Argentinadas
LAS CUERDAS (II): Con la argentinización de Aerolíneas, y con "El Manotón", los Kirchner recuperan la iniciativa.
Cartas al Tío Plinio
a Carlos Argentino, Rey de la Pachanga
in memoriam
Tío Plinio querido,
Aunque fue desairado en los fastos, para Cobos, el señalero, la «medida es significativa».
Igual que para Cristiano Rattazzi. Abandona El Tano la transitoria frialdad de la distancia crítica, para aproximarse hacia la tibia cordialidad del Salón Blanco. Con aprobaciones laudatorias. Se funde con Cornide.
De pie, Das Neves, El Tenor portugués. El abrumadoramente estragado Capitanich. Scioli, el titular de la Línea Aire y Sol. Schiaretti, el rebelde domado por el látigo implacable de La Caja.
Los gobernadores aplauden, tío Plinio querido, de pie, a La Elegida. El coro de manos es contagiosamente vibrante.
Para envidia institucional del ausente Cobos, Schiaretti sonríe. Satisfactoriamente feliz. Por la gloria de ser admitido, otra vez, en el Palacio. Como si fuera otro emulador de Reutemann. O el esbozo continuador de Marín, el histórico que marca el lineamiento moral de aquello que fue, alguna vez, el peronismo.
Sin embargo es Scioli, tío Plinio querido, el impulsor del Estado Social Activo, quien mejor sintetiza, «con fe, con fuerza y para adelante», el jolgorio colectivo de la anunciación.
«Ahora nadie puede dudar del rumbo. Capitalismo maduro, inclusión para todos».
Ante la alegría unánime de la señora Marcó Del Pont, que exhibe rostro de tía contenta, Scioli coincide con Randazzo.
«La economía argentina está más sólida que nunca».
Para complementar la compasiva pincelada de la última argentinada de colección, el caudillo popular Pancho de Narváez, El Tatuado, esperanza blanca del duhaldismo, sentencia que «el país, al honrar sus deudas, vuelve a ser confiable, para el mercado de capitales».
A ser capitalista maduro, tío Plinio querido. Que se acaba el mundo.
Los Pichis
En su abrupta declinación, los Kirchner, a pesar de la extraordinaria fragilidad de su gobierno, se encuentran más cerca de emular las jactancias de los Sarkozy, que de invocar al destino de los Ceasescu.
A los manotazos limpios, los Kirchner consiguieron, tío Plinio querido, zafar. Liberarse, bastante pronto, del transitorio enredo de las cuerdas.
Estaban, un mes atrás, a merced. Como escribió Osiris. Desguarnecidos.
El Elegidor y La Elegida se autollevaban puestos. Implosionaban. Chocaban la calesita. Les faltaba designar, arbitrariamente, para el rescate final, a los elitistas que podían acompañarlos en la suerte del destierro. En el último avión.
Se sentían acosados por los conspiradores imaginarios. Los cuales, en el caso de existir, estaban más asustados que ellos. Por la proximidad del poder que se les venía, en el peor de los casos, encima.
Lo escribió Osiris en «Las Cuerdas». Los conspiradores imaginarios no se atrevieron a asestarles el golpe institucionalmente letal. Bastaba, para que se cayeran del ring, con un empujón. Con la levedad de un soplido. Se querían ir.
Pero los Kirchner tenían enfrente, apenas, una conjunción de «Pichis». Se dieron cuenta entre el laberinto de las cuerdas. Mientras besaban, sin el menor erotismo, la lona.
Pesos pluma que no podían preocuparlos. Pichis agigantados por la prepotencia dinámica de las circunstancias. Reavivados por las derivaciones del conflicto inicialmente agropecuario. Inflamados que se conformaban, en definitiva, con criticar socialmente a los Kirchner. Pero sin arriesgarse nunca a estar sin los Kirchner.
Como si fuera la temperatura, a Los Pichis que se ubicaban enfrente, los Kirchner les tomaron el tiempo.
En adelante Cobos debía esmerilarse en la apasionada racionalidad, cíclicamente deportiva, de la interna radical.
Y los peronistas enfáticos, los que se amontonaban en la fantasía de la disidencia, no podían resistirles, en su imperdonable mayoría, un llamado de los Kirchner.
Ni siquiera aguantaban la convocatoria del funcional Chueco Mazzón. La esperaban.
Es inútil programar alternativas, tío Plinio querido, con los peronistas que invocan al Sistema Sprayette.»¡Llame ya!».
El error consistió en tomarlos en serio. En evaluar que los escenarios alternativos conducían, invariablemente, a Cobos. A pesar del propio Cobos. El que envía, a los Kirchner, inteligentes mensajes de convivencia institucional.
De ser posible pronto, Cobos tiene lícitos deseos de volver, como si fuera Schiaretti, a aplaudir a La Elegida. También de pie.
El Manotón
En su recuperación, los Kirchner pasaron, de la desesperación de los manotazos de ahogados, a manotear recursivamente las reservas.
Consolidaban, en la agonía, el proyecto de santacrucificación nacional.
Dejaron las cuerdas para apoderarse impetuosamente de la iniciativa. Para imponer, primero, la catastrófica argentinización de Aerolíneas. Segundo para darles, a los fondos, El Manotón. Como si las reservas del país fueran aquella pachanga de Carlos Argentino.
Para producir, con El Manotón, la gloria de la última argentinada.
Los Kirchner regresan, en girones, lacerados, al escenario natural que supieron mantener durante cinco años. A pesar de los «desastres seriales del gobierno trivial».
Los Kirchner dictan, otra vez, la política. El Resto, de nuevo, se conforma con comentarla.
En adelante, Los Pichis deben confiar que la economía logre aquello que no pudieron conseguir. Llevárselos, como una media, puestos.
País de pachanga expresionista. Movilizado por sobreactuaciones grandiosas. Efectismos especialmente estremecedores. Argentinadas que siempre se aplauden, con euforia y de pie.
La argentinada de la cesación de pagos. La «suspensión del pago de los servicios de la deuda», que fomentó aquel emotivo patriotismo primario. Puede complementarse con la última argentinada. La repentina vocación por pagar de más. Hasta las cuentas que aún no vencieron. Pagar hasta aquello que ni siquiera hace falta pagar.
Ponerse valientemente. Para que ningún foráneo, ningún «Principito» del Fondo nos venga, tío Plinio querido, a revisar las cuentas. Que se vayan a auditar a los giles.
Con el capitalismo maduro, les vamos a tapar, al mundo, la boca. Y los bolsillos. A billetazos. Para que aprendan.
Seguro que tía Edelma se acuerda de Carlos Argentino. Don Israel Vitszenstein Burm. Pachanguero de La Paternal. Cantó para la Sonora Matancera. Aparte de El Manotón, la tía Edelma, con usted, habrá bailado también «Fuerte de Caderas». Pero «Ay Cosita Linda» es melancólicamente impecable. Cliquee.
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Ay cosita linda, por Carlos Argentino
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