este texto fotocopiado, en la densa monotonía de la prisión. En «La gayola», tango escasamente recomendable para agregar en el repertorio.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
Continuará
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